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Betances El Antillano, Padre de la Patria puertorriqueña PDF Imprimir Correo
Escrito por Dr. Félix Ojeda Reyes   
Domingo, 07 de Abril de 2013 18:57

betancesDistintas fuentes informan que el Padre de la Patria puertorriqueña es figura sobresaliente en la vida intelectual de París. Las gacetas científicas lo citan, se le nombra mucho, se le conoce y respeta en todas partes. Sus monografías científicas, ensayos políticos y su obra literaria lo prestigian.

 




Compromiso con la libertad   

(…) Los tenía listos contra Weyler; pero el que me había ofrecido fondos (25,000 francos), cogió miedo, y tuve que suspender esa operación, que tal vez hubiera salvado a (Antonio) Maceo. Usted ve que yo no soy para recular ante una empresa; que sin dinero nada se puede hacer… ¡Ah!, ¡si tuviéramos algo en caja, qué baile sería éste!, sin que supieran quién toca el violín".    


Es digno de príncipes, como diría Montesquieu, que se le recuerde a los pueblos los beneficios de la autoridad, pero es todavía mejor que los pueblos les recuerden a los príncipes los beneficios de la libertad.

 

Dr. Ramón Emeterio Betances. La Revue Diplomatique. París, 19 de febrero de 1887.



De todos los oficios a su alcance, el prócer puertorriqueño Ramón Emeterio Betances (1827-1898) prefiere el periodismo por ser una de las actividades que más ayuda “a la dignidad del hombre”. Emplea también, es verdad, la hoja suelta, el manifiesto, la carta personal, el ensayo, las proclamas y los discursos. Pero la utilización de la prensa como vehículo para comunicar sus ideas es una constante en su obra revolucionaria.  Y aunque nunca llega a ser dueño de su propio periódico, el misterio de los títulos, el arte de la tinta sobre el papel, le acompañan por toda la vida. Es un oficio del que nunca puede desligarse.    

En esta ocasión nos proponemos examinar la labor desempeñada por el Doctor Betances en la prensa francesa durante sus años postreros. Distintas fuentes informan que el Padre de la Patria puertorriqueña es figura sobresaliente en la vida intelectual de París. Las gacetas científicas lo citan, se le nombra mucho, se le conoce y respeta en todas partes. Sus monografías científicas, ensayos políticos y su obra literaria lo prestigian. Con una labor tan destacada en la vida cultural y profesional de Francia, aparejada a su inquebrantable compromiso antillanista, el doctor Betances está llamado a ser el líder natural, el portavoz de la colonia cubana de París.    

El 24 de febrero de 1895 se inicia una nueva guerra por la independencia de Cuba. Sin dilación, la noticia va colándose por los resquicios de la prensa internacional. El 13 de marzo de ese año la edición europea del New York Herald, publicada en París, entrevista al líder de nuestro Grito de Lares: "La gente se confunde por los telegramas que afirman que ésta o aquella banda se dispersa. Por supuesto… pero vuelven a unirse otra vez en algún punto preestablecido. Esas son nuestras tácticas. Cuba será liberada por la guerra de guerrillas".    

Es pertinente destacar que estamos frente a un revolucionario profético, experimentado, curtido en las luchas radicales de las Antillas. Con un vivo sentido de la responsabilidad histórica sostiene que es justa la campaña de la tea incendiaria, encaminada a convertir en polvo todo lo que represente poder o riqueza para España. Promueve, además, la caída de la monarquía española e inicia en la prensa francesa un proyecto persistente para evitar o retardar los empréstitos que España pretende obtener de la banca europea.

Si lo anterior fuese poco, Betances actúa como Delegado del Partido Revolucionario Cubano en Francia. Se le nombra Representante Diplomático de la República en Armas y ejerce la presidencia del Comité Cubano de París, por donde se canaliza toda la solidaridad europea con el proyecto libertador cubano. Es sorprendente el cúmulo de trabajo por la libertad acumulado por el doctor Betances en sus años postreros.    

Es una época de expresiva utilización del periodismo. A partir del 28 de julio de 1895 hasta el 1ro de mayo de 1898 (excepto por una breve reseña en la que anuncia la muerte de su querido amigo Gregorio Luperón) todos los artículos que publica Betances en La Revue Diplomatique, de París, 20 textos en total, giran alrededor de Cuba. La labor informativa no cesa. De enero del 1896 a julio de 1897 redacta más de 25 textos para La República Cubana, el periódico bilingüe que dirige en París Domingo Figarola Caneda. Mucho más, el Dr. Paul Estrade enumera, entre el 95 al 98, unas veinte entrevistas que la prensa de París le hace a Betances sobre el caso cubano, aunque probablemente sean muchas más.    

