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Cataluña y Puerto Rico comparados PDF Imprimir Correo
Escrito por Jorge Schmidt Nieto / 80grados   
Martes, 20 de Mayo de 2014 11:30

catalunya-prEl proyectado referéndum catalán sobre su relación política con España ha generado decenas de artículos desde perspectivas diversas. Una opinión es que se trata de un asunto de autodeterminación o autogobierno. Desde ese ángulo, la experiencia catalana permite su comparación con territorios como Puerto Rico que tampoco han resuelto la controversia sobre donde reside la soberanía. La comparación de ambos casos revela varias similitudes muy marcadas, a la vez que resalta algunas diferencias fundamentales.



Las similitudes incluyen la ocupación militar, la represión contra su lengua, cultura y nacionalismo, su identificación con el poder central, la oposición del centro a la celebración de plebiscitos, el dilema sobre el voto de la diáspora y los inmigrantes, el diseño de la bandera y la degradación de su crédito. Entre las diferencias se encuentran el nivel de riqueza, la dependencia económica del poder central, la popularidad del independentismo y el estatus político actual del territorio.

Cataluña y Puerto Rico se parecen, primeramente, en que pertenecen en su inicio al gobierno central por virtud de una ocupación militar. Aún después de la unificación por matrimonio de los reinos de Castilla y Aragón en el siglo 15, Cataluña gozó de gobierno propio hasta pasar a formar parte subordinada del reino de España a raíz de la Guerra de Secesión Española de principios del siglo 18 en la que Barcelona se alió con el lado perdedor de la guerra, lo que le costó la pérdida de su soberanía nacional y la cesión a Francia de parte de su territorio septentrional. Cataluña también perteneció al bando perdedor en la Guerra Civil española, lo que nuevamente pagó con humillación política. Por otro lado, Puerto Rico pasó a manos estadounidenses como resultado de la invasión de 1898, producto de la Guerra Cubano-hispano-americana. La autoridad militar sobre Puerto Rico se estableció desde el principio con cuatro gobernadores militares y la jurisdicción del secretario de guerra sobre sus asuntos internos. Además, el ejército estadounidense construyó una red de bases militares unidas por carreteras principales alrededor de todo el territorio puertorriqueño.

Ambas naciones también sufrieron políticas de aculturación, discrimen contra su lengua y represión del nacionalismo durante varias décadas del siglo 20. Cataluña sufrió el peso del unitarismo franquista que criminalizó las manifestaciones nacionalistas catalanas y prohibió el uso de su lengua nativa. También clausuró el parlamento catalán y promovió lo castellano sobre lo catalán. También intentó afectar la autoestima del pueblo catalán al menospreciar su cultura y catalogar su lengua como dialecto del español. La experiencia de Puerto Rico con la Americanización de la primera mitad del siglo 20 incluyó el intento de eliminar el uso de la lengua vernácula a través del sistema de instrucción pública en la que se utilizaba únicamente el inglés como medio de enseñanza, además de la ridiculización de las costumbres y valores hispanos de los puertorriqueños para reemplazarlos con la visión de mundo anglosajona, que se presentaba como símbolo de la modernidad, la cultura y el progreso. En ambos casos se generaron movimientos exitosos de resistencia que provocaron el fracaso de las políticas de exterminio cultural promovidas por los gobiernos de Madrid y Washington. Esa resistencia etnolingüística le proveyó a los sectores nacionalistas y anti-asimilistas de ambos territorios su mayor victoria puesto que la lucha por el autogobierno perdería el sentido si se borrara lo que los hace distintos del centro político.

Por otro lado, Cataluña y Puerto Rico tienen un alto sentido de compenetración cultural, histórica y política con el gobierno central, que no desaparecería con la independencia. Dentro de España viven millones de catalanes fuera de Cataluña, así como millones de puertorriqueños habitan los Estados Unidos. La mayoría de los catalanes se sienten catalanes y españoles y no proyectan hostilidad ni xenofobia contra el resto del país. La simpatía de la independencia en Cataluña no se da dentro de un contexto de enemistad hacia España sino en el marco de una posible integración con la Unión Europea en igualdad de condiciones con Madrid. En este sentido, el movimiento soberanista catalán se parece más a su contraparte en Escocia, relativo a los ingleses, que a los movimientos separatistas de Bélgica, Crimea, Kosovo o Kurdistán. En el caso de Puerto Rico, el movimiento independentista incluso plantea el mantenimiento de la ciudadanía estadounidense en un arreglo de doble ciudadanía, para recalcar que la defensa de lo puertorriqueño no implica antiamericanismo. Los puertorriqueños hablan de varias ciudades estadounidenses como Orlando y Nueva York con la misma familiaridad que ciudades en la isla. Puerto Rico tiene más congruencias culturales con Estados Unidos que ningún país latinoamericano y el discurso soberanista que rechaza esos lazos no goza de respaldo alguno del electorado puertorriqueño.

