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La Virgen de Borinquen, Betances y el anillo nupcial PDF Imprimir Correo
Escrito por Elma Beatriz Rosado   
Lunes, 07 de Mayo de 2018 09:30

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El Domingo de Ramos Carmelita empeora. “¡El Domingo de Ramos por la mañana empecé a llorarla!”, le dice a Ana María, en un hondo desahogo.[30] Durante seis días y sus noches, Betances no se aparta de su lado. Sin embargo, todos sus cuidados y sus empeños no dan frutos. En sus brazos siente expirar a Carmelita, faltando apenas dos semanas para la fecha de su casamiento.

 

 



A Maritza y Elizardo, por su amor.

“En Cabo Rojo la Virgen de Borinquen me ha mirado con su dulce mirada.”
–Juan Antonio Corretjer Montes

“De este modo, iré caminando en el dolor por toda mi vida.”
–Ramón Emeterio Betances y Alacán

En enero de 1855, París se preparaba para debutar como anfitriona de su primera feria internacional, la “Exposition Universelle des produits de l’Agriculture, de l’Industrie et des Beaux-Arts de Paris 1855”. La ciudad bullía con los preparativos que se realizaban en los predios de los Campos Elíseos donde se alojaría la exhibición de productos de agricultura, de la industria y de las bellas artes desde mediados de mayo hasta mediados de noviembre. Anticipándose al evento, el rey Napoleón III viajaría a Londres en abril para visitar a la reina Victoria de Inglaterra, y luego, en agosto, recibiría a la reina como su invitada en la feria de París. Esos intercambios reafirmaban la reanudación de las relaciones entre Francia e Inglaterra luego de un anterior período de distanciamiento.

Relativamente cerca de las instalaciones de la feria se encontraba la Facultad de Medicina de la Universidad de París. Hubiese bastado recorrer un trayecto de unos tres kilómetros de distancia, tomando la ruta del puente de la Concordia (le Pont de la Concorde) para atravesar el Sena y luego continuar el trayecto lineal a lo largo del río hasta llegar a la calle del Sena y luego de ahí hasta el número 15 de la calle de la Escuela de Medicina. Una vez allí, sólo sería necesario atravesar el pórtico de la Facultad.

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El lunes 8 de enero, en una de las aulas, un joven médico puertorriqueño se prepara para hacer la defensa de su tesis doctoral. Ramón Emeterio Betances y Alacán defiende su disertación ante la Facultad de Medicina de la Universidad de París. Aun siendo extranjero se expresa perfectamente en francés. No es de extrañar, puesto que casi va a cumplir dos décadas en la tierra de Emile Zola, Víctor Hugo y Baudelaire. Siendo todavía un niño, su padre lo había enviado a estudiar al sur de Francia, y había cursado sus estudios de enseñanza primaria y secundaria en el Collège Royal de Toulouse.[1] Fue acreedor de premios y distinciones en varios cursos como el de “Gramática Francesa”, “Discurso Francés”, “Recitación Clásica”, “Disertación Francesa” y “Disertación Latina”, entre otros, lo cual da fe de su conocimiento y desempeño del idioma.[2] Ahora, presenta su disertación “Des causes de l’avortement” (“Las causas del aborto”) ante sus profesores y la defiende según le requiere la institución a cada estudiante con el reto de demostrar los conocimientos científicos adquiridos.

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Su investigación la ha dedicado a la memoria de sus padres, quienes seguramente habitan con el deber y el querer de la gratitud en su corazón: “A la mémoire de mon père et de ma mère”.[4] Aprobada la tesis, el joven caborrojeño ha cumplido ya con el último requisito académico en el proceso para obtener el título que tanto anhela llevar a su patria.

Los estudios teóricos le han requerido investigaciones extensas y también se le ha requerido completar su práctica médica, la cual hace sirviendo “en los hospitales de París”.[5] Ahora, Betances prepara el regreso a su amado terruño borincano, afanado en cumplir su misión de ejercer las dos especialidades logradas: medicina y cirugía. En abril de 1856, revalida su título ante las autoridades en Puerto Rico y se le expide una “licencia provisional para que pueda ejercer libremente” como médico cirujano.[6] A partir del mes siguiente, el Dr. Betances asume el cargo de cirujano de sanidad en Mayagüez, interinamente.[7]

Sin siquiera haber pasado un período razonable en el ejercicio de sus funciones, ya en los meses de julio y agosto, se observa en el oeste de la isla la proliferación de casos que anticipan la temida epidemia del cólera.[8] A partir de ese momento, Betances habrá de poner mucho mayor esfuerzo y dedicación para intentar eliminar la epidemia, en una incansable y pertinaz lucha que acomete como uno de los componentes de los cuerpos de sanidad en Mayagüez. El 4 de agosto, el médico titular de Mayagüez, el Dr. José Francisco Basora y el médico recién iniciado emiten conjuntamente un parte oficial, dirigido al Corregidor de la Villa, alertando sobre la epidemia. “Le participan haber observado ese día diez casos de colerina muy graves, de los cuales dos habían muerto ya en el espacio de seis a ocho horas y los demás seguían en muy mal estado”.[9] El corregidor, don Hilarión Pérez Guerra, convoca a una reunión extraordinaria del ayuntamiento con oficiales y funcionarios y con el sacerdote, los médicos y los boticarios del pueblo.[10] En la reunión se establece un plan de la distribución de la ciudad entre todos los médicos. Los doctores Basora y Betances se harán cargo de las regiones delimitadas por la calle de la Candelaria –Basora a cargo del sector Norte y Betances a cargo del sector Sur–, para atender la terrible epidemia, aunque luego se perfile inminente llevar los cuidados allende los límites trazados debido a la celeridad con que el cólera va arropando a la villa. Ambos médicos se conocen desde la infancia y a lo largo del tiempo han mantenido una amistad muy estrecha, por lo que el trabajo que cumplen debe poder realizarse sin otras dificultades que no sean las provocadas por la corrosiva enfermedad que los reta. Eventualmente, habiéndose controlado el contagio y tras haber prevalecido sobre la plaga, el ayuntamiento distingue los esfuerzos de Betances en un acta oficial que emite meses más tarde.[11]

