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Coabey, el Valle Heroico PDF Imprimir Correo
Escrito por Ángel Pérez Soler / Juventud Hostosiana   
Martes, 30 de Octubre de 2012 02:49

HMMarín Torres, Heriberto.  Coabey, el Valle Heroico.  Primera Edición. 1995.

Heriberto Marín Torres, original de las montañas del pueblo de Jayuya, nació el 23 de noviembre  del 1928.  Hijo de familia de 9 hermanos, Marín Torres ha dedicado su vida a la lucha por la Independencia de Puerto Rico.

Pasó sus años de juventud en la cárcel por la participación activa en los sucesos del 30 de octubre de 1950 en su pueblo natal.

A pesar de las más altas persecuciones políticas, Heriberto Marín, sigue afirmando la necesidad de la Independencia Nacional, para la creación un Puerto Rico distinto. Ha publicado varios libros, incluyendo el género literario de la poesía.

Su libro más emblemático es “Coabey, El Valle Heroico”. Este libro es una compilación de las memorias de Marín Torres, las cuales comprenden desde su niñez en su Jayuya amada, hasta la edad adulta de su vida. La narración es hecha por capítulos pequeños, los cuales son utilizados para trabajar memorias de sucesos particulares. Son 85 capítulos y es complementado con una serie de documentos que sirven de pie forzado de la lectura. La gran mayoría de los documentos que acompaña la lectura, son extraídos de la carpeta de Marín Torres. Estos documentos, nos muestran el grado de persecución de las agencia del Estado, para fichar, seguir y hasta hacer la vida imposible a los luchadores por la independencia.   

En un inicio, el lector puede imaginar que encontrará una descripción amplia, buena y organizada de lo que fue aquella gesta patriótica del 30 de octubre de 1950, pero, en el proceso de la lectura podrá encontrar algo más. La capacidad del escritor  de elevar la imaginación del lector, nos remonta a ese bello lugar, el cual debe ser visitado por todos/as puertorriqueños/as, el pueblo de Jayuya. Es que Heriberto Marín, más allá de escribir sobre la experiencia revolucionaria, supo plasmar la belleza de aquel lugar, sin omitir ningún detalle. La vibra que se respira en aquel Valle de Jayuya, es incomparable y la descripción que hace el autor del lugar a finales de la década del 1930, hasta el 1950 hace reflexionar que la lucha que fue llevada por los grandes revolucionarios jayuyanos, no fue en vano. Marín Torres, comparte las vivencias que hicieron de este heroico puertorriqueño un revolucionario de verdad. Desde las experiencias de la niñez, que siempre serán las que marcarán la sensibilidad de la vida humana, hasta su cercanía con Don Pedro Albizu Campos. Todo esto se encuentra en esta maravillosa lectura.

Un ejemplo de estas bellas descripciones del puño y letra de Marín, la hace al describirnos la primera vez que visitó San Juan, con una maestra llamada Ana Luz Marchand en el año de 1938. Nos relata Marín:

“El grupo era bastante grande y la mayoría íbamos descalzos. Ninguno había montado en un auto de motor. Tan pronto empezaron las cuervas de la carretera hacia Ciales se desató la vomitaera.

Nadie quedó sin marearse. Luego empezó a llover y hubo que cubrir el camión con una manta, lo que empeoró la situación. Encerrados en aquel infierno, la peste a vómito se hizo insoportable. El viaje de placer se convirtió en un a viaje de angustia.

Llegamos a Río Piedras cerca de las diez de la mañana, unas seis horas después…” 

Relata Marín, que después de limpiarse en casa de la maestra, visitaron la Universidad de Puerto Rico, donde fueron mirados como “seres extraños”  y luego al Parque Luis Muñoz Rivera, donde por primera vez pudieron ver el mar. La descripción de Marín, nos hace reflexionar de la vida a finales de la década del 1930, cuando un viaje de Jayuya a San Juan duraba seis horas y donde los niños/as de nuestro País, estaban descalzos y jamás habían visto el mar. Otra reflexión de tan bella descripción es la mirada que le dieron los estudiantes Universitarios de ese entonces. En aquella época, solo asistían a la Universidad un grupo privilegiado. La diferencia entre aquella realidad y la que vivimos ahora, ha sido la radicalización de grupos universitarios que demandaron que la Universidad dejara de ser ese espacio privilegiado y se convirtiera en un semillero de nuevos forjadores de Patria. Sin duda, falta mucho por rectificar, pero la diferencia  marcada del ayer  y el ahora, señala un proceso de lucha de ciudadana, que aumentó la participación de la nuestra gente en la Universidad de todos los puertorriqueños/as.  