Otra semejanza entre Puerto Rico y Cataluña es que el poder político central, actualmente e históricamente, se opone a la celebración de un plebiscito de status, a pesar de su retórica democrática. Las elecciones plebiscitarias que propone el gobierno de Artur Mas para noviembre del 2014, recibieron el rechazo expreso del gobierno del Presidente Mariano Rajoy. El Tribunal Constitucional de España también lo desestimó bajo el alegato de que debía convocarlo el gobierno central y que debía incluir a todos los españoles, en claro apoyo a la política del Partido Popular. Estados Unidos, por su parte, ha bloqueado todos los intentos del pueblo puertorriqueño de celebrar un plebiscito avalado por el gobierno de Washington. Desde 1899, el gobierno de Washington ha obstaculizado todos los intentos de celebrar plebiscitos de estatus generados desde el Congreso o la Casa Blanca, a la vez que le ha hecho caso omiso a los que se han producido por el gobierno de Puerto Rico. A los intereses nacionales de Madrid y Washington les conviene evitar el cambio político y mantener la relación jurídica intacta. A esos fines no titubean en utilizar todos los recursos del estado.

En ambos casos también existe un debate sobre qué personas deben tener derecho al voto en el plebiscito. En Cataluña se cuestiona si deben votar los residentes en Cataluña que no sean catalanes, que incluye a españoles de otras regiones y a inmigrantes de otros países. Se presume que, tal como pasó en Quebec en 1995, los inmigrantes nacionales o internacionales votarán masivamente en contra de la independencia. Por otro lado, se plantea la posibilidad de que voten los catalanes residentes del resto de España, que se presume favorecerán la independencia. En Puerto Rico se plantea la posibilidad de excluir del voto a inmigrantes de otros países, como dominicanos, cubanos o venezolanos, cuya presencia en la isla se debe a su condición de territorio estadounidense, por lo que votan contra la independencia. Por otro lado, se discute la posible participación de la diáspora puertorriqueña en Estados Unidos, cuyo apoyo a la soberanía parece ser superior, aunque no mayoritario, al de los residentes en Puerto Rico. Ese debate en su fondo aborda el asunto de la definición de los límites de la nacionalidad catalana y puertorriqueña pues deriva de la pregunta fundamental de quién se considera parte de la nación.

Las similitudes entre las banderas catalana y puertorriqueña también ilustran sus rasgos compartidos. La bandera independentista catalana refleja la influencia de las banderas cubana y puertorriqueña, que a su vez utilizaron de modelos a la estadounidense y francesa. Las franjas de la bandera catalana tienen su propia historia pues representan los dedos ensangrentados de Guifredo el Velloso, pero la estrella dentro de un triángulo que corta las franjas es creación antillana. El parecido en las banderas ilustra la empatía entre nacionalistas catalanes y puertorriqueños por la causa del otro.

Las última semejanza radica en que Cataluña y Puerto Rico compartieron la desgraciada noticia de la degradación de su crédito a chatarra por las casas acreditadoras. Standard & Poors rebajó en 2012 los bonos catalanes a basura al reducirlos a BBB, parcialmente como resultado de la petición del pacto fiscal del gobierno de la Generalitat Catalana al gobierno de Madrid en el que pretendía reformular las bases de su arreglo presupuestario con el gobierno para permitirle mayor autonomía en el manejo de sus fondos. Esa petición surgió en el marco de la crisis de deuda española que afectó desproporcionadamente a Cataluña por su condición de potencia industrial y financiera de España. El decrecimiento de la economía española produjo perspectivas negativas de crecimiento futuro para la economía catalana, lo que junto al déficit presupuestario de la Generalitat, producido en parte por el costo de su estado benefactor, aumentó el riesgo de la inversión en su deuda. En Puerto Rico, los bonos se degradaron a chatarra en el 2014 debido a la recesión crónica que lo aqueja desde 2008, la perspectiva negativa de crecimiento, el excesivo nivel de endeudamiento público que parece imposible de repagarse y la falta de transparencia en la gestión gubernamental.

