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Dos revoluciones que estremecieron al mundo: la Revolución Rusa de 1917 y la Revolución China de 1949 PDF Imprimir Correo
Escrito por Alejandro Torres Rivera / MINH   
Sábado, 07 de Noviembre de 2015 13:21

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"Vladimir Ilich Ulianov, aportó la tesis de la posibilidad del triunfo del socialismo en un solo país, afirmando que la Revolución sí podía comenzar por el eslabón más débil de la cadena imperialista, que era en ese momento Rusia."

 

 

Nos dice la historia que el ¨calendario juliano¨ fue creado por el griego Sosígenes de Alejandría, aunque ha sido más conocido por su relación con Julio César, de quien tomó su nombre y quien lo difundiera por los territorios bajo el control de Roma a partir del año 46 A.C. La reforma en la manera en que se llevaba la secuencia del tiempo según las estaciones del año se introdujo para distinguirla del calendario egipcio. El calendario juliano contaba con 365 días y 12 meses, uno de los cuales se nombró en honor a Julio César, así como más adelante, durante el período del Imperio, otro de sus meses se nombraría en honor a Augusto César. En el año 1582 el Papa Gregorio XIII sustituyó el calendario juliano por el calendario gregoriano procediendo los países católicos europeos en Occidente a adoptar el mismo. El cambio, sin embargo, no fue uniforme. Por ejemplo, Inglaterra no adoptó el calendario gregoriano sino hasta el año 1752. En los países que formaron parte del Imperio Romano de Oriente, prevaleció por muchos más siglos el calendario juliano.

 

Bajo el calendario juliano, la fecha en que dio inicio la Revolución Rusa de 1917 fue el 25 de octubre; para aquellos que seguían el calendario gregoriano, la fecha de la Revolución Rusa se ubica en el 7 de noviembre de 1917.

 

La Revolución Rusa es históricamente hablando, la primera revolución socialista triunfante en un Estado político. En palabras del escritor estadounidense nacido en Oregón, John Reed, quien como corresponsal vivió en pleno desarrollo los sucesos insurreccionales en Moscú y otras ciudades, con la Revolución Rusa la historia dejó de ser la historia de los nobles, terratenientes y burgueses capitalistas, para transformarse en una nueva historia, una historia donde el sujeto social principal eran los obreros, los campesinos y soldados agrupados en las organizaciones que les representaban, los soviets. En su libro titulado Diez días que estremecieron al mundo, John Reed narra los sucesos principales que llevarían al fin de la participación rusa en la Primera Guerra Mundial, al derrocamiento del Gobierno Provisional representativo de la democracia burguesa creado tras el vacío ocurrido tras el derrocamiento de la monarquía; y la lucha por la construcción de un Estado socialista en Rusia.

 

El proceso político que lleva a la Revolución Rusa de 1917 estuvo precedido por otro intento insurreccional previo en 1905, unido al desgaste que significó la Guerra Ruso-Japonesa en el la región oriental del Imperio. A lo anterior debe sumarse la penetración industrial del capital extranjero en Rusia; la entrada de dicho país en 1914 en la Primera Guerra Mundial; y más adelante, el proceso de pauperización extrema del país como resultado de la guerra misma. Entonces, las consignas principales de los revolucionarios rusos bajo la dirección de la facción del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, conocida como ¨Bolchevique¨, fue la de ¨guerra a la guerra¨; la paz inmediata con las potencias centrales encabezadas por Alemania; el fin de la monarquía, y más adelante del Gobierno Provisional; y el reclamo del poder popular expresado a través de asambleas de obreros, campesinos y soldados (soviets), como paso previo y necesario al derrocamiento del Estado Capitalista, para sobre sus ruinas, avanzar hacia la construcción de un Estado Socialista.

 

Tras la firma de la paz con Alemania, en el joven Estado revolucionario se desarrolló un período de Guerra Civil el cual se intensificó, tras la capitulación de Alemania y sus aliados, con la intervención imperialista por parte de las potencias triunfantes en la Primera Guerra Mundial. La derrota de las fuerzas opositoras internas y externas, abrió paso al proceso de construcción del socialismo en lo que eventualmente pasó a llamarse, tras la consolidación del poder soviético dentro de las fronteras del antiguo imperio, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

 

Contrario a viejas teorías por parte de ideólogos marxistas que solo concebían la revolución socialista como proceso triunfante en países que hubieran desarrollado al máximo sus capacidades productivas bajo un sistema capitalista; en Rusia, Vladimir Ilich Ulianov, aportó la tesis de la posibilidad del triunfo del socialismo en un solo país, afirmando que la Revolución sí podía comenzar por el eslabón más débil de la cadena imperialista, que era en ese momento Rusia.

