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Escrito por Julio A. Muriente Pérez / Copresidente del MINH   
Sábado, 15 de Junio de 2013 06:45

mandelaTuve la oportunidad de visitar Suráfrica en el año 1998. Asistí junto al querido e inolvidable compañero—profesor y reverendo— Juan Antonio Franco Medina, a la Conferencia Cumbre del Movimiento de Países No Alineados, que se celebró en Durban. Allí tuvimos el enorme privilegio de conocer personalmente a Nelson Mandela, de estrechar su mano, de contemplar su sonrisa amiga, de comentarle sobre Puerto Rico y escuchar sus sabios consejos, de emocionarnos con su presencia.



Ha sido una de las experiencias más importantes de mi vida. Un privilegio extraordinario que deseo compartir con los amigos y amigas que lean estas líneas, escritas con la alegría de saberme contemporáneo, como muchos y muchas, de un ser humano como Nelson Mandela.

El planeta entero está a la expectativa sobre la condición de salud del querido dirigente surafricano y mundial, Nelson Mandela. Tantos y tan diversos sentimientos de afecto, respeto y solidaridad por un ser humano no ocurren por casualidad o accidente.

La vida de Nelson Mandela ha sido extraordinaria;  comprometida con los más grandes ideales de la humanidad; eslabonada a los más caros intereses y necesidades de su pueblo; afín a las aspiraciones esenciales de hombres y mujeres en todas latitudes.

La grandeza de ese hombre, concebido por muchos como más allá de los mortales, radica sin embargo en haber guiado sus pasos por grandes sentimientos de amor y por una disposición insobornable a luchar por lo justo y lo digno.

Nelson Mandela ha sido en su vida, por sobre todas las cosas, un combatiente, un luchador, un revolucionario. Un subversivo. Su gran compromiso de vida ha consistido en subvertir el espantoso régimen racista del Apartheid, criatura perversa con la que una minoría de colonizadores blancos—con la recurrente complicidad de las grandes potencias capitalistas— impuso el más grotesco de los sistemas de gobierno contra la mayoría del pueblo no blanco de Suráfrica.

Por eso se vinculó a temprana edad con el Congreso Nacional Africano (CNA), organización que por décadas encabezó la lucha contra los racistas blancos. Llegó a ser uno de los principales dirigentes de esa organización, al punto de que le fue confiada la organización de la rama armada del CNA. Ello quiere decir, que ya para las postrimerías de la década de 1950 el CNA se había convencido que las manifestaciones pacíficas tan duramente reprimidas no serían la ruta para acabar con el Apartheid. Que no quedaba otra opción que enfrentar la brutal violencia de los racistas con violencia liberadora del pueblo oprimido.

Cuando Nelson Mandela fue arrestado no estaba desojando margaritas, ni recitando versos hermosos a la luz de la luna. Estaba dirigiendo la organización del brazo armado del CNA. Estaba coordinando la compra de armas, el entrenamiento de combatientes y las acciones que se realizarían para golpear duramente a los enemigos del pueblo surafricano.

Tras su arresto,  la prisión. En esos largos veintisiete años en que Mandela estuvo preso, su pueblo no dejó de luchar un solo instante. Fueron muchas las masacres provocadas por el régimen del Apartheid, muchos los abusos e injusticias.

Pero pudieron más la perseverancia, la dignidad y las ansias de libertad. El régimen se fue anquilosando, se fue deteriorando frente al rechazo y el desprecio universal. En esa misma medida se fue engrandeciendo la figura de Nelson Mandela quien, desde la cárcel, representaba fielmente las aspiraciones genuinas de su pueblo.

Los racistas y sus aliados se vieron forzados a liberar a Mandela, tras veintisiete años de confinamiento carcelario. Se vieron forzados asimismo a negociar con él, como representante de la mayoría del pueblo surafricano. Se vieron obligados a desmantelar el oprobioso régimen del Apartheid y a convocar elecciones generales, en las que participaría—por primera vez en sus vidas—la mayoría surafricana negra.

Fue así como Nelson Mandela se convirtió, con la fuerza de su pueblo, en el primer presidente negro de Suráfrica, hecho que todos y todas celebramos con euforia en su día.

A partir de entonces el pueblo surafricano inició un proceso de reconstrucción nacional, de rescate de la dignidad y la igualdad, secuestradas por tanto tiempo por un puñado de racistas y explotadores.

Es mucho aún lo que falta por andar en la ruta hacia la justicia plena para el pueblo surafricano.  La desaparición del Apartheid no supuso la eliminación automática de la injusta distribución de la riqueza ni el fin de las desigualdades sociales. Pero representó un paso fundamental en esa dirección.

La gran inspiración, el gran motor en el corazón y en la voluntad del pueblo surafricano, ha sido Nelson Mandela. Siempre presente, siempre dispuesto, siempre comprometido.

Esa inspiración ha trascendido fronteras, continentes y océanos. Nelson Mandela es, sin temor a exageraciones, el ser humano más respetado y amado del planeta Tierra. En su vida y su obra, en sus convicciones y aspiraciones, en su valentía y transparencia se sintetizan las aspiraciones y sueños de millones de hombres y mujeres. Esos y esas que hoy, con el corazón en la mano, se estremecen al saber que su cuerpo flaquea, que a sus noventa y cuatro años la vida parece ir cediendo paso a la plena inmortalidad. Porque, en nuestros adentros, en nuestros sueños, todos somos Mandela.

Julio A. Muriente Pérez es Catedrático en la UPR, Recinto de Río Piedras y Copresidente del Movimiento Independentista Nacional Hostosiano (MINH)

 

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