Una tradición en cualquier época del año, incluyendo la Cuaresma puertorriqueña es el consumo de productos del mar; muchas veces acompañados de vegetales y tubérculos o viandas.
Cualquiera supondría que en nuestro País, compuesto de varias islas y rodeado por el océano Atlántico y el mar Caribe, abundaría la pesca. La realidad es otra. Producimos menos del cinco por ciento de los productos del mar que consumimos; más del 95 por ciento son importados.
En lo que respecta a la vianda y los vegetales la historia es similar. Como si aquí no hubiera terreno fértil donde cultivar.
Es una muestra contundente de la advertencia que se nos viene haciendo, de que más del ochenta y cinco por ciento de los alimentos que consumimos son importados y que estamos a merced de los productores e importadores foráneos.
Luego, nos quejamos de que nos vamos empobreciendo. Ni siquiera producimos nuestro alimento y en cambio enriquecemos al extranjero que produce y nos vende casi todo, y que de paso impone sobre nosotros una suerte de chantaje alimentario.
¿Quiénes se enriquecen? Estados Unidos, Nicaragua, Panamá, Costa Rica, Bahamas, Brasil, Chile, Vietnam, Taiwán, Indonesia, Tailandia, China, Holanda, Canadá y República Dominicana.
¿Quiénes se empobrecen? Nosotros.
Démosle una ojeada a los “shoppers” que nos llegan diariamente—yo lo he hecho—. Notemos el lugar de origen de cada producto. Se honrará a Cristo con pescado de quién sabe donde, acompañado por yautía o malanga de quién sabe donde. Y de vegetales de quién sabe donde: Sierra entera de Vietnam y Taiwán; Chillo entero de Indonesia, Brasil, Nicaragua y Panamá; Merluza entera de Chile; Mero rebanado de Panamá; Sierra rebanada de Indonesia; Filete de Dorado de Panamá; Filete de Mero de Vietnam; Filete de Atún de Indonesia; Filete de Tilapia de China, Vietnam y Costa Rica; Filete de Salmón de China y Chile; Filete de Bacalao de China y EUA; Filete de Lenguado de EUA; Carrucho limpio de Bahamas y Nicaragua; Camarones Jumbo de Indonesia; Camarones Jumbito de Indonesia; Camarones cocidos de Tailandia e Indonesia; Langostas vivas, Almejas y Ostras de EUA.
En el renglón de viandas y vegetales, aparecen batata de República Dominicana; yautía de Costa Rica y República Dominicana; malanga de República Dominicana y Nicaragua; yuca de Nicaragua; papas de Canadá y EUA; cebolla de Holanda; zanahoria de EUA; repollo y lechuga de EUA; ajo de China; brócoli de EUA.
¿Por qué Puerto Rico no puede poseer una industria pesquera moderna y productiva? ¿Por qué tenemos que conformarnos con una precaria pesca artesanal, compuesta por un puñado de abnegados compatriotas dueños de pequeños botes y escasas facilidades, cuyo número se va reduciendo hasta que un día no lejano desaparezcan? ¿Por qué no podemos poseer una agricultura que produzca una porción importante de cuanto comemos, sea arroz o yautía, carne o pollo, huevos o vegetales?
Que los mares están agotados, nos dicen. Pero ocultan el hecho de que carecemos del control sobre nuestro mar territorial. Lo que se ha agotado, en demasiados casos, no es nuestra tierra o los mares y océanos. Son los espíritus, es la voluntad, es la confianza y la autoestima. Por mucho tiempo se ha propagado la idea malsana de que somos incapaces de producir para nosotros, aun cuando hemos sido tan capaces de producir para otros. Tanto lo han repetido, que muchos han llegado a creerlo. Luego, se resignan a la idea de que no hay otra opción que depender de alguien.
Si tomáramos más en serio el ejemplo de aquel en cuyo nombre se realizan en estos días ceremonias religioso-gastronómicas con pescado de las sínsoras, reconoceríamos que solo prevalece el que lucha, el que construye, el que reconoce de cuánto es capaz con sus manos y su inteligencia. El que no se conforma con que le traigan pescado de algún lugar, sino que aprende a pescar y a sembrar. El que genera riqueza material y espiritual para sí y los suyos.
*Publicado en el periódico El Nuevo Día. Martes, 29 de abril de 2014. Sección “Perspectiva”. |