 

Como revolución triunfante, la Revolución Rusa se convirtió en referente político para muchos revolucionarios en el mundo. La consolidación de un Estado socialista sirvió a su vez de plataforma desde la cual socialistas del mundo entero pudieron formarse en diversos planos de la lucha política para contribuir al desarrollo de la lucha revolucionaria en sus respectivos países.

 

Durante la década de 1940 la Unión Soviética desempeñó un papel central en la derrota del fascismo en Europa y del militarismo expansionista japonés en el Lejano Oriente, contribuyendo, además, a otros procesos revolucionarios, uno de los cuales sería la Revolución China.

 

De la historia de esa China popular, inmensa en población, hambre y desnutrición producto de años de pillaje y saqueo por parte de las potencias Occidentales se habla poco. Hoy día se conoce más esa China que emerge como potencia económica industrial, militar y financiera, la cual amenaza con desbancar de sus posiciones a las principales potencias capitalistas en el mundo.

 

Al cierre del Siglo XIX, sin embargo, China era una monarquía en decadencia, una monarquía parasitaria en la cual el culto a la personalidad del monarca, a quien se consideraba un semidiós, era sostén ideológico para la opresión de su población. El poder de la monarquía se sostenía en la ignorancia del pueblo, fundamentalmente del campesinado; en el poder de los señores feudales y de los señores de la guerra en el campo; en el poder económico y militar que ejercían sobre dicha monarquía potencias extranjeras como Inglaterra, Portugal, Holanda, Bélgica, Estados Unidos, Francia y Alemania; y en la falta de una cohesión nacional que permitiera a su pueblo enfrentar de manera conjunta tanto a las potencias extranjeras, como al poder monárquico y al de los señores de la guerra. A la altura de finales del siglo XIX, hablar de una China unida, desde el punto de vista de integridad territorial, era incorrecto.

 

El movimiento nacionalista, desarrollado principalmente desde finales del Siglo XIX bajo la dirección del Doctor Sun Yat-sen, llevó al derrocamiento de la monarquía y a la proclamación de la República en 1911. A su regreso a China el Doctor Sun Yat-sen, quien fundara en 1916 el Partido Nacionalista, también denominado como el “Kuomintang”, estableció acercamientos con el Partido Comunista de China, fundado en 1921 en la Universidad de Pekín (hoy Beijing). Estos acercamientos, sin embargo, no dieron al traste con la injerencia de las potencias occidentales, ni con sus concesiones comerciales en China.

 

La muerte del Doctor Sun Yat-sen en 1925 allanó el camino al poder dentro del Kuomintang a su sucesor y yerno, Chiang Kai-shek, acérrimo militar anti comunista, quien eventualmente declaró la guerra al Partido Comunista.

 

Los enfrentamientos militares entre seguidores de ambas organizaciones y los triunfos iniciales del Kuomintang frente al Partido Comunista Chino, llevaron al Ejército Popular de Liberación a una retirada estratégica de las zonas controladas por los comunistas en lo que se ha conocido como la Gran Marcha. En ella sobrevivió una décima parte de aquellos que la iniciaron. La invasión del Japón, sin embargo, propició una tregua entre ambas partes, transformado así la guerra civil que venía desarrollándose en una guerra de liberación nacional.

 

Desde la firma del Tratado de Versalles que puso fin a la Primera Guerra Mundial, Japón había logrado obtener importantes concesiones y privilegios comerciales en China, principalmente en la región de Manchuria. La ocupación japonesa en China promovió entre la población un resentimiento gradual que toma forma muy temprano entre los estudiantes chinos en el surgimiento del Movimiento 4 de Mayo, desde donde se dirigió la lucha en oposición a la presencia hegemónica japonesa en la región.

 

La región de Manchuria era importante para los japoneses por su riqueza en minerales (carbón, hierro, cobre, aluminio, manganeso y plomo), así como también, por su agricultura y ganadería, la cual venía a abastecer el mercado japonés. En aquel momento Manchuria pasó a ser la principal exportadora de productos minerales y agrícolas hacia Japón. Con una población estimada a comienzos de 1930 en 50 millones de habitantes y con una superficie de 800 mil kilómetros cuadrados, ya para 1931 Manchuria (hoy Mongolia interior) había pasado a convertirse en un protectorado de Japón.

 

Entre los días 7 y 8 de julio de 1937 surgió un confuso incidente en las cercanías de Pekín sobre el Puente Marco Polo que involucró soldados chinos y japoneses. Un fuerte bombardeo tras el incidente, culminará con un feroz ataque total japonés sobre Beijing logrando su capitulación el día 29 de julio. Decenas de miles de chinos, entre ellos muchos comunistas, murieron en ciudades como Beijing y Shanghái, lo que llevó a la capitulación de China ante el invasor japonés.

