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Puerto Rico: ¡está temblando! PDF Imprimir Correo
Escrito por Julio A. Muriente Pérez | MINH   
Lunes, 30 de Diciembre de 2019 16:23

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Tembló en Puerto Rico una vez más. Varios sismos intensos, cientos de réplicas Por aquí, por allá, por todas partes. Unos se sienten, otros no. Pero ahí están, registrados en los sismógrafos de la Red Sísmica, para que no quede duda.


Francamente, esto no debiera sorprendernos. Desde hace mucho tiempo sabemos que Puerto Rico ubica en una zona altamente sísmica, en un punto de contacto de lo que se conoce como placas tectónicas. Sabemos que Puerto Rico está situado en una zona en la que abundan las fallas y fracturas tectónicas. Y que la segunda fosa más profunda del planeta -rasgo inequívoco de zona sísmica—ubica tan cerca de nosotros que se llama Fosa de Puerto Rico.

También sabemos que los temblores de tierra no se pueden predecir, aunque se pueden identificar regiones de alta o baja sismicidad. Que no tiembla en todo el planeta, sino en determinadas regiones impactadas por consideraciones geológicas. Que, a diferencia de los huracanes, no hay temporada de temblores. Que la Meteorología es diferente a la Geología. Que una estudia los fenómenos atmosféricos y la otra los que ocurren en el subsuelo. Que lo mismo tiembla de día que de noche; en enero, en junio o en diciembre; un día, dos o tres consecutivos…

El movimiento sísmico, propiamente dicho, ocurre a un número indeterminado de kilómetros de profundidad, en la corteza terrestre. Más profundo que el fondo oceánico. Es lo que se conoce como el hipocentro. Es allí donde se da el gran movimiento de material del interior planetario, generando una intensa energía. Ese mismo punto, en superficie, es lo que se conoce como el epicentro. Luego, desde el hipocentro se desplazan ondas de diversa intensidad, forma y velocidad, impactando a muchos kilómetros de distancia. Es lo que sentimos en la superficie, en nuestras casas, en edificios y escuelas. Las ondas sísmicas, nunca está de más recordarlo, tienen la capacidad de no dejar piedra sobre piedra; sobre todo si se trata de edificaciones mal construidas.

Un sismo de leve intensidad puede desplomar casas y puentes. Un sismo más intenso puede no ir más allá de estremecer las paredes de un edificio. Aparte de la distancia que haya entre el hipocentro y un determinado un punto en superficie, en gran medida las consecuencias sociales del desplazamiento de ondas sísmicas, dependerá de cuan preventivos hayamos sido los seres humanos. Por ejemplo, si una sociedad se dedica a construir indiscriminadamente hoteles, casas y edificios en la costa, a sabiendas de la peligrosidad sísmica que puede provocar un maremoto -digamos que Isla Verde- luego no podrá hablar de que ha ocurrido un desastre natural, porque ha sido una irresponsabilidad social. Lo mismo sucede si se levantan altos edificios y escuelas sin las medidas preventivas correspondientes, o si se construyen casas sobre endebles columnas en una zona de pendiente pronunciada, como en muchos lugares de nuestra región montañosa.

(Es la misma situación que ocurre en superficie con las zonas inundables. Demasiadas veces nos enteramos que son inundables, luego que se construyó allí una urbanización, carretera o centro comercial, y al primer aguacero estamos con el agua al cuello. Es asimismo la situación planetaria que se va dando con las consecuencias del calentamiento global y el cambio climático. Por creerse algunos que pueden disponer del planeta a su antojo, lo están destruyendo irremediablemente.)

Por lo tanto, más nos vale que acabemos de entender la importancia de vivir en armonía con la naturaleza y sus múltiples manifestaciones. Aquí, en el planeta Tierra, de alguna manera los convidados somos nosotros y nosotras. Somos los que tenemos que comportarnos adecuadamente. Somos los últimos que hemos llegado y los más daño que hemos hecho.

Comencemos por reconocer, como cosa natural, que vivimos en un país donde tiembla y continuará temblando por los siglos de los siglos. Eduquémonos sobre cómo organizar mejor nuestras vidas, nuestras propiedades, nuestras ciudades, carreteras, edificios, escuelas, hospitales, para que puedan enfrentar de la manera más efectiva uno o más movimientos sísmicos. Preparemos las medidas de urgencia que debemos aplicar en caso de uno o más sismos. Exijamos a las autoridades correspondientes la implementación inmediata, continua e ininterrumpida de todas las medidas preventivas necesarias para estar preparados como sociedad, empezando por la prohibición de construir en zonas inadecuadas y sin las medidas correspondientes. Estudiemos sobre el tema. Consigamos libros especializados. Conversemos con nuestra familia. Familiaricémonos con todo lo relacionado con movimientos sísmicos, Geología, Geografía, y otros temas afines. Desarrollemos una “cultura de movimientos sísmicos”. Que no haya malos entendidos ni confusión, muchas veces fruto de la ignorancia y los prejuicios.

En fin, que esta es la manera, algo inesperada, como nos ha tocado despedir 2019. La naturaleza nos tenía reservada una sorpresa. Para que la tengamos presente. Para que reconozcamos -vanidad y prepotencia aparte- cuán frágiles somos, cuán vulnerables. Tanto que, de un soplido, o de un remezón, podemos desaparecer. Ella, en su grandeza, nada nos advierte, nada nos amenaza. No es buena ni es mala. Ella es. Ha de depender de nosotros y nosotras, simples mortales, la respuesta que demos. Para que nada nos sorprenda. Para que, sin temor, pero con respeto, nuestras vidas puedan moverse -¡no hay de otra!-  al compás de los movimientos telúricos.

 

(Tomado de El Nuevo Día)

 

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