Betances había acogido la causa abolicionista y la causa separatista como banderas de lucha. Asumía luchar por la liberación de los esclavos y por la liberación de la patria, precisando como esencial remover el yugo que España había impuesto a la isla. Claramente, su inclinación por el derecho del ser humano a su libertad predominaba en su conciencia. Aparenta ser que ya para 1858, Betances había iniciado las gestiones precursoras de la insurrección en contra del Gobierno español –lo que diez años más tarde se conocerá como el histórico Grito de Lares.[12] Las autoridades, irritadas por su campaña abolicionista y por sus gestiones revolucionarias, lo aperciben en un tono subido, con una sugerencia determinante e inminente de que se marche de la isla. El 8 de junio de 1858 Betances se marcha rumbo a París para instalarse allí nuevamente.[13] Al llegar, ocupa un apartamento en el número 4 de la calle Racine, justo detrás de la Facultad de Medicina. Le significa un ambiente muy familiar, pues es la misma calle donde antes había vivido mientras era estudiante. Basora, su amigo íntimo afronta la misma situación que Betances y se verá obligado a partir y también viaja a París. Ninguno previó que se vería obligado a abandonar la isla, por lo que sus planes se veían trastocados. Para Betances, ese viaje se daba a destiempo y se añadían, a las razones políticas, razones personales.

María del Carmen HenryBetances había establecido una relación sentimental con María del Carmen Henry, su sobrina, quien era hija de su hermana Clara de los Santos. Aunque no hay precisión sobre cuándo fue el encuentro que define el inicio de la relación entre Betances y Carmelita, parece haber sido luego del regreso de Betances a Puerto Rico tras haber culminado sus estudios y mientras se desempeñaba como médico en Mayagüez.[14] A su amigo Charles Boussac le relataría algún tiempo después el inicio de sus amores con Carmelita. Le contaría que luego de llegar a su país y haber logrado tanto éxito, “al cabo de dos años había reunido lo suficiente como para tentar la fortuna en París”, pero reconocía que no se animaba a salir.[15] La confesión que imprime con su puño y letra tácitamente explica la razón de tal dilación: “Había encontrado allí una linda señorita, buena, sencilla e inteligente. Era mi sobrina. Había llegado a quererla y había obtenido, de su parte, un amor sin límites, ciego; “de llama” –me decía ella– en su bello lenguaje de criolla.”[16] Entonces, la salida de Puerto Rico era un contratiempo que posiblemente lo enconó.

En el momento de su forzado regreso a París, Betances cuenta con 31 años de edad y Carmelita justo ha cumplido los 20. El amor entre Betances y Carmelita parece haber echado raíces y tallo fuerte y haber florecido esplendorosamente. Se aman con devoción. A Boussac también le contaría sobre su viaje obligado y sus planes para que Carmelita saliera de Puerto Rico y se reuniera con él en París: “Me había visto obligado a salir de mi país; usted adivina por qué”, y añadía: “quise consagrar mi adoración y exigí que mi amada lo abandonase también”.[17] Ya instalado en París, Betances se lamenta de la distancia: “la quería demasiado para vivir lejos de ella”, le confiesa a su amigo Alejandro Tapia y Rivera.[18] Entonces, le escribe a Carmelita “llamándola”. Carmelita no tarda en responder a ese llamado, deseando, por encima de todas las cosas, encontrarse con él en París.[19] Mucho tiempo después Betances le escribiría a su adorado amigo José Cornelio Cintrón rememorando cómo de entusiasmada estaba Carmelita ansiando reunirse con él.

Clara otorga su consentimiento para el matrimonio y ya en noviembre acompaña a su hija a París al encuentro con Betances. La madre deja instalada a Carmelita en un colegio de señoritas, que es el mismo colegio al que asistió Luisa Josefa, la prima hermana de Segundo Ruiz Belvis, amigo íntimo de Betances.[20] Todavía los novios deben esperar la contestación a la solicitud de una dispensa papal que ha sido necesario tramitar debido a la condición de parentesco entre los contrayentes. Mientras esperan respuesta, Carmelita permanecerá en el colegio dedicándose a estudiar las materias académicas y aprenderá francés. Durante ese tiempo, Betances la visita dos veces por semana.

