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¿Qué hacen los puertorriqueños que no se indignan y se rebelan? PDF Imprimir Correo
Escrito por Carlos Rivera Lugo   
Jueves, 29 de Septiembre de 2011 03:05

betancesCon motivo de haberse conmemorado otro aniversario más del Grito de Lares, esa emblemática rebelión política que el 23 de septiembre de 1868 pretendió despertar la voluntad soberana de los puertorriqueños  [...]

 

 

contra el régimen colonial español, no pude dejar de reflexionar sobre aquello que le escribía Ramón Emeterio Betances a Eugenio María de Hostos en abril de 1871. Fracasado el levantamiento lareño, Puerto Rico parecía haberse resignado nuevamente a la normalización de su condición colonial. Betances, como todo padre de una patria, le recrimina a su pueblo: “Puerto Rico está en una borrachera completa. Allí están borrachos con las reformas que no les han dado. Se han embriagado con el olfato. Es el espectáculo más raro y triste de un pueblo –chicos y grandes- celebrando las libertades que creen tener y que no tienen… Parece aquello una reunión de dementes, bailando sin música. Tal vez el baile no dure mucho tiempo. Es lo único que puede consolar. Desde que vuelvan la vista hacia la orquesta, todos ellos tienen que ver que no hay violines”.

Luego, cuando sumido en la total frustración, en su exilio forzado, ante la intrascendente respuesta de su pueblo a la invasión estadounidense del 25 de julio de 1898, Betances afirma que Puerto Rico no debe conformarse más con su condición colonial, sea con España o Estados Unidos. “¿Y qué les pasa a los puertorriqueños que no se rebelan?”, es la gran pregunta que le hace a su pueblo.

En estos días, no pocos puertorriqueños nos hemos hecho la misma pregunta. La esfera pública ha sido privatizada en su práctica totalidad. La primera familia de los Fortuño se enriquece desde la cúpula de la administración colonial, por medio del esquema de venta de influencia seudo-legal de la primera dama-notaria. De paso, también facilita el enriquecimiento de sus colaboradores.

La Asamblea Legislativa se lumpeniza a unos niveles escandalosos y las renuncias por corrupción material y moral se suceden una tras otra desde el primer día entre las huestes de la mayoría absoluta del anexionismo. Como consecuencia, la legislación fruto de sus maniobras e imposiciones ha sido devaluada, por no decir ilegitimada, ante los ojos de sectores significativos de la sociedad.

La Rama Judicial se hunde también en la politiquería más abyecta y la dependencia más absoluta en las determinaciones partidarias de las otras dos ramas. Ello es así no sólo producto de las acciones de la “nueva mayoría”, ese comité servil de achichincles del partido anexionista gobernante, sino también de su débil presidencia, en manos de quien Juan Mari Brás tildó de mediocre “correveidile” de los poderes establecidos. Consiguientemente, el Estado de Derecho ha dejado de ser su marco de referencia y a éste se ha superpuesto el Estado de hecho y de fuerza.

La llamada democracia puertorriqueña representa hoy lo peor del tribalismo y egoísmo que resulta consustancial a nuestra condición colonial-capitalista actual. Reina el más espectacular desgobierno. De ahí que el gobierno de Estados Unidos, como si tuviese las manos limpias, pretende aparecer ahora como el gran salvador, poniendo bajo sindicatura nuestras instituciones educativas y policiales.

Con toda franqueza, si fuese por la composición actual de la presente mayoría absoluta por la que votó un millón de puertorriqueños, habría que dudar del valor mismo del sufragio en este momento histórico. En ese sentido, tiene razón el filósofo francés Alain Badiou cuando señala que “no respeto el sufragio universal en sí mismo: depende de qué produce. ¿Por qué debe ser el sufragio universal la única cosa en el mundo que amerita respeto independientemente de sus resultados?”. Una mayoría numérica por sí misma nunca es verdadera o justa. La mayoría también se puede equivocar, como bien lo demuestra la elección de Adolfo Hitler en Alemania, la de George W. Bush en Estados Unidos o la de Luis Fortuño en Puerto Rico, con los resultados desastrosos que todos conocemos.

En un mundo en que se levantan miles y miles de indignados por doquier contra el empobrecimiento objetivo de sus vidas a manos de unos poderes fácticos que les explotan y les oprimen, desde los gobernantes corruptos a los mercados tiránicos, la relativa pasividad de los puertorriqueños no deja de inquietar. La ausencia de una oposición verdadera en este contexto resulta alarmante. El Partido Popular se sume en el silencio más oportunista, apostando a que, ante la inexistencia de otra opción creíble, será electoralmente favorecido en noviembre de 2012 producto de la debacle de la presente administración. Y lo poco que habla, sólo sirve para comprobar que siguen empantanado en el punto muerto del statu quo de la dependencia colonial-capitalista.

La izquierda independentista y socialista parece dormir el sueño de los justos, conformándose cada cual con seguir girando en torno a sus referentes ideológicos exclusivos, como si la parte tuviese más fuerza que el todo. Producto de ello, el país anda a la deriva en ausencia de la articulación de un proyecto de refundación común que le imprima sentido de dirección a su futuro más allá de su yermo presente.

