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Los perros patriotas PDF Imprimir Correo
Escrito por Reinaldo Pérez Ramírez / Claridad   
Viernes, 17 de Junio de 2011 06:52

obamaestatua“Buen remedio para la soberbia del hombre es volver la cabeza de vez en cuando y contemplar su propia mierda...” Hernán Rivera Letelier / El arte de la resurrección

 

 

 

 

La esencia de cualquier identidad nacional consiste de narrativas siempre inconclusas, en continua construcción. Una parte fundamental de ese proceso evolutivo requiere precluir otras narrativas discordantes, sobre todo cuando éstas pueden resultar antagónicas y dominantes. En nuestro caso, esa eventualidad narrativa identitaria es variada y colorida, como corresponde a la diversidad del mestizaje caribeño y a los extraordinarios eventos que definen nuestra accidentada historia. Tiene sus puntos y comas, así como sus notas al calce, márgenes y acápites contradictorios. La riqueza de su textura la hace única e irrepetible, para tomar prestada una frase de la pedagogía montessoriana. Y como ocurre en toda colonia, también tiene excrecencias inexplicables que, a pesar de fungir como parte de “lo nuestro” que incluye aquello que no podemos negar, aunque nos incomode, nos hieren la retina y, si cabe la expresión, laceran el más rudimentario sentido común colectivo. Por eso, aunque no debe sorprendernos, justamente nos indigna la patética iconografía que ha erigido la Legislatura de Puerto Rico con siete (ahora serían ocho) estatuas de presidentes de Estados Unidos que por hechos absolutamente fortuitos, pisaron en algún momento la Isla de Puerto Rico. Esas visitas se convierten en significativas en esa narrativa por la única razón de que así lo decidió una mayoría política de ocasión, elegida por nosotros mismos, con absoluto desparpajo, a pesar de su evidente irrelevancia en nuestra historia.

 

La visita del presidente Obama, de apenas un puñado de horas de duración, configura otra viñeta de esa curiosa narrativa, ambigua y filosa a la vez, que aún no se define del todo y que se caracteriza por una inusual riqueza de contenidos, personajes y sucesos, cual de éstos más alucinado o alucinante, pero “verdaderos”, porque -aunque no nos gusten- no podemos negarlos y mucho menos esconderlos, de la misma manera que no podemos esconder las estatuas.

 

Nuestro anecdotario bestial incluye un autodenominado tiburón blanco con cueva privada en un Mar Caribe geográficamente invertido y una estatua errante de Cristóbal Colón del desprestigiado artista ruso Tserelly, la que -de ser emplazada en Arecibo- según su alcalde, tendría el mismo impacto turístico de la Estatua de la Libertad, del Cristo del Corcovado y de la Torre Eiffel. También incluye los cruceros internacionales que se “estacionarán” en altamar, mientras hordas de turistas europeos, asiáticos, australianos, canadienses y norteamericanos abordarán los dinguis para llegar a la Villa del Capitán Correa, donde habrá “cabañas ecológicas” para pernoctar. El ‘Toy Story’ nacional también incluye divas parlamentarias de gran empaque y asustada reválida, que a la vez se autoproyectan como amantes del arte patrio, retratadas en toda su orondez cual modelos de Botello, ante Campeches, Olleres y Rodós, posando en el Museo Nacional de Puerto Rico. En el rescoldo, están las presidentas de comisiones con envoltura de muñecas de pacotilla (ni siquiera de cartón piedra) exhibiendo actitud y aplomo estético-quirúrgicos, que una vez se bajaron del tubo para subirse a un escaño y luego se volvieron a bajar en búsqueda de tesoros sumergidos -diz que para financiar el déficit presupuestario del gobierno. Finalmente, incluye bufones cortesanos venidos a menos, practicantes de una esotería seudo santera, evidentemente imbéciles, pero no tanto como para no aceptar un Bentley de regalo anónimo... ¿Y para qué mencionar a los legisladores, digo, exlegisladores con narcoconexiones o al convicto asperjador de excremento, que sin discrimen alguno, reparte a todos por igual? No sigamos... ¡NIET!, diría Tserelly...

A ningún congolés se le ocurriría poner una estatua del Rey Leopoldo frente al Parlamento de su país, igual que a ningún haitiano se le ocurriría poner una estatua de Napoleón frente a su Legislatura en ruinas, aunque los franceses le ofrecieran devolverle con intereses los trillones que -en el equivalente en dinero de hoy- le exigieron en su día a su excolonia como indemnización para hacer posible la independencia primada de América. Podríamos seguir con otros ejemplos, cual de ellos más improbable: una estatua de De Gaulle en Argelia, otra del Rey Juan Carlos en el Sahara Occidental o en Marruecos, o -la que tal vez no sería tan difícil de entender- una de Stalin en la Alemania globalizada de Ángela Merkel y Dirk Nowitzki.

En nuestro caso, la absoluta irrelevancia de estas visitas presidenciales a nuestra realidad concreta, salta a la vista. Eisenhower (1952) y Ford (1976) estaban en Puerto Rico por razones ajenas a nosotros. El primero vino de vacaciones a jugar golf en Dorado con un amigo millonario, y sólo saludó protocolarmente al gobernador Muñoz Marín en el aeropuerto de Isla Verde. Curiosamente, lo mismo pasó con Lyndon B. Johnson, quien vino también a jugar golf a Aguadilla en la Base Ramey y no tiene estatua en el paseo de los perros, digo, de los presidentes.

