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Presentación de "Guerra contra todos los puertorriqueños", de Nelson Denis PDF Imprimir Correo
Escrito por María de Lourdes Santiago   
Lunes, 30 de Noviembre de 2015 09:49

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Uno de los recuerdos más claros de mi infancia no es mío. Tampoco es de quienes me contaron la historia. Quizás ni siquiera sea de quienes se la contaron a ellos. Pero creo que retrata de cuerpo entero lo que la hábil manipulación de la realidad puede hacerle a un país.


Presentación por María de Lourdes Santiago del libro en su versión en español, "Guerra contra todos los puertorriqueños", de Nelson Denis, el 23 de noviembre de 2015 en la Universidad Interamericana de Ponce.



Uno de los recuerdos más claros de mi infancia no es mío. Tampoco es de quienes me contaron la historia. Quizás ni siquiera sea de quienes se la contaron a ellos. Pero creo que retrata de cuerpo entero lo que la hábil manipulación de la realidad puede hacerle a un país.Mis padres, ambos nacidos y criados en Adjuntas tenían once años en octubre de 1950, cuando en el pueblo vecino de Jayuya inició la Revolución Nacionalista.

Contaban--como si lo hubieran visto--de los arrestos a todo independentista conocido, tan vívidamente que yo sentía el frío de la madrugada mientras me pintaban la escena de hombres, gente buena y decente, que sin tiempo para terminar de vestirse, intentaban la maniobra de mantener los pantalones desprovistos de correa en su sitio, a la misma vez que sostenían las manos en alto como les ordenaba la policía.

La anécdota (eco de relatos similares que leí, muchos años después en el texto de Miñi Seijo, que debe ser lectura obligada, y también en Guerra contra todos los puertorriqueños) tenía un propósito clarísimo: aleccionar sobre lo que le pasa a los independentistas. Afortunamente, la excepcional crianza que nos dieron nuestros padres (sin ser independentistas) a mi hermana Carmen y a mí, cargada de los valores que iluminan al independentismo--amor a la patria, conciencia de nuestra identidad, valor del trabajo, cultivo de la dignidad propia y respeto a la dignidad ajena-- no permitió que la enseñanza maligna calara, y hoy somos ambas candidatas por el Partido Independentista Puertorriqueño.

Pero no ocurrió así con mucha gente. El dicho de que la historia la escriben los vencedores lo ha tenido que vivir y padecer amargamente el independentismo puertorriqueño. La documentación y el relato de la realidad vivida en nuestro archipiélago, sometido a más de cinco siglos de dominación, nos ha sido arrebatada, secuestrada por los miles de folios --debidamente encuadernados para consumo escolar-- usados para transmitirnos la idea de que Puerto Rico es un país pequeño, con pocos recursos naturales, en el que la gente vive, respira y come gracias a la benevolencia del Norte. En esa versión de nuestra vida de pueblo, Ramón Emeterio Betances es un gentil emancipador de niños esclavos, no un gigante revolucionario; lo que ocurrió en Jayuya una nota al calce, la dolorosa emigración de los nuestros a lo sumo es jugosa materia prima para La Carreta, y figuras como la de Gilberto Concepción de Gracia no existen. En esa perversa distorsión de lo que somos, las carreteras fueron asfaltadas, las lombrices erradicadas, los niños enviados a la escuela y las deslumbrantes fábricas que nos sacaron de la era de las cavernas, plantadas por la benévola mano de El Vate.

Con esa escenografía de cartón y ese libreto de encargo, la historia inventada por los vencedores usurpó el espacio vital del espíritu en el que se forja la conciencia de un pueblo, y por décadas, ha sido la zapata sobre la cual se ha levantado lo que Rubén llama en su "Nota al Lector" al comienzo del libro "el imperialismo bobo de ubre prolífica que se deja ordeñar". Hasta hoy, nos han querido quitar la esperanza de lo que podemos ser sepultando en el olvido lo que somos.