Iniciado el año de 1859, todavía no se recibe la dispensa. Con el pasar de los días, la estadía en el colegio se le hace a Carmelita insoportable. La invade la melancolía y podría ser que el brillo de su mirada fuese más tenue y su sonrisa menos frecuente. Preocupado, Betances decide buscar un alojamiento más apropiado para ella y piensa en el aire del campo y la serenidad que allí Carmelita pudiera encontrar para recuperar su alegría. Tal vez el pueblo de Grisolles, donde reside la familia Prévost-Caballiery pueda ser el lugar adecuado. Él solía pasar allí los períodos de vacaciones mientras cursaba sus estudios secundarios en el colegio de Toulouse. Precisamente, fue al Sr. Prévost, oriundo de Grisolles, a quien el padre de Betances le confió su hijo mientras estudiaba en Francia. Aunque Grisolles pudo haber sido considerado como una posibilidad, en realidad está demasiado distante de París. Entre Betances y Carmelita habría un trecho de aproximadamente 630 kilómetros, tal vez más, lo que dificultaría demasiado sus encuentros. “Yo busqué donde llevarla hasta que me encontré en un pueblecito de los alrededores de París llamado Mennecy a un antiguo condiscípulo que se había establecido y casado en él”, le explicaría más adelante Betances a su tío, don Francisco Betances (don Pancho).[21] Al parecer, entre Betances y su antiguo compañero de estudios, el Dr. Pierre Lamire, había la suficiente confianza como para pedirle que hospedara a Carmelita. Lamire, al igual que el Sr. Prévost, también es natural de Grisolles –como también Boussac– y vive en Mennecy con su esposa Marguerite y su hija Georgette. La familia accede gustosa a acoger a Carmelita.[22]

El hogar de los Lamire resulta ser una excelente medicina para Carmelita ya que Marguerite y ella, siendo aproximadamente de la misma edad, rápidamente se hacen grandes amigas y llegan a tenerse el afecto de dos hermanas. Mennecy queda a poco menos de 40 kilómetros del Barrio Latino de París,[23] donde reside Betances en ese momento y la duración del trayecto es aproximadamente de dos horas y, según él mismo lo relata, eso le permite poder visitar a Carmelita una o dos veces por semana, similar a como lo hacía cuando ella estaba en el colegio.[24]

Finalmente se recibe la dispensa papal y los novios escogen la fecha del 5 de mayo para la boda. Comienzan con los preparativos para el casamiento y ya a mediados de marzo Betances se muda de la calle Racine al número 38 del bulevar Beaumarchais.[25] El apartamento, que está muy cerca de la Plaza de la Bastilla, será donde recibirá a Carmelita luego del matrimonio. Betances recordaría luego cómo Carmelita “no esperaba ya más que el día fijado para venirse a vivir en su casa que le había preparado”.[26]

En los primeros días de abril, en un paseo al campo, los novios hablaban de sus planes y formaban “el proyecto risueño” de permanecer un año en París para luego regresar y establecerse definitivamente “en un campito” de Puerto Rico.[27] Ella estaba llena de alegría y él se sentía sumamente dichoso. Todo marchaba muy bien, hasta que sucedió lo impensable. Durante los días previos a la Semana Santa, Carmelita enfermó y Betances, alarmado, la trajo de Mennecy a París para poder brindarle los cuidados y atenciones médicas que requería.[28] A su hermana Ana María le confesaría más tarde: “Yo estaba lleno de miedo, y queriendo prevenir una fiebre tifoidea, que empecé a temer casi sin motivo.”[29] Todos sus esfuerzos iban encaminados a hacer lo que fuese necesario para evitar que el padecimiento llegara a ser de naturaleza fatal. En su traslado a París, Basora estuvo junto a ellos y, Marguerite, la esposa del Dr. Lamire, los acompañó para estar cerca de Carmelita y servirle de apoyo durante esos días tan aciagos.

El Domingo de Ramos Carmelita empeora. “¡El Domingo de Ramos por la mañana empecé a llorarla!”, le dice a Ana María, en un hondo desahogo.[30] Durante seis días y sus noches, Betances no se aparta de su lado. Sin embargo, todos sus cuidados y sus empeños no dan frutos. En sus brazos siente expirar a Carmelita, faltando apenas dos semanas para la fecha de su casamiento. “Perdí a Carmelita el Viernes Santo a medianoche. Mi amor [Carmelita], usted lo sabe tal vez, era adoración y no imagino que un hombre pueda sentir un dolor más grande que el mío”, se desahoga Betances en su carta a la señorita Clémentine Prévost, la hermana del señor Prévost, cuando le escribe a su hogar en Grisolles.[31]

También desahoga sus emociones en la carta a Tapia y Rivera: “No sé si te ha llegado la noticia de mi desgracia tan inmensa. Ya lo he escrito y no sé cómo decirte mejor de otro modo: la hija de mi fe, mi escogida, la hermana de todos mis pensamientos, mi compañera, la madre de todo lo bueno que yo hubiera hecho, mi ánimo mi fuerza, mi vida, mi genio familiar, mi inspiración divina, mi patria idolatrada, ¡todo eso lo he perdido! ¡En unos días, en un momento, la he perdido! La llamábamos la Borinqueña y era el tipo perfecto, el ideal adorable, la personificación misteriosa de nuestro caro país; todo amor, todo gracia y todo virtud”.[32]