Por su parte, Ford vino para una reunión del G7. Nunca salió del Hotel Dorado Beach. Igualmente, F.D. Roosevelt (1934) y Harry Truman (1948) estaban también de pasada y no vinieron a hacer nada que tuviera que ver con Puerto Rico, salvo que para ambas fechas, el nacionalismo puertorriqueño se hacía sentir con fuerza, tanto en el ámbito nacional como en el internacional, y en el caso de Truman, es evidente que ya se urdía la farsa del ELA. De hecho, el mismo Truman que luego se jactó de haber estado desayunando “ham and eggs” mientras ordenaba al piloto del ‘Enola Gay’ lanzar la bomba atómica en las indefensas poblaciones civiles de Hiroshima y Nagasaki, probablemente por razones de seguridad, pernoctó en el mismo barco militar en el que vino. Tal vez Truman podía predecir el futuro. En 1950, los nacionalistas Griselio Torresola y Oscar Collazo atacaron la Casa Blair con la intención de ajusticiarlo. La noticia recorrió el mundo y puso en la primera plana de los medios internacionales la situación colonial de Puerto Rico.

Once años después, el presidente John F. Kennedy (1961) arribó para una cena privada con Pablo Casals en La Fortaleza de Luis Muñoz Marín. Hacía escala para una mucho más importante visita a Venezuela y Colombia. Cincuenta y cinco años antes, Teddy Roosevelt (1906) -el “héroe norteamericano” de la Guerra Hispanoamericana- había pasado por Puerto Rico meramente a “chequear” su territorio recién “adquirido” como botín de esa misma guerra, al regreso de haber inspeccionado los trabajos de construcción del Canal de Panamá.

Nos detenemos en Herbert Clark Hoover (1931), porque éste tuvo la oportunidad de dirigirse a una sesión conjunta de la Legislatura de un Puerto Rico recién devastado por el huracán San Felipe de 1928, y gravemente golpeado por el comienzo de la gran depresión de 1930. Eran circunstancias parecidas, ochenta años atrás, a las que enfrentará el presidente Obama en su próxima visita. Pero el hecho histórico cierto es que Hoover vino a Puerto Rico porque de todos modos, tenía que ir a Islas Vírgenes a resolver una crisis política relacionada con el gobernador nombrado por él allí. Lo que nos parece digno de apuntar, fue su discurso, parafraseado y traducido libremente:1

“Estoy muy contento de estar en el lugar más antiguo de los Estados Unidos y el único de América [sic] que pisó Colón. Agradezco la cortesía y generosidad de ustedes al recibirme. Desde que soy presidente, siempre quise venir a visitarlos para tener la oportunidad de conocer personalmente, de primera mano, sus problemas, que es la única forma de conocerlos realmente. Puerto Rico es un ejemplo magnífico de lo que puede lograrse por gente capacitada e inteligente, cuando se manifiestan en instituciones libres. Les admiro por su tenacidad en vista de la depresión económica y su recuperación luego del huracán de 1928. El espíritu y valentía demostrados, les permite enfrentar las posibilidades del futuro. Sus conciudadanos en el continente cooperarán con ustedes para apoyarlos a esos fines...”

Hoover presidía entonces los E.U.A. durante la primera gran depresión del capitalismo de la post-guerra. Es Obama quien los preside durante la segunda. La verdad es que sus visitas no nos dejaron ni nos dejarán nada.

En el discurso-narrativa inconcluso de nuestras reservas identitarias, la historia se renueva, se truca, cambia, salta y a ratos nos sorprende. Pero en ocasiones, como el déja-vu de un mal sueño, también se repite. Por eso, Obama dirá hoy casi exactamente lo mismo que hace ochenta años dijo Hoover, que es lo mismo que nada. Y si Hoover, al igual que los otros seis presidentes, estuvo en la Isla por razones enteramente ajenas a los intereses de los puertorriqueños, con Obama ocurre lo mismo. Aunque de manera irresponsable El Nuevo Día describe la visita de Obama como “la primera en el que el único objetivo del presidente es estar en Puerto Rico, ya que las otras han sido porque estaban de vacaciones o en escala para visitar otros países”, Obama está aquí para promover su imagen ante los potenciales votos puertorriqueños y latinos de cara a las elecciones de 2012. Está aquí, además, para recaudar fondos para su campaña. Ya son más de cuatro millones allá. Son más que nosotros, los de acá. No está aquí por nosotros. Está aquí por él.

Por eso, no debe extrañarnos la imagen de las estatuas en la acera sur del Capitolio, sin cobijo alguno en la intemperie caribeña, vigiladas con guardia pretoriana, como si se temiera que los presidentes pudiesen cobrar vida y salir corriendo para escapar del inclemente sol o evitar ser vistos mientras se derriten muriéndose de la risa.

Mientras tanto, continúa el asedio revolucionario de los patriotas perros realengos de Puerta de Tierra que inevitablemente, mientras ladran sus consignas, se les mean en los zapatos, ya que las estatuas -incluyendo la de Obama- no tienen pedestal. ¡Jau, Jau!

Nota

No me inventé lo del discurso de Hoover. La grabación del mismo, en 1931 ante sesión conjunta de la Legislatura y el Senado de Puerto Rico, está en la Internet. (Herbert Hoover 1931 Puerto Rico)

* El autor es abogado laboral con práctica sindical y miembro de la Junta Directiva de CLARIDAD.

 

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