Otra de las descripciones fascinantes que hace Heriberto Marín es el retrato de la Casa Canales, la misma que por hoy sirve de museo revolucionario en pleno corazón de Jayuya. Y dice Marín:

“La hacienda de los Canales quedaba al lado del Camino Real. Una hilera de árboles de palenque, a ambos lados del camino de arena, junto a varios bucayos, hacían de la entrada al patio principal un sitio muy bonito.

A mano de derecha se alzaba la casa de los Torresola. Era una casa sin balcón, larga, paralela al camino. Tenía una puerta que daba hacia el frente, otra hacia el lado y otra hacia atrás del patio. Al lado izquierdo de patio había una pequeña finca sembrada de café, guineos y árboles frutales y de sombra” 

Tan magnifica descripción, hace la mente volar a un espacio de tranquilidad y amor patrio. Es claro que los jayuyanos se tiraron a la defensa de tan hermoso lugar. Para sumar la belleza del lugar Marín describe la Casa de los Canales:

“La casa de los Canales estaba centralizada en el terreno que ocupaba la Hacienda. Era una construcción típica colonial española. A ambos lados de la entrada, había  jardines que rodeaban  la escalera que llevaba al balcón. Un balcón amplio a todo lo ancho de la casa, con una baranda de madera y dos puertas de entrada que daban a una sala amplia y sencilla, con muebles de pajilla, una mampara en el centro que dividía la biblioteca de la sala y lo que posiblemente fuera antes un comedor. En la sala colgaban algunos retratos: don Rosario padre de Blanca’ Nemesio, hermano de doña Consuelo, la madre; y don Pedro Albizu Campos”.    

Y para impregnarle el sabor revolucionario:

“Los bajos de la casa, el primer nivel servía para guardar las herramientas y utensilios de labranza, además de refugio seguro en caso de tormentas. Cuando llegó Albizu, se limpió y habilitó para campamento revolucionario. Servía de escondite de armas, así como de dormitorio para los que protegía su vida. Los jóvenes, un grupo considerable, dormía en catres y hamacas.”

Esa es la mística que impregna en tan fabulosos lugar. Todo esto adornado con los Tres Picachos en la parte posterior, haciendo del paisaje uno único. Por otra parte, la estadía de Albizu en Jayuya, parece haber hecho una gran aportación al desarrollo de la conciencia de este pueblo. Hoy por hoy, siendo un pueblo que ha estado gobernado por incumbentes del  PNP y PPD, en este lugar flota una solo bandera, la bandera puertorriqueña con los colores revolucionarios, además del gran respeto que hay por la preservación de la memoria de aquellos que antes de la colonización española, vivieron y disfrutaron esos lares. Y claro que Don Pedro fue un elemento importante para el desarrollo de la conciencia en este pueblo, la descripción de la primera vez que tuvo de frente Heriberto Marín a Albizu lo deja ver:

“Una noche llegó a mi casa Griselio Torresola. Eso no era raro, pues iba con regularidad a buscarme. Pero esa noche iba más serio que nunca. Me dijo que a casa de Blanca Canales había llegado alguien a mí me gustaría conocer personalmente. No me dijo de quién se trataba. Al entrar a la casa está don Pedro parado en medio de la sala. Me acerqué tímidamente a darle la mano, pero él se me adelantó y dándole un fuerte abrazo me dijo: Hijo,  ¿cómo está ese corazón? No tuvo que decir más para que yo lo siguiera.”

Poder transportarnos a ese momento, solo se logra escribiendo con el corazón. Es que las memorias de Heriberto Marín, son un regalo para aquellos que el tiempo nos traicionó y no nos permitió estar allí.

