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30 de agosto: Vale la pena recordar PDF Imprimir Correo
Escrito por Vilma Soto Bermúdez   
Miércoles, 01 de Septiembre de 2010 14:57

30 de agosto: Vale la pena recordarEl 30 de agosto de 1985, durante la noche, se cometió otro atentado contra las fuerzas anticoloniales en Puerto Rico. Más de 400 agentes del FBI irrumpieron como bandidos en los hogares puertorriqueños, rompiendo puertas, ultrajando la dignidad de los patriotas y llevándolos esposados a sus prisiones.

 

 

Su fin era obvio: Destruir la lucha emancipadora que en esos momentos se perfilaba fuerte y con gran arraigo en el pueblo que acogía con beneplácito las acciones clandestinas del Ejército Popular Boricua-Macheteros. Eran tiempos donde el pueblo conoció anonadado sobre las carpetas (expedientes) a independentistas o personas, familiares o amigos, que se reunían con ellos; fue el tiempo del horrible crimen del Cerro Maravilla, donde dos jóvenes universitarios fueron masacrados por la policía en un acto planificado por un agente encubierto que más tarde pagaría con su vida su traición a la Patria; y fue el tiempo de los llamados escuadrones de la muerte dirigidos por un grupo extremista dentro de las fuerzas policíacas del país. Eran tiempos aquellos como los de hoy, porque nada ha cambiado. Dicen que con un botón basta y tenemos como brutal ejemplo lo acontecido en el Capitolio un 30 de junio, cuando hombres, mujeres y estudiantes fueron atacados en forma vil por la Policía comandada por Figueroa Sancha, el asesino de Filiberto Ojeda Ríos. Nada a cambiado, pero el pueblo está atento e indignado…

 

Aquel 30 de agosto, a todos los detenidos, hombres y mujeres, 15 en total, los acusaron de haber participado en la incautación de siete millones de dólares de la Wells Fargo en Hartford, Connecticut, el 12 de septiembre de 1983, día del natalicio del líder Nacionalista Pedro Albizu Campos. Desde Puerto Rico los boricuas fueron enviados a cárceles en Estados Unidos. Incluso, al no poder dar con todos los perseguidos, varios fueron sentenciados en ausencia: Víctor Manuel Gerena, los hermanos Avelino y Norberto González y Filiberto Ojeda Ríos, dirigente en la clandestinidad de los Macheteros y uno de los más buscados por el sistema yanqui y asesinado por el FBI en el 2005. En Hartford fueron juzgados por gringos cuando la mayoría de las supuestas pruebas estaban en idioma castellano.

 

Haciendo galas de su prepotencia sobre la Isla caribeña, el FBI —como es de su uso y costumbre— fabricó evidencias, interceptó teléfonos aunque está prohibido por la Constitución puertorriqueña. Grabaron nada menos que 1500 horas de conversaciones entre los independentistas. Cincuenta horas de esas grabaciones no fueron aceptadas como evidencia al descubrirse que fueron manipuladas por los agentes. O sea, el jurado no se dio cuenta del manipuleo en las grabaciones restantes.

 

Los compañeros fueron sentenciados a largas condenas de más de 50 años y separados en las distintas prisiones federales, alejados de sus familias y de su pueblo.

 

Con esta acción el FBI no logró su meta. Desde la invasión a Puerto Rico, el pueblo boricua ha sabido resistir al imperio. El encarcelamiento de compañeros se convirtió en la vergüenza del invasor. Mostró su verdadera cara al mundo y la verdad sobre la situación colonial de Puerto Rico.

 

Pero el imperio no descansa. El FBI, ese truculento brazo del invasor no ha dejado de reprimir. Para colmo, ahora atacan abiertamente, a la luz del día. Sus víctimas son periodistas que tratan de reseñar las salvajadas de estos esbirros contra el pueblo y claro está, contra los estudiantes que reclaman sus derechos. El hilo de sangre sale desde Hormigueros hasta el Capitolio. Están envalentonados.

 

La lucha por la soberanía de la isla antillana está enraizada mucho más hondo de lo que piensa el gobierno estadounidense. Vieques y los puertorriqueños que hoy sufren presidio por la liberación lo han demostrado a saciedad. La cárcel no amedrenta. Como dijo Albizu: “La Patria es valor y sacrificio.”

 

Este 30 de agosto y por siempre, es momento de recordación, de indignarnos contra el atropello, de compartir con estos compañeros el futuro de la Patria.

 

A ellos, los esbirros de turno, les recuerdo: Los pueblos no perdonan.

 

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