A Cintrón le dirá: “Ella comprendió tan bien nuestra amistad, que en el único momento en que me desconoció fue para confundirme contigo. “¿Quién soy yo?”, le pregunté. “Don Cornelio Cintrón –respondió la pobrecita–, amigo mío y de mi futuro esposo.” Se llevó un recuerdo tuyo en el anillo nupcial, y puse en sus paños el agua de olor que me habías traído de Colonia. Se me ha muerto, querido, se me ha muerto todo mi porvenir.”[33]

Un poco tardaría en escribirle a Clara directamente, atormentado por no encontrar cómo contarle a la madre de Carmelita lo ocurrido, cargando en sí mismo un sentido de responsabilidad por la tragedia. En una carta muy extensa con un profundo dolor y una terrible angustia, le da cuenta detallada de todo lo padecido por Carmelita y de los esfuerzos que él ha hecho por salvarla, lamentándose de que resultaran infructuosos. “Mi pobrecita no volvió a hablar, y bien pocas horas después expiró en mis brazos y recibí su último suspiro. A mi muerta idolatrada le he dado mi fe y le he puesto el anillo nupcial. Este se había hecho con oro que Cintrón le había regalado, sacado del Corozal.”[34]

Seguirá refiriéndose al anillo con insistencia. Cuando le escribe a Ana María, a Barcelona, le dice: “Yo mismo la puse en el ataúd con su anillo nupcial, hecho de oro de Puerto Rico.”[35] A su tío Pancho le dice: “Le di un abrazo y le puse su anillo y le juré fidelidad.”[36]

Ese anillo nupcial representa un simbolismo mayor, puesto que había sido fabricado con oro sacado del Corozal y para Betances parece significar la conexión con la patria misma.[37] José Cornelio Cintrón es natural de Toa Alta, una zona muy cercana de Corozal, una región reconocida en la historia por la abundancia de oro en los ríos que la recorren. Es de ahí donde Cintrón debe haber obtenido el oro con que se fabrica el anillo nupcial.

A todos siempre les pide que no la olviden, pero en especial en la carta a su tío Pancho se despide diciéndole: “Adiós, querido tío, no la olviden, no olviden a la que descansa tan lejos de su patria adorada.”[41] A su hermana Teresa le ofrece una descripción muy escueta de la sepultura: “El mármol que está a los pies de su tumba no tiene más que esto: María del Carmen Henry, de Puerto Rico, 21 años, en español. Ella cumplía sus 21 años el día diecinueve, tres días antes de morírseme.”[42]

Siempre tiene presente las veces en que Carmelita le habló de su muerte. En carta a su hermana Inés le cuenta lo que Carmelita le dijo un día: “Quiéreme hasta la muerte, y hasta después, si es posible”.[43] A Ruiz Belvis, le dice “La pobre me había dicho tantas veces, riéndose, que cuando se muriera, no quería que nadie la viese. “Sino tú –añadía ella–, ¡que me querrás siempre!” Es verdad que siempre la quiero, ¡siempre!”[44]

Ese “siempre”, ¿cómo lo guardará Betances? ¿cómo hará para que no se le escape? ¿cómo podrá declarar su amor eterno si ya Carmelita no está? ¿Dónde podrá desahogar tanto dolor? En aparente sigilo tras la muerte de Carmelita parece que Betances ha emborronado cuartillas estampando visceralmente y vertiendo su rabioso dolor en ellas, sublimando sus sentimientos en un cuento donde narra la locura de un hombre que ha perdido a su gran amor y se desquicia por no poder encontrarla. Ha conjurado un personaje: “un hombre delgado, alto, moreno, enjuto, cuyos ojos hundidos tan pronto lanzaban rayos siniestros como tan pronto revelaban la más dolorosa melancolía”.[45] En él deposita la locura de tener que vivir sin su amada y la sensación de atentar contra sí mismo, previniendo no hacerlo porque tal vez podría –desde lo etéreo– recibir a su prometida en su alma. Betances cuenta la historia de ese amor mediante las manifestaciones de ese hombre demente:

“—Sí —dijo el pobre loco, profundamente afligido, mientras que él… él era un soñador triste y silencioso. Buscaba para ella ardientemente la felicidad, sin tregua, pero la buscaba lejos del país donde el Amor vive de la luz, y quiso que la voluntad de la prometida se confundiese con la suya, y le pidió que viniese, y ella vino toda sonriente a encontrarse con él en los países donde las pesadas brumas velan los esplendores infinitos, y antes de que hubiera terminado de nombrarla «Virgen de Borinquen», una noche se hallaron ambos… ¡como en una tumba!”[46]