Tampoco podemos pasar por alto los trabajos que envía a Patria, La Verdad, Borinquen, El Porvenir, El Yara y la Revista de Cayo Hueso, publicados todos en Estados Unidos, así como sus comunicados de guerra sobre la insurrección cubana que aparecen regularmente en la edición parisina del New York Herald. Finalmente, debemos mencionar los artículos suyos publicados en México, en España, o en el semanario Il Futuro Sociale, el órgano más importante de la solidaridad italiana con la causa independentista de Cuba.    

Pero el periodismo del Doctor Betances no es un periodismo dedicado exclusivamente a la cobertura de noticias según el estilo actual. El periodismo de Betances se distingue por su compromiso con la libertad. Está marcado por altos vuelos líricos sin olvidar en ningún momento su afán revolucionario.       

Dato curioso. La maquinilla de escribir se inventa a principios del siglo dieciocho. No obstante, es a partir del diecinueve cuando su desarrollo toma alturas insospechadas. En 1872, en atención al taller donde se construye, se presenta el nuevo modelo Remington, de una perfección extraordinaria. Sin embargo, Betances nunca la usa. Escribe a mano su voluminosa correspondencia. Mucho más, copia cada documento que escribe en libros que le sirven de archivos.       

Gabriel García Márquez sostiene que cada cual escribe como puede, o como le dé la gana, añadiríamos nosotros, “pues lo más difícil de este oficio azaroso no es el manejo de sus instrumentos, sino el acierto con que se ponga una letra después de la otra”.    

En la prensa de París Betances critica a los sacerdotes y a los obispos de España. También se ensaña con el sumo pontífice, su santidad León XIII, por bendecir el máuser y los puñales españoles destinados a masacrar a los católicos cubanos.  Mucho más, los trabajos de Betances difundidos en la prensa francesa están cargados de un odio visceral contra Valeriano Weyler. ¿Es justa la furia que siente Betances contra el general español?    

Para el Padre de nuestra Patria, Weyler es un “Cuasimodo disfrazado de general prusiano”.  Un asesino grotesco, una máquina de estropicio y de muerte que ordena la reconcentración de las familias cubanas en fortines militares. Desgraciadamente, la isla entera se ha de convertir en un gigantesco campo de concentración. “Todo lo que puede envilecer al hombre lo alegra, todo lo que puede degradar a la mujer lo hace dichoso”.    

El odio personal que el “filibustero” de Puerto Rico siente por el general español lo induce a tramar su asesinato. Lo que es más importante, Betances se toma la iniciativa de organizar personalmente un comando europeo que iría a Cuba con el mandato expreso de volar en pedazos a Weyler: " …tenía ya, aquí, a dos catalanes, de acuerdo para ir a la Habana, hombres conocidos y acostumbrados a manejar dinamita. Los tenía listos contra Weyler; pero el que me había ofrecido fondos (25,000 francos), cogió miedo, y tuve que suspender esa operación, que tal vez hubiera salvado a (Antonio) Maceo. Usted ve que yo no soy para recular ante una empresa; que sin dinero nada se puede hacer… ¡Ah!, ¡si tuviéramos algo en caja, qué baile sería este!, sin que supieran quién toca el violín".    

Pero Weyler no es el único. A Emilio Castelar lo pinta como una puta vieja (“vieille cocotte”) y del Primer Ministro de España, don Antonio Cánovas del Castillo, Betances dice que es una “vergüenza y horror de la familia humana”.    

A diferencia de las pretensiones del enemigo, para el médico puertorriqueño el proyecto revolucionario de José Martí es un proyecto de amor, de justicia, de dignidad. En el periódico parisino, La República Cubana, Betances critica con muchísimo tacto a su querido amigo, Enrique José Varona: “Revolución del desprecio, decía Lamartine en 1848. Revolución de la desesperación, dijo en Cuba en 1895 Enrique José Varona, uno de nuestros grandes pensadores; pero la desesperación es una pasión negativa. Ahora bien, cuando se niega algo, parece que se retrocede, y nosotros queremos ir hacia adelante. A pesar del despotismo impío que ha recaído sobre nosotros durante cuatro siglos, no, no es la desesperación la que nos mueve. Si se me permitiera conciliar dos términos que parecen ser incompatibles, diría más bien: revolución del amor".

 

Acto seguido, se refiere a Martí como el gran apóstol, el gran organizador, el maestro de maestros. “Martí jamás pronuncia una palabra de rencor: Le dio a la revolución una Constitución tan fuerte que la espada del primer general español no la pudo quebrantar, pero no se conformó; quiso cimentar con su sangre su obra de independencia. Se lanzó al combate y en la batalla de Dos Ríos, cayó, con la espada en una mano y presionando sobre su pecho con la otra la imagen sagrada de… Cuba Libre”.       