Estas memorias, no solo nos enseña la belleza de ese Jayuya pre revolución, si no que nos permite poder apreciar, otra parte de ese Pedro Albizu Campos que poco conocemos. Marín Torres, describe el incansable afán de Don Pedro por conocer la gente del barrio. Dice Marín, que Albizu iba cada tarde a hablar con los vecinos del barrio y que en esas visitas muchos cambiaban la impresión que los medios de comunicación habían diseñado de él. Escribe Marín:

“Don Pedro era una persona afable y cariñosa. Nos trataba como si fuéramos sus hijos. Jamás he conocido político o líder alguno que prestara tanta atención a los jóvenes como él. Jamás trató de engañarnos. Siempre nos recalcaba la gran responsabilidad que teníamos y el gran peligro que corríamos al ser miembros del Partido Nacionalista. Nos decía lo arriesgado que era la revolución y que no era cosa de juego. Recuerdo muy bien las veces que personas que iban de la isla a visitarlo le preguntaban que cuando iba a comenzar la revolución, su reacción era 'La revolución no es una tontería, ni se hace de la noche a la mañana, ni es un juego de niños. Es algo doloroso y serio donde hay que sacrificarse. No hay fechas pero, cuando sea, espero verte allí'. De aquellos que se desvivían por pelear, no apareció ninguno a la hora de la verdad.” 

Esa firmeza solo podía venir de un hombre que destinó su vida al colectivo, sin mirar las consecuencias personales. Mostrando aún más la grandeza de ese gran hombre,  Marín, nos cuenta:

“Nunca oí a Don Pedro decir una palabra hiriente de persona alguna en las conversaciones privadas. En la tribuna era un látigo, pero siempre caballeroso y veraz. Su espíritu caritativo rayaba en lo franciscano. Una mañana llegó a la casa de Blanca una delegación del pueblo de Ceiba. La ayuda que llevaban era en dinero. Le entregaron a Don Pedro un rollo de billetes y él se lo echó en el bolsillo del gabán, sin contarlo. Al poco rato llegó una señora del barrio, bien pobrecita, a quien le habían hospitalizado el hijo en Ponce, y no tenía dinero para ir a verlo ni para comprar alimentos. Don Pedro la sentó a su lado, conversó un ratito con ella y sacó el rollo de billetes y se lo dio. Luego le dio un beso en la frente y le dijo que cuando se le terminara volviera, que lo poco que hubiera en ese momento lo compartiría con ella. Los ojos de los Nacionalistas de Ceiba parecían como platos; trataron de amonestarlo, cuestionándole que le hubiera dado todo lo que ellos le habían llevado, sin ni siquiera saber la cantidad. Don Pedro les dijo que ella necesitaba, en ese momento más que él y que tampoco le interesaba saber cuánto era.”

Este relato, llena a cualquiera de admiración, por ese ser, que siendo de carne y hueso, nos permitió contar con él, en nuestra historia. Si el relato de la acción de Don Pedro es sorprendente la reflexión de Marín es mayor aún:

“Alguien mucho tiempo después, cuando llegaron las nuevas ideologías, me comentaba que ese era un acto antirrevolucionario. Y yo pensé que, si la caridad era antirrevolucionaria, no valía la pena luchar por nada.”

Sólo, hombre y mujeres con sensibilidad y amor, podrán ser revolucionarios de veras. Eso se puede ver en Marín en las extensas descripciones que nos hace de los largos años en cárcel por defender la tierra nuestra. Los cuentos que relata Marín de la crueldad de los altos funcionarios del ejército de los Estados Unidos y los doblegados puertorriqueños que se prestaban para hacer experimentos con los encarcelados ponen los pelos de punta. De la misma forma, las condiciones infrahumanas en las cuales mantenían a tantos puertorriqueños por el único delito de amar la Patria, son cuentos que todos puertorriqueños/as debería conocer para indignarse y tomar acción. 

Heriberto Marín, finaliza su escrito con una de las enseñanzas que él considera sagradas para su crecimiento personal. Marín nos cuenta que la presencia de Pedro Albizu Campos, en la vida de este puertorriqueño ejemplar, sirvió de guía para siempre. En puño y letra de Marín:

