Escrito por Julio A. Muriente Pérez | Copresidente del MINH
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Jueves, 25 de Agosto de 2016 03:09 |
Una vez más se crea un clima de tensión y se paraliza al País en relación a algún fenómeno atmosférico y todo termina en nada. En esta ocasión por una onda tropical que habría de traer alguna lluvia, que finalmente no trajo.
Es correcto y adecuado tomar medidas preventivas cuando de un fenómeno atmosférico se trata. Lo que es equivocado es asumir como algo categórico e infalible la información que proveen los modelos de computadora o la información que nos llega del exterior.
Los medios de comunicación de masas se convierten en reproductores pasivos de todo cuanto transmite el Centro Nacional de Meteorología de Estados Unidos ubicado en el estado de Florida, como si se tratara de artículos de fe, como si fuera palabra divina, categórica y precisa. Los informadores del tiempo en radio y televisión pierden de vista que en el trópico, por ser una zona de altísima concentración de energía, las condiciones del tiempo son muy inestables e impredecibles. Que en la atmósfera todo está en continuo cambio, en un período corto de tiempo. Por eso se equivocan tan frecuentemente en sus pronósticos. Por eso van perdiendo credibilidad aceleradamente.
Después de todo, nunca es malo que llueva. Nunca está de más el agua, fuente esencial de vida. Excepto que la lluvia caiga en un país donde no hay planificación urbana, donde los suelos han sido saturados de cemento y brea, donde el sistema de transporte depende de cientos de miles de vehículos de motor apiñados en carreteras y avenidas que se inundan tras un chubasco. Ese es el caso de San Juan y de muchos otros puntos de Puerto Rico.
El problema, entonces, no es la lluvia; es el desmadre urbano. Agravado por la desinformación, la histeria colectiva y la ignorancia en materia climatológica.
Definitivamente, no se puede creer en todo lo que dicen los “peritos” del tiempo, muchos de los cuales no pasan de ser lectores de informes preparados a miles de kilómetros de aquí, por gente que conoce mucho de satélites y de pantallas de computadora, pero menos de la naturaleza y su comportamiento real.
Quizá conviene mirar más al cielo y menos al televisor, o escuchar más las aves y el viento y menos al fotutero de la radio o al funcionario de gobierno que no saben lo que tienen entre manos y repiten como el papagayo. Quizá conviene mirar los fenómenos naturales con otros ojos y no con el cálculo tantas veces desatinado de agencias e instituciones que insisten en que nos creamos el cuento del lobo.
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