La graduación simbólica del estudiantado del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico fue un rotundo éxito. Cientos de graduandos y graduandas, junto a sus padres, madres y allegados, colmaron el Coliseo Roberto Clemente la mañana y la tarde del pasado miércoles, 16 de agosto. La alegría, las sonrisas, el llanto, los abrazos, se apoderaron de aquel maravilloso escenario. Reinaba una enorme satisfacción por el deber cumplido.
El Consejo General de Estudiantes y las entidades y personas que colaboraron en este gran esfuerzo, dieron una muestra ejemplar de eficiencia, capacidad organizativa, seriedad y profunda madurez. Todo el mundo quedó contento y feliz.
Menos la administración universitaria. Esos señores y señoras quedaron muy mal parados. Quisieron castigar injustamente a miles de alumnos y alumnas que han pasado cuatro, cinco o seis años fajándose para alcanzar un grado académico; bachillerato, maestría, doctorado. Amenazaron a los trabajadores, al Coro, a la Tuna y a medio mundo para que no apoyara la iniciativa estudiantil.
Fueron los grandes ausentes; y nadie les extrañó. Es más, quienes participamos de la graduación nos sentimos felices de que no estuvieran con sus protocolos aburridos y sus sonsonetes faltos de emoción y pasión. No hicieron falta alguna.
Pero no solo eso. Hay algo todavía más importante. Con su política de mano dura, sus amenazas y se negativa a que hubiera graduación, la administración de la UPR dejó el espacio vacío nada menos que para la realización de la actividad más importante de cualquier institución educativa, que es la fiesta de logros o colación de grados. Y pensaban que nadie lo ocuparía.
Pero se equivocaron. Cedieron la hegemonía institucional y el estudiantado se apoderó de ésta. Perdieron absolutamente el poder sobre el evento cumbre y los verdaderos universitarios asumieron ese poder.
Igual situación se dio en plena huelga universitaria, cuando la corte quiso obligar a que se abrieran los portones del recinto de Río Piedras. La presidenta interina, la rectora, los miembros de la Junta de Gobierno y otros tantos burócratas, habían renunciado. No había quien acatara la orden del tribunal. Los portones se abrieron varios días después, pero sólo cuando miles de estudiantes reunidos en asamblea estudiantil lo decidieron así. La hegemonía, es decir el poder, fue desplazado de las manos de la institución judicial a las manos de los protagonistas sociales.
Esta es probablemente una de las lecciones más importantes que debemos consignar de estos días de lucha social en la Universidad. Tenemos la capacidad de asumir el poder y de hacer las cosas mejor que las inútiles instituciones existentes. Ello aplica a todo el País, desde donde emergen iniciativas autogestionarias todos los días, en la lucha ambiental, comunitaria y social.
Se trata entonces de ir construyendo poder y hegemonía pedazo a pedazo, sin renunciar, ni por un instante, a asumir la dirección de la sociedad donde las circunstancias nos ofrezcan esa oportunidad. Que vayamos aprendiendo que somos capaces de construir una sociedad superior.
Esto le aterra a quienes administran alguna institución en el País. A nada le temen más que a perder el poder, aunque sea una pequeña tajada de poder. Por eso suelen ser tan represivos e intolerantes, porque piensan que pueden prevalecer a base del miedo y el castigo. Pero su mezquindad les nubla el pensamiento y no acaban de entender que aquí va surgiendo una nueva sociedad, pedazo a pedazo, despacito pero seguro.
Eso fue lo que pasó en la graduación. Eso fue lo que pasó en la huelga. Eso es lo que pasará en el País.
Ya verán.
(endi.com)
Foto: Christian Batiz / Pulso Estudiantil |