Una diferencia fundamental entre ambos casos es que Cataluña es la región más rica de España y Puerto Rico es una de las regiones más pobres de Estados Unidos. La riqueza catalana representa casi una quinta parte del producto interno bruto de España, sin contar con las inversiones catalanas fuera de su Generalitat, que son cuantiosas. La pérdida de Cataluña le asestaría un duro golpe a la economía española y reduciría su PIB en al menos 20% de manera inmediata. Esa es la razón fundamental para que el gobierno del Presidente Mariano Rajoy, del conservador Partido Popular, se oponga tenazmente a la celebración del referéndum de independencia y que, en todo caso lo considere pero con la participación de todos los electores españoles, que en su mayoría rechazan la separación de Cataluña, para neutralizar el voto catalán. En eso, los conservadores cuentan con el apoyo de su rival el Partido Socialista Obrero Español, que también promueve la centralización del sistema político y el unitarismo de España. La República de Cataluña tendría un PIB per cápita superior al promedio de la Unión Europea, por encima de Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y la propia España. Su PIB es similar al de Dinamarca, con un mayor territorio y población, con un gran potencial de crecimiento futuro. Puerto Rico, en contraste, es un país en desarrollo, con un PIB per cápita muy inferior al promedio de Estados Unidos y lejano del estado más pobre del país. Su PIB total lo coloca en la posición 37 entre los estados de la unión, y de considerarse en el cálculo, aportaría menos del 1% del PIB de Estados Unidos.

Otras diferencia radica en que los catalanes perciben que le aportan más al gobierno de Madrid de lo que reciben a cambio, mientras que los puertorriqueños creen lo contrario relativo a Estados Unidos. No existe una relación de dependencia en Cataluña que provoque temor a la miseria económica por la eliminación del mantengo social. Todo lo contrario. La creencia generalizada es que la Generalitat subsidia a las regiones más pobres del país y que sus recursos se utilizan para proyectos de infraestructura que les beneficia poco a ellos, como el faraónico AVE o tren de alta velocidad, conceptualizado principalmente para unir a Madrid con las ciudades del sur y beneficiar mayormente a la capital española. Los puertorriqueños, por su parte, perciben una relación de dependencia económica con Washington a tal grado que estiman que la independencia arrojaría a la población a la pobreza extrema una vez cesaran las aportaciones del gobierno federal en beneficencia social y fondos para las agencias del gobierno. Una cantidad obscena de puertorriqueños vive de la caridad del gobierno, lo que representa el factor más relevante a la hora de explicar las diferencias en la preferencia electoral de los catalanes y los puertorriqueños respecto a su soberanía.

Cataluña y Puerto Rico también se diferencian en que el movimiento independentista de la primera goza del favor de la mayoría del electorado mientras que el del segundo no lo consigue. La soberanía catalana es muy popular entre los votantes y las encuestas lo colocan alrededor del 60% de la intención de voto. Los independentistas puertorriqueños apenas alcanzan el 5% y aún si se sumaran los votos en el pasado plebiscito a favor del ELA Soberano no rebasarían el 28%. Sin duda los movimientos autonomista y anexionista, ambos anti-independentistas, gozan de mayor peso electoral en Puerto Rico que en Cataluña. En ese sentido, la independencia catalana tiene menos obstáculos que superar que la puertorriqueña.

Finalmente, Cataluña pertenece integralmente al estado y el territorio nacional español. La Generalitat catalana comparte la península ibérica con el resto de España e incluso se difunde en términos etnolingüísticos con otras comunidades autónomas que permanecerían dentro del estado español, como Valencia y las Islas Baleares. La separación de Cataluña implicaría redibujar los contornos de España misma, privándola de un territorio que muchos consideran inseparable. Eso contrasta con la lejanía de Puerto Rico de los Estados Unidos de tal manera que son geográficamente dos territorios diferentes y separados por un extenso océano, con los consiguientes retos de comunicación, transportación y continuidad del territorio nacional. Además, Puerto Rico ni siquiera se ha incorporado a Estados Unidos como territorio sino que permanece como propiedad del Congreso. La separación de Puerto Rico, a diferencia de Cataluña respecto a España, no afectaría la integridad territorial estadounidense. Por lo tanto, las fuerzas opuestas a la soberanía catalana en España ofrecerán mayor resistencia que las estadounidenses contra la soberanía puertorriqueña. En ese sentido, el movimiento independentista catalán enfrenta una barrera mayor que el puertorriqueño.

En resumen, la comparación revela varios contrastes entre Cataluña y Puerto Rico en su búsqueda del autogobierno y la soberanía propia. No hay duda de que en ambos casos la ruta hacia el pleno desarrollo político impone enormes retos y desafíos que históricamente no se han superado. Ninguna solución gozará de aceptación universal ni carecerá de costos sociales y económicos. Sin embargo, resulta evidente que la inercia política ha provisto pocas herramientas para resolver la actual crisis política y económica que experimentan las dos naciones. La inercia, tal como señaló Newton en su primera ley de movimiento, únicamente se supera con una fuerza mayor. Sólo la historia revelará si el cambio en Cataluña y Puerto Rico posee el ímpetu necesario para triunfar sobre el inmovilismo.

 

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