Los deambulantes constituyen una vergüenza. Pero no para ellos mismos, sino para todos nosotros, tan sensibles y cristianos que decimos ser. Hemos llegado a acostumbrarnos a ellos, haciendo gala de un cinismo y una indiferencia imperdonables. Para colmo, los hemos convertido en excusa para exaltar falsas filantropías y humanismos hipócritas. Para ofrecer nuestro rostro más pusilánime.
Hemos ido acostumbrándonos a ellos como si se tratara de algo normal e inevitable. La parte más fea del paisaje. En todo caso y sin desperdiciar la ocasión, los hemos concebido como esa oportunidad graciosa que nos ofrecen la miseria y la humillación para “hacer el bien”, para ofrecer una limosna, para ir ganándonos un solar en el cielo.
Nuestra sociedad proclama tolerancia cero con el intento de suicidio, el consumo de drogas ilegales, la violencia de género y el incumplimiento de la mantención de los hijos. No se concibe que alguien se quite la vida, que agreda a su pareja, que enferme su cuerpo o que desatienda a su prole. Se entiende —correctamente— que estas situaciones constituyen un atentado contra la dignidad, el respeto, la humanidad y la vida misma.
¿Por qué, sin embargo, se tolera la deambulancia? ¿Por qué se permite que decenas de miles de seres humanos vivan en condiciones tan deplorables? ¿Por qué no se erradica la deambulancia? ¿Por qué no se la prohíbe?
¿Quiénes son ésos que, valga decir, deambulan por calles y parques, duermen debajo de los puentes, piden limosna en las luces, muestran rostros y cuerpos demacrados y enfermos, sucios y maltratados, que se mueven como autómatas, que lucen desnutridos, abandonados, cargados de tristeza, cuyas vidas parecen irse extinguiendo por las cunetas y las cloacas, sin que a nadie parezca importarle demasiado?
¿Es que acaso —y después de todo— se lo merecen, por algún pecado mortal que han cometido y ése es el castigo que les ha impuesto el Señor? ¿Es que después de todo esa es su voluntad individual y debemos respetarla? ¿El “derecho” individual a ser deambulante?
La dignidad humana es justamente el gran valor que nos distingue del resto de los seres vivos del planeta. El más humano de los derechos humanos es el derecho a la vida digna. Atentar contra la dignidad humana es simplemente inadmisible, intolerable.
No se reivindica la dignidad humana estableciendo la casita tal o cual para ofrecer un plato de comida. Termina siendo una burla obscena, hecha “en nombre de Dios”, el plato de arroz con habichuelas y un pedazo de pavo ofrecido por algunos— sin duda de buena fe— a ésos llamados deambulantes.
Lo que esos seres humanos necesitan urgentemente no es saciar el hambre y la sed de su cuerpo. Lo que requieren no es ser objeto de la mendicidad; no es un lavado de cara lo que les hace falta, dirigido a dar la impresión de que se cambia algo para dejarlo todo igual.
No. De lo que esos compatriotas están desesperadamente necesitados es de la recomposición de su espíritu y de humanidad, de su dignidad y su pertinencia social, de los afectos y querencias, de su razón de ser desde el corazón y la razón.
Podría decirse, en lo que a la sociedad respecta, que es un asunto de prioridades. Pero las prioridades son un asunto de sensibilidad, de sentido solidario, de responsabilidad.
¿Qué podemos hacer? ¿Cuál debe ser nuestra prioridad? Propongo una acción concertada. Una acción coordinada desde diversas agencias gubernamentales —Salud, Vivienda, Educación, Trabajo— y desde la Legislatura. Junto con agrupaciones de la sociedad civil concernidas e interesadas.
El objetivo deberá ser uno y claro: tolerancia cero a la deambulancia. Que se prohíba la deambulancia como alguna vez se prohibió la esclavitud negra. Ir al rescate de la dignidad y la humanidad de esos compatriotas, de su salud física y espiritual. Ir a su reinserción en la sociedad.
Cero mendicidad. Cero falsa filantropía. En cambio, apoyo solidario, respetuoso, amoroso. Que los deambulantes sean cosa de un pasado indeseable.
Así estaremos rescatando —también— nuestra dignidad, nuestra humanidad y nuestra sensibilidad como sociedad y como nación. Y estaremos recobrando la vergüenza.
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