“Aprendí de don Pedro muchas cosas en mi vida. Aprendí que la lucha por la independencia de un pueblo es una de amor y no de odio. Aprendí que hay respeta a todos aquellos que difieran de nuestras ideas, pero aún más a aquellos que teniendo las nuestras, difieren de los métodos. Aprendí que ser independentista en este país es casi un milagro y que, no importa a que grupo pertenezcas, todo independentista es nuestro compañero y hermano. Aprendí que no todos los que aman la Libertad están dispuestos al sacrificio. Aprendí que el que más vocifera y grita es el menos hace. Aprendí a no ser machista, pues las compañeras que habían en el Partido eran más abnegadas que nosotros. Aprendí que la cárcel es un sacrificio mayor para aquellos que no están preparados para ella que para el que da la vida en la batalla. Aprendí a ser paciente en la lucha, porque el enemigo se aprovecha de nuestra impaciencia. Aprendí que mientras más nos atáquenos entre nosotros los defensores de la independencia, menos oportunidad tendremos de ser libres. Aprendí algo más que nos dijo Don Pedro: que el día en que a los hombres puertorriqueños se les acabara el valor, sería la mujer la que empuñaría la Bandera de la Patria para hacer la Independencia. Aprendí también algo que ha sido el norte de mi vida. Que hay que contar con Dios en la lucha por la Libertades y la Justicia. En las  conversaciones con Don Pedro, jamás oí una palabra negativa de otro independentista. Tenía el mayor respeto para el Dr. Gilberto Concepción de Gracia y para los demás líderes que participaban del proceso electoral, aunque él no creyera que esa era la mejor solución para lograr la independencia. Si lo respetaban era porque él respetaba a los demás”  

Solo las palabras textuales podrían describir la altura de tal revolucionario. Marín Torres, hace un despliegue de las virtudes de Albizu Campo como líder de la independencia, desprendiéndose del reconocimiento que debe haber por él. Heriberto Marín, eleva los valores de esta Patria, al lugar más alto en el firmamento.

Sin duda este libro es una pieza de colección para todos/as los/as historiadores/as que deseen trabajar el Siglo XX. Más allá de la descripción de tan fascinante suceso en manos de los/as revolucionarios de Jayuya, Marín nos da una visión más amplia del Puerto Rico del 1930 al 1950, la migración de los puertorriqueños por motivo de pobreza, la vida de los puertorriqueños en los Estados Unidos, la descripción narrativa completa de esos hechos del 30 de octubre de 1950 y la tortura vivida en las cárceles del Estado a los independentistas de la época. Es sabido el reconocimiento a figuras de gran envergadura revolucionarias en los nombres de Batances, Albizu y Corretjer, pero en realidad estas grandes figuras no hubiesen sido nada sino haber tenido a su lado gente como Heriberto Marín Torres, Blanca Canales, los Hermanos Torresola, Carmín Pérez y otros tantos y tantas, los cuales dieron su vida sin medir el problema personal que les traería.

Este libro es de alta recomendación para los lectores y amantes de la historia puertorriqueña.

Coabey, el Valle Heroico

Por Ángel Pérez Soler / MINH
Marín Torres, Heriberto.  Coabey, el Valle Heroico.  Primera Edición. 1995.

Heriberto Marín Torres, original de las montañas del pueblo de Jayuya, nació el 23 de noviembre  del 1928.  Hijo de familia de 9 hermanos, Marín Torres ha dedicado su vida a la lucha por la Independencia de Puerto Rico, estando sus años de juventud en la cárcel, por la participación activa en los sucesos del 30 de octubre de 1950 en su pueblo natal. A pesar de las más altas persecuciones políticas, Heriberto Marín, sigue afirmando la necesidad de la Independencia Nacional, para la creación un Puerto Rico distinto. Ha publicado varios libros, incluyendo el género literario de la poesía.
Su libro más emblemático es “Coabey, El Valle Heroico”. Este libro es una compilación de las memorias de Marín Torres, las cuales comprenden desde su niñez en su Jayuya amada, hasta alcanzado la edad adulta de su vida. La narración es hecha por capítulos pequeños, los cuales son utilizados para trabajar memorias de sucesos particulares. Son 85 capítulos y es complementado con una serie de documentos que sirven de pie forzado de la lectura. La gran mayoría de los documentos que acompaña la lectura, son extraídos de la carpeta de Marín Torres. Estos documentos, nos muestran el grado de persecución de las agencia del Estado, para fichar, seguir y hasta hacer la vida imposible a los luchadores por la independencia.    
En un inicio, el lector puede imaginar que encontrará una descripción amplia, buena y organizada de lo que fue aquella gesta patriótica del 30 de octubre de 1950, más en el proceso de la lectura podrá encontrar algo más. La capacidad del escritor  de elevar la imaginación del lector, nos remonta a ese bello lugar, el cual debe ser visitado por todos/as puertorriqueños/as, el pueblo de Jayuya. Es que Heriberto Marín, más allá de escribir sobre la experiencia revolucionaria, supo plasmar la belleza de aquel lugar, sin omitir ningún detalle. La vibra que se respira en aquel Valle de Jayuya, es incomparable y la descripción que hace el autor del lugar a finales de la década del 1930, hasta el 1950 hace reflexionar que la lucha que fue llevada por los grandes revolucionarios jayuyanos, no fue en vano. Marín Torres, comparte las vivencias que hicieron de este heroico puertorriqueño un revolucionario de verdad. Desde la experiencia de la niñez, que siempre serán las que marcaran la sensibilidad de la vida humana, hasta su cercanía con Don Pedro Albizu Campos. Todo esto se encuentra en esta maravillosa lectura.