Algunos detalles no los deja a la interpretación: ubica el cuento en tiempo y espacio. El tiempo lo ha designado como “Viernes Santo, 22 de abril de 18… a medianoche”. Ese Viernes Santo del 22 de abril cuando Carmelita murió, apenas unos minutos después de la medianoche, tal vez no debe quedar registrado de manera final, y posiblemente ése pueda haber sido el motivo por el cual ha renunciado a nombrar el año. Ni siquiera es un pasado, significa su presente. El espacio en el que ha ubicado el cuento es en “Charenton”. No explica más, solamente Charenton. En París, en el siglo XIX, Charenton era un asilo para pacientes con desórdenes mentales.[47] Un elemento que llama la atención sobre la institución es que parece haber tenido prácticas de tratamientos que respetaban la condición humana, a diferencia de otras instituciones en que los tratamientos podían rayar en la barbarie. A principios del siglo XIX, uno de sus directores, el sacerdote católico François-Simonet Coulmier, empleaba el uso del arte dramático como terapia, donde los pacientes preparaban obras de teatro en las cuales ellos mismos actuaban.[48] Es ahí donde vive el desquiciado, bajo el cuidado de un médico que antes “era su amigo”, pero a quien ya no reconoce.[49] La amistad con el médico es un elemento de humanidad que introduce en el cuento y es una evidencia de estar en un hospital, sanatorio o institución similar. No hay duda de que el cuento es un drama donde el demente al que sus ideas se le escapan de su cerebro representa a Betances quien podría haber recurrido a la escritura como un espacio íntimo en el cual “recoger y reunir sus ideas”.

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“Sopló el viento hacia arriba y vi una infinidad de cuadrados de papel blanco irregularmente cortados, llevando cada uno una inscripción, revolotear en medio de los murciélagos y los cuervos espantosos. ¡Todas mis ideas se habían escapado de mi cerebro como los pájaros de sus nidos! Cada una de ellas estaba inscrita sobre una de las hojas que volaban… Deseé recoger y reunir mis ideas. A medida que cada papel caía, corría sobre él,… Estaba a punto de apoderarme de nuevo de mi idea perdida, cuando un murciélago, al pasar, lanzó un grito agudo, tocó el papel con el ala y lo hizo caer. Me dirigí a recogerlo, pero un cuervo se lanzó sobre él con un graznido tremendo y me lo arrancó con su pico.”[51]

¿Sería tal vez que Betances está recurriendo él mismo a la terapia del psicodrama? ¿Estaría expiando sus angustias para sacarlas de su organismo y evitar el riesgo de que puedan perturbar su mente debido al profundo golpe emocional que está viviendo? ¿Cómo saberlo?

Ciertamente, Betances querrá a Carmelita hasta la muerte y hasta después. En su cuento vivirá el “siempre” y es donde guardará su amor y su dolor como si fuese un cofre con un gran tesoro. El cuento “La Vierge de Borinquen” (La Virgen de Borinquen) ha sido labrado en francés, idioma en el que pernocta en él la literatura desde sus años juveniles. Betances deposita su historia en manos de la casa de impresión E. Thunot, confiándole su publicación. Al morir Carmelita él renuncia a permanecer en el apartamento donde la había perdido “la casa que no le sirvió sino para morir” y regresa al de la calle Racine.[52] A sólo unas puertas, en el número 26 de la misma calle estaba la imprenta. Una vez publicado su cuento, podrá gritar a los cuatro vientos lo que siente sin tener que usar el “yo” para decirlo, sin tener que hablar, sin tener que asumir la compasión directa de quienes le encuentren durante su penar. En julio de 1859, le escribe a su tío diciéndole meramente: “se ha publicado un pequeño folleto que mando; aún está en francés”.[53] Da la impresión de que el folleto lo ha publicado otra persona y no él mismo, pero es ciertamente el cuento “La Vierge de Borinquen”, y su tío prontamente comprenderá. Al menos, envía tres ejemplares solicitándole a su tío que haga las correspondientes entregas.

Sus amigos-hermanos, Ruiz Belvis y Basora, son el sostén para Betances en estos momentos de dolor tan amargos. Al escribirle a Ruiz Belvis le dice: “[Basora] aquí y tú allá habéis sido más que hermanos. ¡Qué amistad tan grande la vuestra!”[54] También comparte con su amigo-hermano un lamento: “Todo lo bueno que yo sentía y que podía estaba en ella y se lo ha llevado. Mi corazón no late más que para el dolor y se gasta vanamente mi cerebro en el pensamiento único de esta muerte incomprensible.”[55]

Empeñado en llevar a Carmelita a su tierra, Betances hace una infinidad de gestiones y trámites. En todo momento se comunica con Ruiz Belvis, diciéndole sus planes y pidiéndole que interceda ante las autoridades para poder lograr el permiso de entrada a Puerto Rico con el cuerpo de Carmelita. La determinación de Betances de llevar a Carmelita a Puerto Rico es monolítica. No esperará a saber si se logran los permisos necesarios y le dice a Ruiz Belvis que partirá a fines de agosto, aunque no podrá hacerlo hasta entrado septiembre. Los planes son en confidencia, pues, de no recibir los permisos de entrada, Betances buscará opciones para una entrada clandestina: “Si no es posible obtener el permiso de entrar a Puerto Rico, infórmate cómo han penetrado otros”, le recalca.[56] A como dé lugar quiere llevar a Carmelita a su tierra. También, en caso de alguna contingencia, considera la antilla dominicana como un lugar alterno para el descanso de Carmelita: “Si nada se puede, seguiré para Santo Domingo”.[57] Aunque no repose en su misma tierra, reposará en una de las Antillas y estará cerca de ella. Su amigo Francisco Basora, a quien afectuosamente llama Pancho, está con él en el difícil momento de trasladar a Carmelita de un ataúd a otro. Es así como se lo cuenta a Cintrón: “Ella no puede ya darte su pobre manita, que volví a ver con su anillo el 7 de septiembre, día en que la trasladamos Pancho y yo de un ataúd a otro, para este largo viaje en que tan vanamente he agitado su sueño. Adiós, esto no se lo puede uno figurar, ni yo podré acabar nunca de hablar de lo injusto del destino”.[58]

