«¿No ha sido esa acaso la ruta seguida por prácticamente toda la humanidad, empezando en América con los ciudadanos de aquellas trece colonias que decidieron levantarse en armas en 1775-1776, para forjar libremente su destino?»
Al nacer, los humanos dependemos absolutamente de quienes nos crían. Somos incapaces de alimentarnos, asearnos, abrigarnos o medicarnos. Conforme avanza el proceso de socialización, junto con el desarrollo de nuestras capacidades físicas y emocionales, vamos aprendiendo a movernos y a hablar; forjamos sentimientos, preferencias y temperamentos. Un buen día salimos caminando y hasta corriendo; nos sentamos a la mesa y comemos de nuestra propia mano; nos llevan a la escuela, aprendemos a leer y escribir, a jugar y a cantar.
Así, vamos creciendo física y culturalmente, emocional y afectivamente. Dejamos de ser una pelotita de carne para ir convirtiéndonos en un ser social.
Con el tiempo vamos abriendo espacios propios, nos constituimos en forjadores de una nueva familia, tenemos hijos, diseñamos economías personales y familiares y creamos nuestro espacio particular. Es algo así como “la proclamación de la república”, luego de haber estado sometidos por años a la dominación total o parcial—“colonial”, podríamos decir— de quienes nos han criado y sostenido.
A nadie le extraña que sea así como se forjan nuestras vidas. Para cualquiera es normal que un día declaremos la independencia frente al control de nuestros padres, aunque pocos años antes ni se nos hubiera ocurrido que teníamos la posibilidad y la capacidad de sostenernos por nuestros medios. Para cualquiera es inconcebible vivir toda una vida bajo el ala de sus padres, mantenido y dirigido por estos. Todos y todas levantamos vuelo en algún momento.
Si la ruta hacia la independencia económica y social es reconocida como lo apropiado y posible en el plano personal, ¿por qué no habría de serlo igualmente en el plano colectivo/nacional?
¿No ha sido esa acaso la ruta seguida por prácticamente toda la humanidad, empezando en América con los ciudadanos de aquellas trece colonias que decidieron levantarse en armas en 1775-1776, para forjar libremente su destino? ¿O por los pueblos de América Latina y el Caribe, de África, Asia, Europa y Oceanía? ¿Cómo es que hay en la ONU más de 190 países miembros, sino porque la mayoría de ellos, que sufrió la dominación colonial, se liberó de ésta y se constituyó en Estado independiente? ¿Por qué las trece colonias norteamericanas, o las colonias de España, Portugal y Reino Unido en América no se conformaron con seguir siendo colonias? ¿No sería precisamente porque la independencia y el desarrollo de Estados nacionales les proveería la posibilidad real de avanzar libre y efectivamente en la solución de sus problemas y la satisfacción de sus necesidades?
¿A todos ellos sí y a nosotros no? ¿Realmente Puerto Rico es excepcionalmente pobre, carente de recursos y capacidades, inferior al resto del planeta, tanto que no podemos plantearnos la posibilidad de la independencia? ¿Tan poca cosa somos; o es que por más de medio milenio los colonialistas españoles (1493-1898) y estadounidenses (1898-2015) han remachado hasta el cansancio que no nos queda otra opción que vivir eternamente bajo el ala de mamá gallina, y lo hemos creído?
Si 117 años de colonialismo estadounidense nos han traído al callejón sin salida en que estamos, ¿no debiéramos considerar la independencia como opción? Si por siglos hemos creado tanta riqueza para otros, ¿no seremos capaces de crear riqueza para nosotros? Si otros nos han mandado por siglos pensando sólo en ellos, ¿no es hora de que nos mandemos nosotros, pensando en nuestros intereses?
Imaginemos—aunque sea por un instante— que alzamos vuelo, que nos convertimos en dueños de nuestro destino nacional, como lo hemos hecho en nuestras vidas personales. Quizá viviríamos mejor, y más felices. Vale la pena considerarlo.
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