Un ejemplo de estas bellas descripciones del puño y letra de Marín, la hace al describirnos la primera vez que visitó San Juan, con una maestra llamada Ana Luz Marchand en el año de 1938. Nos relata Marín:

“El grupo era bastante grande y la mayoría íbamos descalzos. Ninguno había montado en un auto de motor. Tan pronto empezaron las cuervas de la carretera hacia Ciales se desató la vomitaera.
Nadie quedó sin marearse. Luego empezó a llover y hubo que cubrir el camión con una manta, lo que empeoró la situación. Encerrados en aquel infierno, la peste a vómito se hizo insoportable. El viaje de placer se convirtió en un a viaje de angustia.

Llegamos a Río Piedras cerca de las diez de la mañana, unas seis horas después…”  

Relata Marín, que después de limpiarse en casa de la maestra, visitaron la Universidad de Puerto Rico, donde fueron mirados como “seres extraños”  y luego al Parque Luís Muñoz Rivera, donde por primera vez pudieron ver el mar. La descripción de Marín, nos hace reflexionar de la vida a finales de la década del 1930, cuando un viaje de Jayuya a San Juan duraba seis horas y donde los niños/as de nuestro País, estaban descalzos y jamás habían visto el mar. Otra reflexión de tan bella descripción es la mirada que le dieron los estudiantes Universitarios del ese entonces. En aquella época, solo asistían a la Universidad un grupo privilegiado. La diferencia entre aquella realidad y la que vivimos ahora, ha sido la radicalización de grupos universitarios que demandaron que la Universidad dejara de ser ese espacio privilegiado y se convirtiera en un semillero de nuevos forjadores de Patria. Sin duda, falta mucho por rectificar, pero la diferencia  marcada de aquel entonces  y el ahora, señala un proceso de lucha de ciudadana, que aumentó la participación de la nuestra gente en la Universidad de todos los puertorriqueños/as.   

Otra de las descripciones fascinantes que hace Heriberto Marín es ese retrato de la Casa Canales, la misma que por hoy sirve de museo revolucionario en pleno corazón de Jayuya. Y dice Marín:

“La hacienda de los Canales quedaba al lado del Camino Real. Una hilera de árboles de palenque, ambos lados del camino de aren, junto a varios bucayos, hacían de la entrada al patio principal un sitio muy bonito.

A mano de derecha se alzaba la casa de los Torresola. Era una casa sin balcón, larga, paralela al camino. Tenía una puerta que daba hacia el frente, otra hacia el lado y otra hacia atrás del patio. Al lado izquierdo de patio había una pequeña finca sembrada de café, guineos y árboles frutales y de sombra”  

Tan magnifica descripción, hace la mente volar a un espacio de tranquilidad y amor patrio. Es claro que los jayuyanos se tiraron a la defensa de tan hermoso lugar. Para sumar la belleza del lugar Marín describe la Casa de los Canales:

“La casa de los Canales estaba centralizada en el terreno que ocupaba la Hacienda. Era una construcción típica colonial española. A ambos lados de la entrada, había  jardines que rodeaban  la escalera que llevaba al balcón. Un balcón amplio a todo lo ancho de la casa, con una baranda de madera y dos puertas de entrada que daban a una sala amplia y sencilla, con muebles de pajilla, una mampara en el centro que dividía la biblioteca de la sala y lo que posiblemente fuera antes un comedor. En la sala colgaban algunos retratos: don Rosario padre de Blanca’ Nemesio, hermano de doña Consuelo, la madre; y don Pedro Albizu Campos”.     

Y para impregnarle el sabor revolucionario:

“Los bajos de la casa, el primer nivel servía para guardar las herramientas y utensilios de labranza, además de refugio seguro en caso de tormentas. Cuando llegó Albizu, se limpió y habilitó para campamento revolucionario. Servía de escondite de armas, así como de dormitorio para los que protegía su vida. Los jóvenes, un grupo considerable, dormía en catres y hamacas.”