Zarpando el 10 de septiembre, desde el puerto de Le Havre, Betances viaja con Carmelita durante cuarenta días en un velero que los llevará hasta Saint Thomas. Acompañado de su amada y de sus libros, llega a Saint Thomas el 20 de octubre. Ruiz Belvis ha acudido para acompañar a su amigo, habiendo tramitado ya el permiso para que el féretro pueda ser admitido en Puerto Rico. Parten juntos hacia Mayagüez, arribando el 29 de octubre aunque todavía Betances afrontará días angustiosos.[59] Tras presentar el certificado médico correspondiente, le informan que deberá esperar por el permiso de las autoridades eclesiásticas para poder llevar el cuerpo de Carmelita a su nicho en el cementerio. Son quince días en una larga espera, hasta que por fin se recibe el permiso del obispo para proceder con el entierro.

El domingo 13 de noviembre, según cuenta el mismo Betances, bajo una torrencial lluvia, lleva a Carmelita hasta el cementerio de Mayagüez: “a pesar de la lluvia que, en el día señalado, cayó por todas las calles, era imposible que viniera más gente a acompañar al lugar de reposo el cuerpo de la adorada que se hacía amar por todos. Las jóvenes mismas, vestidas de blanco, vinieron a darle el último adiós. Yo estaba bien conmovido por el homenaje que todos rendían (todos, ricos y pobres) a quien lo había merecido tanto, y por las simpatías que le demostraron. Esto no es, sin embargo, un consuelo. Sé que no debo encontrarlo ahí. De este modo, iré caminando en el dolor por toda mi vida.”[60]

Su expresión de ir caminando en el dolor por toda su vida es evidencia de que su herida no tiene visos de restañar. En Mayagüez, se hablaba de su presencia todas las tardes en el cementerio, al lado de su adorada. Él mismo, lo admitiría en la carta que hace llegar a los Lamire: “He sembrado flores, como en Mennecy, y es allí donde me paso, cada vez que puedo, las horas de la tarde.”[61] Ciertamente, su herida no cicatriza. Todavía veinticinco años más tarde, cuando su hermana Clara le comunica que deben trasladarse a Cabo Rojo los restos de Carmelita, él le escribe aludiendo a la carta que le envía: “Espero que cuando llegue ésta, ya esos restos estarán descansando para siempre al lado de nuestros queridos padres y gozando al fin del único reposo que le parece reservado a todos los nuestros, el de la tumba.” Y luego de pedirle detalles sobre la ceremonia, añade: “Dime si encontraste el anillo que yo mismo le puse y si se lo dejaste.”[62]

Aunque, tal vez, su expresión más emotiva del recuerdo de Carmelita puede haber sido la que le expresara a su entrañable amigo Cintrón cuando le escribe –casi en vísperas del primer aniversario de la muerte de Carmelita– y le dice desgarradoramente: “Gracias mil por tu recuerdo. ¡No me la olvides, la pobre adorada! Bastante me quiso ella: “Yo quiero ir, le decía a su madre cuando recibió mi carta en que la llamaba, yo quiero ir…; aunque me muera. ¡Qué triste palabra! ¡Cumplió cruelmente!”.[63]

 


 

El poeta Juan Antonio Corretjer Montes, en su poema “Oubao-Moin”, alude al río de Corozal llamándole “el de la leyenda dorada”. En su geografía de la patria, Corretjer Montes encadena los ríos que, originándose en Corozal y Barranquitas recorren la región de Corozal:

El río de Corozal, el de la leyenda dorada.
La corriente arrastra oro. La corriente está ensangrentada.
El río Manatuabón tiene la leyenda dorada.
La corriente arrastra oro. La corriente está ensangrentada.
El río Cibuco escribe su nombre con letra dorada.
La corriente arrastra oro. La corriente está ensangrentada.


Podría referirse al pueblo de Corozal, pero con toda probabilidad se refiere al río de Corozal, que comúnmente se le llama “el Corozal”, estando implícita la palabra río.

Así mismo es como lo llama Julio L. Vizcarrondo, en 1863, en su libro Elementos de historia y geografia de la isla de Puerto-Rico:

“En los primeros tiempos del descubrimiento de la Isla [el oro] era muy abundante, y hoy tenemos muchos terrenos auríferos en Loiza, Luquillo y el Corozal, que arrojan sus pepitas de oro à los rios que atraviesan sus territorios…”[38]

En 1892, el historiador Salvador Brau también da fe de la abundancia del oro en los ríos, utilizando como fuentes de información a los que llama, interesantemente, “cronistas nacionales”:

“Manatuabón y Çebuco, cuyas arenas arrastraban mineral aurífero” explicando que el río “Çebuco es el que, con la denominación de Sibuco, corre por el distrito de Corozal y sigue arrastrando, en abundancia, arenas de oro que en manos de campesinos hemos podido ver más de una vez.”[39]

En la Memoria de la Feria-Exposición de Ponce de 1882, José Ramón Abad, refiriéndose al oro dice:

“Este se halla ordinariamente en forma de pajita, aunque no es raro encontrarlo en granos de dos y tres pesos de valor y se citan casos de pedazos enteros que han pesado de media a cuatro onzas. Los individuos que en el Corozal y en Luquillo se dedican á este trabajo se conforman con sacar tres ó cuatro reales por dia; si lo logran se dan por satisfechos y enseguida acuden á vender sus granitos de oro á los tenderos de esos pueblos que los van reuniendo para realizarlo en la Capital á razon de un peso fuerte por l/l6 de onza.”[40]

 


 

 

[1] El Collège Royal, que con anterioridad había sido un colegio de jesuitas, se convirtió posteriormente en el Lycée Pierre-de-Fermat.