En esa pelea desigual, Nelson Denis, desde ese gran centro de conspiraciones libertadoras que es Nueva York (¡cuántas páginas de la historia de las independencias latinoamericanas se han escrito desde las entrañas del monstruo!) nos trae Guerra contra todos los puertorriqueños; un libro que ha llegado, como dijo Neruda de su amada Matilde: "echando la puerta abajo", desde que se publicó por primera vez en inglés, y que los independentistas recibimos como el comienzo de un nuevo asalto en la revancha que la historia oficialista nos debe.

Este libro que hoy nos convoca es resultado de muchos, muchos años de estudio, investigación y me atrevo a decir, de muchas angustias y desvelos de su autor. Prueba del rigor con que se trabajó son las casi ochenta páginas de notas, tan esenciales a la comprensión del propósito del libro como el texto principal. Está dividido en 23 capítulos que van hilvanando personajes y episodios, para darnos un enfoque casi de lupa sobre figuras del más variado calibre moral, siguiendo una estructura más bien cinematográfica. De hecho, creo que Juan Dalmau, cuando presentó el libro en San Sebastián, comentó que Guerra contra todos los puertorriqueños es el libreto de la película por filmarse sobre el nacionalismo puertorriqueño.

El relato sobre la Masacre de Ponce, por ejemplo, comienza no en la Calle Marina, sino en un cañaveral de Santa Isabel a través de los ojos de Julio Feliciano Colón, y termina en el laboratorio fílmico de Juan Emilio Viguié, y resulta ser una composición narrativa completa en sí misma. Los retratos de los personalejos que nos enviaron los Estados Unidos a imponer su bota: Francis Riggs, Blanton Winship, Charles Herbert Allen, conforman viñetas de horror que pintan con precisión la podredumbre del régimen colonial, tan cruda en aquellos primeros años del siglo XX. La descripción tan dura, tan dolorosa, de una nación ultrajada: la condiciones abusivas del trabajo en el cañaveral para beneficio de los latifundistas estadounidenses; las esterilizaciones a mujeres como forma queda, antiséptica, de exterminio; la malevolencia de las experimentaciones de Cornelius Rhoads; la radiación a don Pedro, y el saqueo económico, madre de la desigualdad, que va desde Manos a la Obra hasta la Ley de Incentivos Económicos vigente hoy día. Pero como en toda historia de dominio colonial, duele más que nada el avasallamiento de los que fueron capaces de traicionar a los suyos, como Faustino Díaz Pacheco, delator de su hermano Raimundo, mártir del ataque a Fortaleza (inevitable recordar que contra doña Lolita Lebrón testificó su hermano), los cientos de informantes que nutrieron las carpetas en las que se documentaba la vida de los independentistas, los jueces y fiscales que acusaron y condenaron en el circo grotesco que fueron los juicios a los nacionalistas. Y por supuesto, la figura rastrera del chófer del whiskey americano, patético, atormentado, débil, corroído, apóstata, disoluto y cruel; el que años más tarde recogería Francisco Rodón, retratando la amargura y fatiga que al final cobraron en su rostro el mal que con disfraz de patriota pragmático y poeta biglota repartió en esta tierra.

Pero no son los habitantes del reino de lo oscuro los protagonistas de esta historia. Del dolor de las trincheras cavadas por esa Guerra contra todos los puertorriqueños --declarada por Riggs el 23 de febrero de 1936 tras la Masacre de Río Piedras-- surge la luminosidad de hombres y mujeres de una estámina espiritual superior. Imágenes que bordan el poema de una lucha gloriosa. Bolívar Márquez escribiendo con su sangre: Arriba la República, Abajo los Asesinos. Los tres mil arrestados en toda la isla (los que mis papás, sin haberlos visto, recordaban). Las mujeres que antes de que se hablara de liberación femenina estaban por la liberación de la patria, entre ellas las enumeradas en la página 250: Ruth Reynolds, Olga Viscal, Carmín Pérez, Leonides Díaz, Blanca Canales, Rosa Collazo, Juanita Ojeda, Isabel Rosado, Carmen Torresola, Doris Torresola, de las que como mujer independentista quiero sentirme al menos un poco heredera. El barbero en Barrio Obrero. Los versos de Matos Paoli serpenteando por las paredes de La Princesa, poblando de belleza y tragedia el infierno que colinda con los muros de la mullida Fortaleza.

