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Matriamerismos de Isabel PDF Imprimir Correo
Escrito por Eduardo Villanueva Muñoz / Portavoz Comité Pro Derechos Humanos   
Martes, 13 de Enero de 2015 23:07



isabel

Dicen que la muerte fisiológica es sencilla. Se trata de abandonar la capsula en la cual habita el espíritu, el soplo de divinidad que hay en nosotros. Le atribuyen a Borges decir que la muerte es el olvido que seremos(1). Cuando se ha vivido plenamente, dedicado a valores superiores y sin quererlo o no, consciente de ello o no, entonces comenzamos a trascender para vivir en el recuerdo infinito de la nación en que nos tocó existir.

Isabel Rosado vivió a la altura de sus ideales y pasó a ser, de un modo intenso y subconsciente, madre de todos. Su modo de enfrentar el poder colonial, de frente, sin atavismos, sin condiciones, son las maneras en que nos enseñó, como madre, el modo de vivir la vida, sirviendo a la patria. Esos son los matriamerismos(2) de Doña Isabel. Los matriamerismos de Isabel son la enseñanza de un modo ético de vivir la vida.

Isabel Rosado, Isabelita, maestra, patriota, trabajadora social, amiga, ha trascendido a la eternidad a la que trascienden los que buscan un modo sublimante de amar hasta el cansancio, de ser libres alma adentro, que es el modo de combatir la esclavitud en las colonias.Es no esperar del amo la libertad como una dádiva, sino arrancársela en desobediencia constante de lo que se espera del súbdito, viviendo en santa rebeldía. Su vida y su ejemplo ya están en el Partenón de la eternidad. No debe haber culto a la personalidad, pero si el respeto a los que teniendo un ideal, lo entregan todo para preservar el derecho de su pueblo a ser libre y a que se le garantice la plena dignidad humana. Un hombre y una mujer, con el estómago lleno y la cabeza vacía, no vive en la plenitud de las potencias del alma. Un pueblo harto no conspira, se ahoga en los ácidos del conformismo. Sufre de regurgitamiento espiritual y su hartera vacua, le da una sensación de somnolencia perpetua. Para evitar eso, para alertar sobre eso, para combatir a costa de la persecución, de la represión, del hambre propia, de la soledad y la incomprensión, viven los libertadores(as) como Isabelita y su maestro: Don Pedro Albizu Campos.

El imperio les teme, resiente su insumisión, les reprime y busca los medios de difusión propagandista y de manipulación, para desacreditarlos ante los ojos de su pueblo. Se usa contra ellos el manido recurso de la imputación de locura y cuando su pueblo los conoce, los admira y burla el cerco que sobre ellos se tiende para que no sean ejemplo, lo son, por sobre todas las cosas y las intrigas de los sádicos perseguidores. Doña Isabel venía de la escuela del nacionalismo Albizuista y lo vivía como un modo habitual de ser constante, en el juramento hecho de darlo todo por la patria y ser frio cuando se le llamaba a una misión a fin de construir la libertad al precio que fuera necesario. No vio la independencia de su patria, pero como todo grande de espíritu, la vivió alma adentro.

Su muerte física no es una perdida, es una trasformación de la materia a las potencias del espíritu, al cielo que significa regresar cerca del espíritu superior que nos creó para amar a los demás, allí volvemos si así vivimos. Su vida es un ejemplo aleccionador que perdurará. Ella se reproduce en sus discípulos, en sus hijos e hijas en el ideal por el cual lo dio todo. Quien vive para servir, sirve para vivir eternamente en las lecciones que significan cada uno de los actos de su vida. No vio a Oscar López fuera de la cárcel, pero lo vio libre ante la mirada obtusa de los carceleros que se empeñan en ignorar la voz de su pueblo. Algún día haremos a Isabel Rosado el regalo de liberar, no solo a Oscar, sino a su patria, que es la razón de ser de que nos atrevamos a todo para salvar el derecho de nuestro pueblo a ser libre. Ante ese compromiso, Doña Isabel Rosado puede descansar en paz, existiendo en la memoria agradecida de su pueblo.


(1) Héctor Abad Faciolince tituló así, un libro dedicado al recuerdo de su padre asesinado en Colombia.

(2) Si la palabra no existe, había que inventarla para caracterizar un ser diferente que merece perpetuarse en el recuerdo amoroso de la patria.

 

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