[2] También recibió premios y distinciones en “Versión al Latín”, “Versión del Latín”, “Versión al Griego”, “Versión del Griego”, “Versos Latinos”, “Lengua Española”, “Discurso Latín”, Historia, Geografía, Física, Química, Esgrima y el premio de “Excelencia en Filosofía”, así como otros. Jacques Gilard, “Betances en Toulouse”, Sin nombre 6, No. 4 (abril-junio 1976): 45-46.

[3] Lycéens dans la cour de l’hôtel de Bernuy (lithographie de J.M. Cayla, Toulouse monumentale et pittoresque, milieu du xixe siècle). Illustrations du livre de J.M. Cayla (1812-1877) et Cléobule Paul Toulouse monumentale et pittoresque.

[4] Félix Ojeda Reyes, El desterrado de París: Biografía del Doctor Ramón Emeterio Betances (1827-1898) (San Juan: Ediciones Puerto, 2001), 30.

[5] Ada Suárez Díaz, El Antillano: Biografía del Dr. Ramón Emeterio Betances 1827-1898 (San Juan: Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, 2004), 20; Juan Rafael Iturregui, “Ramón Emeterio Betances: Padre de la medicina puertorriqueña”, Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, año 23, No. 86 (octubre-diciembre, 1984): 14.

[6] Ojeda Reyes, El desterrado…, 30.

[7] Mario R. Cancel Sepúlveda, “Betances y la epidemia del cólera”, en “Puerto Rico su transformación en el tiempo”, en https://historiapr.wordpress.com/2010/06/16/betances-y-la-epidemia-del-colera/; Iturregui, Ramón Emeterio…, 14.

[8] Ojeda Reyes, El desterrado…, 32.

[9] Suárez Díaz, cita: “Documentos Históricos, Año 1856, Tomo II, Expediente sobre el Cólera. Archivo Histórico de Mayagüez.” Suárez Díaz, El Antillano…, 22-23.

[10] Ibíd., 23.

[11] La labor de Betances es reconocida por las autoridades del ayuntamiento en un acta al año siguiente. Suárez Díaz, El Antillano…, 24; Ojeda Reyes, El desterrado…, 35. (Existe una diferencia entre ambos historiadores en cuanto a la fecha del acta, Suárez Díaz la cita el 16 de febrero de 1857 y Ojeda Reyes la cita el 3 de junio de 1857).

[12] Paul Estrade, Introducción a Betances (La Habana: Biblioteca Nacional José Martí, 2008), 25.

[13] Ibíd.

[14] Suárez Díaz, El Antillano…, 31.

[15] Carta de Betances a su amigo Charles Boussac, 6 de mayo de 1859. En Obras Completas, Ramón Emeterio Betances, editadas por Félix Ojeda Reyes y Paul Estrade (San Juan: Ediciones Puerto, 2008), 50.

[16] Ibíd.

[17] Ibíd.

[18] Carta de Betances a su amigo Alejandro Tapia y Rivera, 13 de junio de 1859. Obras Completas, 86.

[19] Carta de Betances a su amigo, el Lcdo. José Cornelio Cintrón, fechada el 20 de marzo de 1860. Obras Completas, 147.

[20] Luisa Josefa Cardona y Belvis. Carta de Betances a su hermana Clara, la madre de María del Carmen, 14 de mayo de 1859. Obras Completas, 63.

[21] Carta de Betances a su tío, don Francisco Betances (don Pancho), 28 de abril de 1859. Obras Completas, 42-43.

[22] Marguerite Decrette. Jacques Gilard, “Grisolles, un pueblo francés en la vida de Betances” Sin nombre, 9 (1978): 80.

[23] Sexto arrondissement (distrito municipal) del Quartier Latin (Barrio Latino).

[24] Carta de Betances a su tío, don Francisco Betances, 28 de abril de 1859. Obras Completas, 43. Carta de Betances a su hermana Ana María, el 18 de mayo de 1859. Obras Completas, 64.

[25] El nuevo domicilio ubicaba en el tercer arrondissement. Es el número 38 bis. Estrade, Introducción a Betances, 25.

[26] Carta de Betances a su hermana Ana María, el 18 de mayo de 1859. Obras Completas, 64.

[27] Carta de Betances a su tío, don Francisco Betances, 28 de abril de 1859. Obras Completas, 43.

[28] Carmelita, con toda probabilidad debe haber llegado a Mennecy en febrero, dado que Betances le cuenta a Tapia y Rivera sobre el pueblito “en que ella había pasado dos meses apenas”. Carta de Betances a Alejandro Tapia y Rivera, 13 de junio de 1859. Obras Completas, 86.