Don Pedro Albizu Campos, contando una y otra vez los cinco pasos que cabían en su mínima celda, siempre libre y libertador. Albizu, aún muy joven, recogiendo de la experiencia de otras luchas, en especial la de Irlanda, qué traer a su tierra. Albizu, internacionalizando el reclamo de esta pequeña Antilla. Albizu, recorriendo América Latina, llevando apenas lo puesto. Albizu, predicando la independencia. Albizu, con los obreros de la caña. Albizu perseguido. Albizu, juzgado por sedición, representado, entre otros, por don Gilberto Concepción de Gracia (cuyas propias batallas contra el gran traidor están recogidas en un hermoso libro que no se ha difundido lo suficiente: El debate sobre la nación, de Luis López Rojas). Albizu en la cárcel. Albizu torturado, quemado. Albizu, en tránsito a la eternidad y un pueblo llorándole.

Cuando comparamos los dos lados enfrentados en ese guerra, tan diáfanamente dibujados por Nelson Denis, hay que entender: ¿Cómo podía hacer otra cosa el régimen que no fuera negarnos esa parte de lo que somos y convertir en virtud el vicio de la traición sobre la cual levantó este monumento a la tiranía que es el ELA?

Si se está del lado de Orbeta, Riggs, Rhoads y Muñoz Marín, y el enemigo lo representan los miles de independentistas que jamás se rindieron, el espíritu sublime de Albizu, ¿cómo no rematar con el engaño la faena inmunda de la persecución? Y es así que nos han escatimado la historia que poco a poco, hoy con un libro como Guerra contra todos los puertorriqueños, se va rescatando.

En este año del 2015, las condiciones son inmensamente distintas a las que animaron lo que don Pedro describía como el interés de los Estados Unidos en la jaula, no en los pichones. En el epílogo, Nelson Denis recoge algunos de los datos más angustiosos de la situación actual: el colapso del sistema colonial reflejado en estadísticas sobre la pobreza material y social. Deuda, carencias, violencia. También hace un breve recuento del paso rapiñero de los Estados Unidos sobre América Latina, lo que hace que sin querer, el final del libro enlace con las palabras de Rubén al inicio, citando a José Martí: "En el fiel de América están las Antillas que serían, si esclavas [...] mero fortín de la Roma americana y si libres [...] serían en el continente la garantía del equilibrio, la de la independencia para la América Española. Es un mundo lo que estamos equilibrando; no son dos islas las que vamos a liberar."

Este libro es una gran aportación para la reconstrucción cabal de nuestra historia, para la recuperación de la verdad, para pagar esa deuda que tenemos con nuestros hijos e hijas. Pero, por el momento preciso en que llega, es sobre todo una señal para nosotros los independentistas. En esas páginas está recogida buena parte de nuestro código genético como puertorriqueños. Es deber del heredero honrar su herencia. No se nos pide hoy el sacrificio inmenso que dieron ante el altar de la patria miles de hombres y mujeres que estuvieron antes que nosotros: se nos pide que en circunstancias infinitamente más llevaderas, lo hagamos valer. Sin lo poco que nos toca a cada uno hoy, lo mucho que hicieron ellos y ellas queda confinado al recuerdo de un hermoso heroísmo.

Para que aquellas luchas nos lleven a la transfiguración gloriosa de la que nos hablaba don Pedro, hoy tenemos que actuar como hijos e hijas agradecidos. Una de las imágenes más conmovedoras de esta libro es la de aquel Domingo de Ramos de 1937. Entre el olor a pólvora, entre los gritos sordos, el dolor en los rostros, está la bandera, que va, en relevo marcado en sangre, de las manos del cadete de la República a las de Carmen Fernández y de las de Carmen a Dominga Cruz. Hoy está en nuestras manos.

En esta Guerra, ganará la libertad. ¡Que viva Puerto Rico Libre!

 

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