Esa es la mística que impregna en tan fabulosos lugar. Todo esto adornado con los Tres Picachos en la parte posterior, haciendo del paisaje uno único. Por otra parte, la estadía de Albizu en Jayuya, parece haber hecho una gran aportación al desarrollo de la conciencia de este pueblo. Hoy por hoy, siendo un pueblo que ha estado gobernado por incumbentes del  PNP y PPD, en este lugar flota una solo bandera, la bandera puertorriqueña con los colores revolucionarios, además del gran respeto que hay por la preservación de la memoria de aquellos que antes de la colonización española, vivieron y disfrutaron esos lares. Y claro que Don Pedro fue un elemento importante para el desarrollo de la conciencia en este pueblo, la descripción de la primera vez que tuvo de frente Heriberto Marín a Albizu lo deja ver:

“Una noche llegó a mis casa Griselio Torresola. Eso no era raro, pues iba con regularidad a buscarme. Pero esa noche iba más serio que nunca. Me dijo que a casa de Blanca Canales había llegado alguien a mí me gustaría conocer personalmente. No me dijo de quien se trataba. Al entrar a la casa está don Pedro parado en medio de la sala. Me acerqué tímidamente a darle la mano, pero él se me adelantó y dándole un fuerte abrazo me dio” “Hijo,  ¿cómo está ese corazón? No tuvo que decir más para que yo lo siguiera.”

Poder transportarnos a ese momento, solo se logra escribiendo con el corazón. Es que las memorias de Heriberto Marín, son un regalo para aquellos que el tiempo nos traicionó y no nos permitió estar allí.
Estas memorias, no solo nos enseña la belleza de ese Jayuya pre revolución, si no que nos permite poder apreciar, otra parte de ese Pedro Albizu Campos que poco conocemos. Marín Torres, describe el incansable afán de Don Pedro por conocer la gente del barrio. Dice Marín, que Albizu iba cada tarde a hablar con los vecinos del barrio y que en esas visitas muchos cambiaban la impresión que los medios de comunicación habían diseñado de él. Escribe Marín”

“Don Pedro era una persona afable y cariñosa. Nos trataba como si fuéramos sus hijos. Jamás he conocido político o líder alguno que prestara tanta atención a los jóvenes como  él. Jamás trato de engañarnos. Siempre nos recalcaba la gran responsabilidad que teníamos y el gran peligro que corríamos al ser miembros del Partido Nacionalista. Nos decía lo arriesgado que era la revolución y que no era cosa de juego. Recuerdo muy bien las veces que personas que iban de la isla a visitarlo le preguntaban que cuando iba a comenzar la revolución, su reacción era “La revolución no es una tontería, ni se hace de la noche a la mañana, ni es un juego de niños. Es algo doloroso y serio donde hay que sacrificarse. No hay fechas pero, cuando sea, espero verte allí”. De aquellos que se desvivían por pelear, no apareció ninguno a la hora de la verdad”  

Esa firmeza solo podía venir de un hombre que destinó su vida al colectivo, sin mirar las consecuencias personales. Mostrando aún más la grandeza de ese gran hombre,  Marín, nos cuenta:

“Nunca oí a Don Pedro decir una palabra hiriente de persona alguna en las conversaciones privadas. En la tribuna era un látigo, pero siempre caballeroso y veraz. Su espíritu caritativo rayaba en lo franciscano. Una mañana llegó a la casa de Blanca una delegación del pueblo de Ceiba. La ayuda que llevan era en dinero. Le entregaron a Don Pedro un rollo de billete y él se le echó en el bolsillo del gabán, sin contarlo. Al poco rato llegó una señora del barrio, en bien pobrecita, a quien le había hospitalizado el hijo en Ponce, y no tenía dinero para ir a verlo ni para comprar alimentos. Don Pedro la sentó a su lado, conversó un ratito con ella y sacó el rollo de billetes y se lo dio. Luego le dio un beso en la frente y le dijo que cuando se le terminara volviera, que lo poco que hubiera en ese momento lo compartiría con ella. Los ojos de los Nacionalistas de Ceiba parecían como platos; trataron de amonestarlo, cuestionándole el que le hubiera dado todo lo que ellos le habían llevado, sin ni siquiera saber la cantidad. Don Pedro les dijo que ella necesitaba, en ese momento más que él y que tampoco le interesaba saber cuánto era.”