[29] Carta de Betances a su hermana Ana María, el 18 de mayo de 1859. Obras Completas, 64.

[30] Carta de Betances a su hermana Ana María, el 18 de mayo de 1859. Obras Completas, 65.

[31] Clémentine y Carmelita, aunque nunca se habían visto, se conocían por carta. Carta a Clémentine Prévost, el 9 de mayo de 1859. Obras Completas, 52.

[32] Carta de Betances a su amigo Alejandro Tapia y Rivera, 13 de junio de 1859. Obras Completas, 86.

[33] Betances se expresa así en su carta a José Cornelio Cintrón. Carta de Betances a José Cornelio Cintrón, que se encuentra en Toa Alta, 5 de noviembre de 1859. Obras Completas, 133.

[34] Carta de Betances a su hermana Clara, la madre de María del Carmen, 14 de mayo de 1859. Obras Completas, 58.

[35] Carta de Betances a su hermana Ana María, 18 de mayo de 1859. Obras Completas, 67.

[36] Carta de Betances a su tío, don Francisco Betances, 28 de mayo de 1859. Obras Completas, 75.

[37] Podría referirse al pueblo de Corozal, pero con toda probabilidad se refiere al río de Corozal, que comúnmente se le llama “el Corozal”, estando implícita la palabra río.

[38] Julio L. de Vizcarrondo, Elementos de historia y geografia de la isla de Puerto-Rico (Puerto Rico: Imprenta Militar de J. González, 1863), 43.

[39] Salvador Brau, Puerto Rico y su historia: investigaciones críticas (Puerto Rico: Tipografía de Arturo Córdova, 1892, 49).

[40] José Ramón Abad, Puerto-Rico en la Feria-exposicion de Ponce en 1882 Memoria redactada de orden de la junta directiva de la misma. (Ponce: Establecimiento Tipográfico “El Comercio”, 1885), 181.

[41] Carta de Betances a su tío, don Francisco Betances, 28 de mayo de 1859. Obras Completas, 76.

[42] Carta de Betances a su hermana Teresa, 13 de junio de 1859. Obras Completas, 85.

[43] Carta de Betances a su hermana Inés, 14 de julio de 1859. Obras Completas, 103.

[44] Carta a Segundo Ruiz Belvis, el 31 de agosto de 1859. Obras Completas, 129.

[45] Ramón Emeterio Betances, “La Virgen de Borinquen” (reproducción) Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, año 7, No. 3 (abril-junio, 1960): 29.

[46] Ibíd.

[47] Associated Physicians and Surgeons and James Johnson, The Medico-Chirurgical Review and Journal of Practical Medicine, First Volume Vol. 6 editado por James Johnson, (London, New York: Richard Wood, 1827), 362.

[48] Ver el tema sobre “tratamiento moral” en Jean-Luc Chappey, “Le nain, le médecin et le divin marquis : Folie et Politique à Charenton entre le Directoire et l’Empire“, Annales historiques de la Révolution française 374 (octobre-décembre 2013): 61-64; Raymond de Saussure, “Joseph I. Meier. ‘Origin and Developement of Group Psychotherapy. A historical survey—1930–1945.’ Psychodrama Monographs No. 17. New York, Beacon House, Inc., 1946, 44 pp.”, (book review) Journal of the History of Medicine and Allied Sciences, 3, No. 3 (1 July 1948), 452. Accedido en: https://doi.org/10.1093/jhmas/III.3.452.

[49] Betances, “La Virgen de Borinquen”, 29.

[50] Carlos Marichal, Ilustración para la reproducción del cuento “La Virgen de Borinquen”, del doctor Ramón Emeterio Betances, Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, año 7, No. 3 (abril-junio, 1960): 31.

[51] Ibíd., 30.

[52] Carta de Betances a su tío, Francisco Betances, el 26 de julio de 1859. Obras Completas, 106.

[53] Ibíd., 107.

[54] Carta de Betances a Segundo Ruiz Belvis, 28 de junio de 1859. Obras Completas, 91.

[55] Ibíd.

[56] Carta de Betances a Segundo Ruiz Belvis, 29 de julio de 1859. Obras Completas, 109.

[57] Ibíd.

[58] Carta de Betances a José Cornelio Cintrón, 5 de noviembre de 1859. Obras Completas, 134.

[59] Mario R. Cancel, Segundo Ruiz Belvis: El prócer y el ser humano (Una aproximación crítica a su vida) (Bayamón, PR: Editorial Universidad de América et al., 1994), 31.

[60] Carta de Betances a José Francisco Basora, fechada el 26 de noviembre de 1859, Obras Completas, 143.

[61] Carta de Betances a Pierre y Marguerite Lamire, 10 de marzo de 1860. Obras Completas, 146.

[62] Carta de Betances a su hermana Clara, 2 de marzo de 1884. Obras Completas, 171.

[63] Carta de Betances a José Cornelio Cintrón, fechada el 20 de marzo de 1860, Obras Completas, 147.

 

 


Elma Beatriz Rosado
Historiadora. Es especialista en estudios sobre represión política, violaciones de derechos humanos, las luchas independentistas en Puerto Rico y el colonialismo. Posee un particular interés en la aplicación de herramientas tecnológicas a la investigación histórica. Compañera de vida y viuda del líder independentista asesinado por el FBI, Filiberto Ojeda Ríos.

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