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Dios te salve, María… PDF Imprimir Correo
Escrito por Julio A. Muriente Pérez / Dirección Nacional MINH   
Lunes, 17 de Septiembre de 2018 16:18

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Un año después de María, los ríos siguen su curso sin tropiezos, rumbo al mar. Un año después los árboles, aunque con algunas ramas de menos, reverdecen. Los árboles más jóvenes se nutren del abono en que se transformaron los más viejos al caer y descomponerse. Las aves construyen sus nidos, ponen sus huevos y se reproducen.



Un año después el sol, la luna, las nubes, las estrellas, la naturaleza toda expresa su grandeza, su equilibrio, su armonía colorida y multiforme.

Los humanos, esa arrogante y engreída especie superior desequilibradamente organizada en sociedad colonial, somos los únicos que hemos mostrado una escandalosa incapacidad de recomposición y ajuste, y un año después nos mantenemos en “el ojo” de la angustia y el desasosiego. El problema no está en nuestra biología; no ha sido una deficiencia de la naturaleza. El desastre no ha sido natural, sino social.

Se trata—me refiero al colapso de ese Puerto Rico pretendidamente moderno, progresista y primermundista—de un modelo socio-económico-político plagado de deficiencias, donde la planificación, la racionalidad y, sobre todo, la armonía con el resto de la naturaleza (porque, no lo olvidemos, somos primero que todo naturaleza), han sido grandes ausentes.

Los postes de metal, madera o cemento hechos añicos no son naturaleza, ni los cables caídos y desparramados por todas partes. Las torres y antenas de las compañías de teléfonos dis que inteligentes—más de mil se las llevó el viento--tampoco son naturaleza. Como no lo son las carreteras y puentes edificados inapropiadamente que se pulverizaron, o las avenidas que se inundaron, o los semáforos que desaparecieron, o el alimento y el medicamento que no llegaba.

No fue la naturaleza la responsable de que gran parte del pueblo sufriera la carencia de energía eléctrica por largos meses.

No fue la naturaleza la responsable por la falta de combustible para autos y camiones.

No fue la naturaleza la que paralizó al país. No fue la naturaleza la que provocó miles de muertes, cuya contabilidad todavía hoy es incierta, pero que igual nos ha golpeado muy hondo.

No fue la naturaleza la que—para vergüenza y espanto—malbarató millones de litros de agua abandonados en una pista aérea.

No ha sido la naturaleza la que nos ha traído hasta aquí, un año después, entre toldos azules, carreteras y avenidas aún a oscuras, pobreza creciente e incertidumbre sobre el porvenir.

En todo caso, de lo que sí ha sido responsable María, es de sacar a la luz tanta mediocridad e incompetencia oficial, tanta cosa mal hecha por décadas, tanta grotesca fantasía de prosperidad y riqueza, tanta hipocresía y desprecio de quienes, desde Washington, no se cansan de insultarnos y menospreciarnos.

Si queremos conmemorar adecuada y responsablemente el 20 de septiembre de 2017—cuando pasó María por Puerto Rico—denominémosle Día del descubrimiento de lo que somos en realidad, de lo que han hecho de nosotros como sociedad; Día de las carencias, incapacidades e insuficiencias de estas y otras administraciones gubernamentales; Día de la revelación definitiva de los verdaderos sentimientos de desprecio y maltrato del gobierno de Estados Unidos hacia nuestro Pueblo.

Pero el 20 de septiembre tiene otra trascendental significación. Fue el día de solidaridad del pueblo con el pueblo; del vecino y el familiar y el amigo. Fue el día en que las comunidades se echaron al hombro al país; en que comenzó a aparecer la monoestrellada por todos lados, como señal de amor a la patria a la que no se le permitiría languidecer en tiempos tan difíciles. Fue el día de los sentimientos más profundos de quienes estaban físicamente en otro país, pero que su corazón y sus sentimientos estaban aquí. Fue el día en que demostramos que somos capaces de hacer de Puerto Rico un País en el que reinen la hermandad, la capacidad de construir y producir, y la libertad.

Recibamos con alegría y amor a la vida este 20 de septiembre; que tengamos la seguridad de que nuestros hombres y mujeres están fabricados de maderas preciosas, duras y tiernas, fuertes y resistentes. No hay quien pueda con nosotros y nosotras.

En este 20 de septiembre, Dios te salve, María…

(El Nuevo Día)

 

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