 

La derrota china y el avance incontenible de Japón dentro de su territorio llevaron al Mariscal Zhang Xueliang a arrestar a Chiang Kai-shek y forzarlo a una tregua en su guerra contra el Partido Comunista, para así por separado, concentrar esfuerzos en la derrota de Japón. Aceptado el pacto, los comunistas desarrollaron con el apoyo soviético en las zonas bajo su control su propio estado político y desde allí, el fortalecimiento de su capacidad militar.

 

Concluida la Segunda Guerra Mundial y la capitulación del Japón, ante el incumplimiento por parte del Kuomintang de los acuerdos previamente alcanzados con el Partido Comunista de China, se inicia una vez más la guerra entre nacionalistas y comunistas. Esta concluye el 1ro de octubre de 1949 con la victoria del PCCh y la retirada de los restos de las fuerzas del Kuomintang a la isla de Taiwán.

 

Los primeros años de gobierno del PCCh fueron dedicados a consolidar el país, iniciar el proceso de construcción y reconstrucción de su economía, consolidar las estructuras del nuevo gobierno y desarticular la contrarrevolución interna que desde múltiples focos de resistencia armada aún mantenía el Kuomintang en el interior del Continente.

 

Luego de un intenso proceso de colectivización en el campo y de esfuerzos enormes para atender gigantescos problemas inmediatos como eran la alimentación, el vestido, la educación, la vivienda y la salud para 450 millones de habitantes, hacia 1956, y dentro del contexto del VIII Congreso del Partido Comunista de China, sus dirigentes plantean que ha llegado el momento de impulsar la construcción del socialismo acuñando la consigna de “Gran Salto Adelante¨. Como parte del esfuerzo se crearon no menos de 25 mil comunas populares de cinco mil familias en cada una de ellas; se impulsó el desarrollo de la industria y la agricultura mediante el trabajo en masa tanto en el campo como en la ciudad; y se amplió la infraestructura del país a partir del desarrollo de una fuerte industria del acero.

 

El fracaso del Plan quinquenal de 1952-57; el endeudamiento con la URSS; los cambios o giros políticos en ese país, sobre todo luego de la muerte de Stalin en 1953; y los sucesos que se desarrollaban en los países del Bloque Socialista en Europa, donde cada vez, al control económico por parte de la URSS, le seguía el control del poder político y la reducción de los derechos soberanos de las naciones colocadas dentro del marco del llamado “Campo Socialista”, se sumaron las preocupaciones que desde Beijing manifestaban los dirigentes chinos.

 

Las consecuencias de este “salto hacia atrás”, más que ¨salto hacia adelante¨; el advenimiento de divergencias con el desarrollo del modelo económico y político en China; junto con la pérdida de prestigio en las políticas económicas que había impulsado Mao con el “Gran Salto Adelante”, llevan a nuevas fricciones dentro del PCCh. Liu Shao-qi pasó a ocupar la Presidencia del Partido mientras Deng Xiaoping pasó a ocupar la Secretaría General. Mao, no obstante, retuvo la dirección del Comité Militar Central del Partido, desde donde retoma la primacía dentro de la lucha interna diseñando una nueva propuesta: lanzar la convocatoria a los jóvenes para el desarrollo de una revolución cultural proletaria que corrigiera lo que a su juicio eran las desviaciones en el proceso de construcción del socialismo en China.

 

La Gran Revolución Cultural Proletaria, convocada por Mao a partir de 1965, precipitó un amplio debate y discusión en el seno del Partido Comunista.

 

En su propuesta Mao señalaba que la concepción del mundo de los intelectuales, incluidos los jóvenes intelectuales que frecuentan aún las escuelas, en el partido y fuera de él, era fundamentalmente burgués. De ahí que era necesario en “esta fase crucial de la lucha entre dos clases¨, implantar dos vías y dos líneas para: (a) luchar contra los detentadores del poder que siguen la vía capitalista como tarea principal; (b) resolver el problema de la concepción de mundo y extirpar las raíces del revisionismo, como objeto. Esta lucha, independientemente de su costo, señalaba, no solo podría tomar al menos 10 años, sino que debería repetirse varias veces en un siglo. Así las cosas, Mao concebía la Gran Revolución Cultural Proletaria como un proceso profundamente ideológico, dirigido a aquellos que si bien habían participado en la lucha revolucionaria democrática contra el imperialismo, el feudalismo y la burguesía compradora, una vez liberado el país, eran vacilantes en cuanto al camino a recorrer hacia el socialismo.