Desde 1989, con el caracazo, esa insurgencia civil que culminó diez años más tarde con el inicio de la Revolución Bolivariana en Venezuela, pasando por los triunfos políticos de la izquierda en Ecuador, Bolivia, Perú, Argentina, Uruguay, Brasil, Paraguay, Nicaragua y El Salvador, se levanta, paso a paso, una nueva América Nuestra, independiente de los polos imperiales, arraigada en sus propias realidades e intereses plurales. No sólo se ha convertido en referente obligado de aquellos que, a través del planeta, buscan articular ese otro futuro posible que anida en el presente, sino que también ha dado cátedra de progreso social y económico.

Mientras en Estados Unidos y Puerto Rico aumenta la desigualdad y la pobreza, mientras la economía imperial y su región económica colonial registran tasas menguadas o negativas de crecimiento económico, acompañadas de una reducción significativa en los índices de calidad de vida y bienestar general, bajo el nuevo entorno latino-indo-afro-latinoamericano se va integrando un nuevo espacio político-económico desde el cual se va potenciando el bien común. Para ello han tenido la visión de irse desconectando del capital foráneo capitaneado desde el Norte, hoy turbulento.

El futuro definitivamente está ya en otra parte: el Sur. Estados Unidos y Europa se cuecen en su propia salsa, incapacitados políticamente para lidiar con las propias contradicciones de sus procesos de circulación del capital, bloqueados mayormente por un sector financiero totalmente corrupto y criminal en sus fines. Producto de ello, tanto el valor del dólar como del euro, las otroras divisas dominantes, se desploman. El desgaste económico-social de ambos se va haciendo irreversible.

A ello se suman los antagonismos crecientes de las relaciones sociales de fuerza características del capitalismo actual, en su versión neoliberal. El capital ha pretendido subsumir la vida toda, en cada uno de sus ámbitos, a su exclusiva voluntad y mando. Lo único que ha producido es la pauperización creciente de, por lo menos, 9 de cada 10 de sus ciudadanos. Sus tan pregonadas “sociedades democráticas” sucumben ante la dictadura de facto que se impone desde los mercados. La “democracia del capital” busca dictar, sin oposición, los términos de rendición del soberano popular. Para ello, no escatima en hacer caso omiso del llamado Estado de derecho y sustituirlo con un Estado crecientemente policial, es decir, fundamentado en la fuerza.

Sin embargo, el capital es una contradicción viviente. Como tal genera su propia negación: la lucha de clases y desde ésta ese proletariado ampliado integrado por sujetos en todos los ámbitos de la vida que han sido invadidos por los dictados excluyentes del capital.

La sociedad civil se va potenciando como un orden civil de batalla. En ello concuerda el prominente científico social estadounidense Immanuel Wallerstein, quien lanza el siguiente prognosis: “Yo veo guerras civiles en múltiples países del norte, sobre todo en Estados Unidos, donde la situación es mucho peor que en Europa occidental, aunque allá también hay posibilidades de guerra porque hay un límite hasta el cual la gente ordinaria acepta la degradación de sus posibilidades”.

Un atisbo de ello podríamos estar presenciándolo en estos días con el movimiento para la ocupación de Wall Street, el corazón del capital financiero estadounidense, que dio inicio el 17 de septiembre pasado, integrado por centenares de indignados que, no empece el hostigamiento y represión policial, proclaman: “Somos el 99% de la población y estamos tomando medidas para apropiarnos de un futuro que está embargado”. Como expresó uno de sus portavoces, se busca despertar al “gigante dormido” del progresismo estadounidense.

“La historia nos enseña que cuando los ricos se hacen demasiado ricos y los pobres se hacen demasiado pobres, siempre hay una revolución. Esperemos que esto sea el comienzo de un cambio”, manifestaba un simpatizante.

Lo revolucionario de los okupas niuyorquinos es que buscan, al igual que sus pares en Madrid y Atenas, construir el futuro desde lo común como alternativa al mercado. Lo revolucionario está hoy en la construcción de ese poder alternativo del pueblo desde las calles, las plazas, los centros laborales y de estudio, en las comunidades y los hogares. Es la constitución de esa nueva democracia de lo común desde el pueblo mismo, por el pueblo mismo y para el pueblo mismo.

Lo triste es que en Puerto Rico parecería que aún, unos y otros, consciente o inconscientemente, vivimos bajo la ilusión liberal-reformista de finales del siglo XX de que puede haber futuro aún bajo el mando del mercado y sus representantes políticos. Nuestras voluntades parecerían cooptadas por las cada vez más menguadas recompensas con las que nos entretienen a partir de una sociedad de consumo cada vez más escuálida e inaccesible para los más. Parafraseando a Betances, parecemos una banda de alienados, creyéndonos libres porque podemos adquirir una mercancía cualquiera y conformándonos con bailar al son que nos tocan cada cuatro años en el gran carnaval electoral dominado por los grandes intereses.

En fin, ¿qué esperamos para indignarnos y rebelarnos?

 

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