Ramón Emeterio Betances nunca llegaría a conocer al Apóstol de la Independencia de Cuba. Sin embargo, mantienen ambos una comunicación epistolar que, en honor de la verdad, no es muy numerosa. El corpus betancino depositado en el Archivo Nacional de Cuba confirma nuestra creencia: “Yo no tuve desgraciadamente grandes relaciones con Martí”, le confiesa el patricio puertorriqueño a Gonzalo de Quesada y, seguidamente, añade: “Él sabía que yo lo admiraba y él me tenía alguna estimación, como lo prueba el librito de poemas que me mandó, con esta dedicatoria: A un hombre. Yo le mandé también algo expresándole toda mi admiración y mis esperanzas; pero relaciones continuas, no las tuvimos”.    

Los esfuerzos hechos por desenterrar las cartas cursadas entre Martí y Betances han resultado infructuosos. Estamos frente a una correspondencia que permanece extraviada y con toda probabilidad se ha perdido para la historia. Sin embargo, aun cuando nadie ha visto el epistolario Betances-Martí, se sabe que existe porque ambos así lo confirman. Ejemplo es la carta que el cubano envía al general Máximo Gómez el 23 de noviembre de 1893: “De París me escribe Betances, lejos –por supuesto—de la realidad cubana, pero dentro de la realidad española…”    

En febrero de 1894, fallece en Nueva York una mujer caritativa, dulce, resignada, una puertorriqueña que milita en el Partido Revolucionario Cubano: Demetria Betances, la hermana menor y la más querida de nuestro héroe nacional. El cuerpo de Demetria es incinerado en el condado de Brooklyn. A manera de condolencia, José Martí escribe en las páginas de Patria un artículo titulado “Adiós a una hermana”:

"En la modestia de su corazón, rodeada de fraternal respeto… vivía en Nueva York, de años atrás, la hermana del magnánimo puertorriqueño, Demetria Betances… Ella que no quiso vivir en su tierra esclava… Ella nos bordaba la bandera, compraba de su trabajo la orla de oro, ponía un ramo de flores de su mano en la tribuna del orador o en la sepultura del héroe, animaba con su recto consejo y su pasión de la libertad a los que parecían cansarse o extraviarse en el camino. El trabajo era su deleite: su oficio, la piedad: el hermano honrado, su ídolo: Borinquen, su corazón…"    

La admiración y el aprecio que se profesan los dos héroes antillanos es natural y mutua. Para Betances, Martí es el Apóstol, el héroe, “el alma de las multitudes movilizadas”. Para el cubano, Betances es aquel “cuya virtud llegó a tal cumbre… que a los que llegan después solo es dado el difícil esfuerzo de imitarlo”.    

El camino de la rebelión está sembrado de muchos peligros e innumerables dolores. Esa lección la aprende muy bien el Dr. Betances. No obstante, si hacemos inventario de las mayores contribuciones que el líder de nuestro Grito de Lares hace a la causa cubana en sus años postreros, tendríamos que destacar: La compra y acarreo de armas para el Ejército Libertador. El envío de combatientes a la selva revolucionaria. La solidaridad con los presos políticos. El cobro de contribuciones de guerra a los propietarios de ingenios azucareros residentes en Europa. Y finalmente, sus gestiones para acercar al movimiento revolucionario de las Islas Filipinas con el proceso insurreccional cubano. Si todavía existieran dudas sobre la singular genialidad y generosidad del médico de Cabo Rojo deberíamos agregar que a Cuba le regala hasta su caja de cirujano, sus instrumentos quirúrgicos, en un acto equivalente a quitarse el pan de la boca.    

Además de Padre de la Patria puertorriqueña, a Betances se le conoce en vida como “El Antillano”. No puede tener apelativo más apropiado. El concepto de la antillanidad es tan real, tan vital, tan urgente para Betances, que todas nuestras tierras parecen una, no importa la lengua que hablen. Estando en Haití estaba en Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo. Sin haber podido volver a pisar tierra puertorriqueña después de 1867 y sin haber estado jamás, jamás, en Cuba, desde Haití o desde San Thomas, desde Santo Domingo o Curazao, desde Inglaterra o París, el único norte de su vida es la libertad, no sólo política sino humana, de los esclavizados hijos de todas las Antillas.    

Cuando recordamos su muerte ocurrida en París el 16 de septiembre de 1898, podríamos decir lo que de Emerson escribió Martí en la prensa de Venezuela: “La muerte es una victoria, y cuando se ha vivido bien, el féretro es un carro de triunfo. El llanto es de placer, y no de duelo, porque ya cubren hojas de rosas las heridas que en las manos y en los pies hizo la vida al muerto”.

 

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