 

La Gran Revolución Cultural Proletaria se desarrolló entre 1966-1976. En esta cientos de miles de jóvenes miembros de la Guardia Roja abandonaron las universidades y sus centros de estudio; reprimieron y persiguieron a aquellos que consideraban, por sus posiciones ideológicas o políticas, aliados de Liu Shao-qi o Den Xiaoping, a quienes identificaban como elementos burgueses y capitalistas. Así, decenas de miles de intelectuales, técnicos de alta gradación, obreros calificados, cuadros militares y dirigentes comunales y campesinos fueron destituidos de sus puestos, enviados a campamentos de reeducación y trabajo, y en muchos casos, atacados físicamente por los jóvenes guardias. Los excesos ocurridos en el curso de estos años llevaron eventualmente al propio Mao a ordenar la disolución del cuerpo y a la terminación del proceso iniciado.

 

La época que precede a la Gran Revolución Cultural Proletaria se vio también afectada por el conflicto Sino-Soviético, resultado del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. Nikita Krushov quien había sucedido a José Stalin en la dirección del PCUS a su muerte en 1953, lanzó fuertes denuncias contra lo que llamó ¨estalinismo¨ e inició reformas dentro del aparato productivo soviético, todo ello dentro del marco de la Guerra Fría. Los levantamientos en los países del Bloque Socialista en el Este de Europa y el manejo de la crisis por parte de la URSS, poniendo y quitando dirigentes en función de sus lealtades con Moscú, junto a sus nuevas doctrinas sobre la construcción del socialismo, llevaron a la ruptura entre los dos grandes bloques socialistas. En este proceso el Partido Comunista de China denunció a la dirección del Partido Comunista de la Unión Soviética de “revisionistas” de las doctrinas de Marx, Engels, Lenin y Stalin y proclamó a Mao Zedong y su pensamiento político, como el intérprete correcto del marxismo-leninismo en la época del imperialismo y del “socialimperialismo”.

 

Esta división en el seno del movimiento comunista internacional se sumó a otras ocurridas anteriormente, como fue en la década de los años treinta el surgimiento de la “Cuarta Internacional” bajo la dirección del sector favorecedor de la línea ideológica de León Trotsky y sus tesis sobre la “revolución permanente”.

 

La ruptura entre las dos tendencias dentro del movimiento comunista internacional tuvo también sus efectos en el desarrollo de las organizaciones de izquierda latinoamericana y caribeña. Entre ellas se incrementó el fraccionalismo organizativo y se establecieron serias divisiones en cuanto a la táctica y la estrategia en la conducción de los procesos políticos y el desarrollo de la teoría militar en la lucha revolucionaria.

 

Las tesis de Mao Zedong, que prevalecieron durante el IX y X Congreso del PCCh en 1973, luego de su muerte en 1979 y tras un breve mandato posterior por parte de quien fuera su Primer Ministro y cercano colaborador desde los años treinta Chou En Lai, abrieron paso nuevamente a la reaparición de Den Xiaoping en la política china. Será Deng quien eventualmente, luego del fin de la Gran Revolución Cultural Proletaria, iniciará un proceso de reformas en la economía china y orientará el desarrollo de los primeros pasos dentro de una relativa apertura del proceso político interno dirigido a modernizar el país.

 

En ocasión de la celebración del XI Congreso del PCCh en 1977, mediante la crítica a los acontecimientos del período de la Revolución Cultural. Den Xiaoping planteó la necesidad de una transformación económica de gran magnitud en China. La misma perseguía llevar al país a su modernización radical en el terreno económico, aunque ciertamente en lo concerniente a lo político e ideológico los cambios se definieron en forma mucho más conservadora. Así, bajo la dirección del Partido Comunista de China y bajo consideraciones de desarrollo de un modelo económico basado en la economía planificada, característica de los modelos de desarrollo socialistas, China incorpora en sus políticas de desarrollo la propuesta de “dos modelos, un sistema”. Mediante ella, reivindica el carácter socialista del país, a la vez que introduce reformas de corte capitalista en su economía.

 

El rumbo iniciado por Deng Xiaoping es en su esencia el mismo rumbo que al presente mantiene China. Con sus actuales más de 1,300 millones de habitantes y una superficie de terreno de 9,596.960 millones de kilómetros cuadrados,  ha sido el socialismo con características chinas, el que a lo largo de estas décadas ha permitido el desarrollo de un país como el que hoy despunta en el mundo.

 

Como indicó el entonces Presidente de la República Popular China en el 60 Aniversario del triunfo de la Revolución en su país, “la historia nos ha indicado que el camino de avance nunca es llano, pero que un pueblo unido que toma el destino en sus propias manos vencerá, sin ninguna duda, todas las dificultades, creando continuamente grandes epopeyas históricas.”

 

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