Este relato, llena a cualquiera de admiración, por ese ser, que siendo de carne y hueso, nos permitió contar con él, en nuestra historia. Si el relato de la acción de Don Pedro es sorprendente la reflexión de Marín es mayor aún:

“Alguien mucho tiempo después, cuando llegaron las nuevas ideologías, me comentaba que ese era un acto antirrevolucionario. Y yo pensé que, si la caridad era antirrevolucionaria, no valía la pena lucha por nada.”

Solo, hombre y mujeres con sensibilidad y amor, podrán ser revolucionarios de veras. Eso se puede ver en Marín en las extensas descripciones que nos hace de los largos años en cárcel por defender la tierra nuestra. Los cuentos que relata Marín de la crueldad de los altos funcionarios del ejército de los Estados Unidos y los doblegados puertorriqueños que se prestaban para hacer experimentos con los encarcelados son para pelos. De la misma forma, las condiciones infrahumanas en las cuales mantenían a tantos puertorriqueños por el único delito de amar la Patria, son cuentos que todos puertorriqueños/as debería conocer para indignarse y tomar acción.  

Heriberto Marín, finaliza su escrito con una de las enseñanzas que él considera sagradas para su crecimiento personal. Marín nos cuenta que la presencia de Pedro Albizu Campos, en la vida de este ejemplar puertorriqueño, sirvió de guía para siempre. En puño y letra de Marín:
“Aprendí de don Pedro muchas cosas en mi vida. Aprendí que la lucha por la independencia de un pueblo es una de amor y no de odio. Aprendí que hay respeta a todos aquellos que difieran de nuestras ideas, pero aún más a aquellos que teniendo las nuestras, difieren de los métodos. Aprendí que ser independentista en este país es casi un milagro y que, no importa a que grupo pertenezcas, todo independentista es nuestro compañero y hermano. Aprendí que no todos los que aman la Libertad están dispuestos al sacrificio. Aprendí que el que más vocifera y grita es el menos hace. Aprendí a no ser machista, pues las compañeras que habían en el Partido eran más abnegadas que nosotros. Aprendí que la cárcel es un sacrificio mayor para aquellos que no están preparados para ella que da la vida en la batalla. Aprendí a ser paciente en la lucha, porque el enemigo se aprovecha de nuestra impaciencia. Aprendí que mientras más nos atáquenos entre nosotros los defensores de la independencia, menos oportunidad tendremos de ser libre. Aprendí algo más que nos dijo Don Pedro: que el día en que a los hombres puertorriqueños se les acabara el valor, sería la mujer la que empuñaría la Bandera de la Patria para hacer la Independencia. Aprendí también algo que ha sido el norte de mi vida. Que hay que contar con Dios en la lucha por la Libertades y la Justicia. En las  conversaciones con Don Pedro, jamás oí una palabra negativa de otro independentista. Tenía el mayor respeto para el Dr. Gilberto Concepción de Gracia y para los demás líderes que participaba del proceso electoral, aunque él no creyera que esa era la mejor solución para lograr la independencia. Si lo respetaban era porque él respetaba a los demás”   

Solo las palabras textuales podrían describir la altura de tal revolucionario. Marín Torres, hace un despliegue de las virtudes de Albizu Campo como líder de la independencia, desprendiéndose del reconocimiento que debe haber por él. Heriberto Marín, eleva los valores de esta Patria, al lugar más alto en el firmamento.
Sin duda este libro es una pieza de colección para todos/as los/as historiadores/as que deseen trabajar el Siglo XX. Más allá de la descripción de tan fascinante suceso en manos de los/as revolucionarios de Jayuya, Marín nos da una visión más amplia del Puerto Rico del 1930 al 1950, la migración de los puertorriqueños por motivo de pobreza, la vida de los puertorriqueños en los Estados Unidos, la descripción narrativa completa de esos hechos del 30 de octubre de 1950 y la tortura vivida en las cárceles del Estado a los independentistas de la época. Es sabido el reconocimiento a figuras de gran envergadura revolucionarias en los nombres de Batanes, Albizu y Corretjer, pero en realidad estas grandes figuras no hubiesen sido nada sino haber tenido a su lado gente como Heriberto Marín Torres, Blanca Canales, los Hermanos Torresola, Carmín Pérez y otros tantos y tantas, los cuales dieron su vida sin medir el problema personal que les traería.

Este libro es de alta recomendación para los lectores y amantes de la historia puertorriqueña.

 

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