Ayudar al necesitado es visto como un gesto de generosidad, sensibilidad humana y desprendimiento. Para ser verdadera, la ayuda ha de ser, sobre todo, un acto profundamente honesto y desinteresado. No debe esperarse a cambio otra cosa que el agradecimiento, el respeto y el afecto de la persona o personas cuya necesidad es satisfecha. No deberán fraguarse segundas o terceras intenciones, intereses o propósitos. Serán la buena voluntad y la alegría de servir las únicas motivaciones de quien ayude. Nada más.
Eso es lo que se denomina ayuda humanitaria, que aplica igual a la relaciones entre personas, que entre pueblos, gobiernos, países y continentes.
En el momento en que dicha ayuda se concibe de manera oportunista, con el propósito premeditado de obtener algún beneficio, de producir algún daño, o como una acción perversa, se convierte en un acto de maldad, totalmente ajeno al humanitarismo que pretende proyectar.
Entonces, el loable concepto “ayuda humanitaria” es manipulado hipócritamente, con la intención calculada de imponer la voluntad de algunos, de desacreditar y mentir y, peor aún, de justificar todo tipo de acción destructiva, enemiga de la paz y del respeto al prójimo.
Muchas veces tal ayuda no pasa de ser una suerte de mendicidad institucional, que lejos de perseguir la solución de algún problema o necesidad material o espiritual, busca la perpetuación de la subordinación y la desigualdad. En otros casos es transformada maquiavélicamente en una justificación para la agresión y el sometimiento.
Esa es precisamente la situación que enfrenta hoy la República Bolivariana de Venezuela. Gobiernos interesados, con Estados Unidos a la cabeza, medios de comunicación incondicionales y cómplices de diverso signo han orquestado una gran fachada dirigida a justificar la intervención extranjera, la violación de la soberanía nacional y la nada disimulada intención de intervenir militarmente para derrocar al gobierno Bolivariano.
Con cinismo imperdonable, han querido poner por delante la existencia de una alegada crisis humanitaria en ese país suramericano, para forzar la intervención extranjera, violando burdamente la soberanía de Venezuela.
Al anunciar su intención de enviar aviones, barcos y caravanas de camiones con presunta ayuda humanitaria, los gobiernos de Estados Unidos y sus aliados de ocasión son conscientes de que están cucando el avispero de una confrontación armada. Violar el espacio aéreo, marítimo y terrestre o los asuntos internos de una nación soberana es un asunto muy serio. Eso lo sabe muy bien el presidente de Francia, Emmanuel Macron, quien mientras estimula la agresión contra Venezuela, le reclama al gobierno de Italia que no se inmiscuya en los asuntos internos de su país, particularmente en relación a las protestas de los llamados “chalecos amarillos” y en el respaldo que ha expresado el vicepresidente italiano a la dirigente de la extrema derecha francesa, Le Pen.
¿Cuál es la verdad sobre la situación económica prevaleciente en Venezuela? ¿Requiere ese país de “ayuda humanitaria”? ¿Es eso lo que quieren hacer Estados Unidos y sus socios, ayudar humanitariamente a Venezuela, generosa y desinteresadamente? ¿Esa era la intención del secretario de estado Luis Rivera Marín, con el avión que nunca llegó? ¿Ningún interés en el petróleo, el oro y otros recursos naturales, las tierras, el comercio, el control geopolítico ni nada por el estilo?
Venezuela Bolivariana enfrenta problemas económicos y sociales como cualquier otro país del orbe. Pero su gran pecado consiste en plantearse el desarrollo de un modelo de sociedad verdaderamente independiente, que deje de estar sometido, como lo ha estado en el pasado, al control e influencia de fuerzas externas. Por eso las grandes potencias y sus cómplices han querido aplicarle al Bolivarianismo un castigo ejemplar. No solo a Venezuela, sino a todos los pueblos de Nuestra América. Que nadie se atreva a retar al gran capital, dueño y señor eterno del planeta; ese es el mensaje contundente.
El agravamiento de la situación económica y social de Venezuela es consecuencia de las medidas ilegales y arbitrarias tomadas por los gobiernos de Estados Unidos y sus aliados, dirigidas a sabotear y perjudicar seriamente al pueblo venezolano. Boicot, secuestro de empresas y capitales, congelamiento de cuentas bancarias del Estado, cierre forzado de mercados, reducción artificial del precio del petróleo en el mercado internacional, amenazas a socios comerciales de Venezuela en el mundo; esas son solo algunas de las medidas delincuenciales impuestas a ese país vecino. A Venezuela Bolivariana la quieren rendir por hambre, para beneplácito de grandes y poderosos, de monigotes y subalternos que claman por ver la sangre correr.
Sin obviar la responsabilidad que pueda tener el gobierno venezolano para garantizar una eficiente gestión económica y social durante veinte años de revolución Bolivariana, en la actualidad se trata--en gran medida--de una crisis económica inducida desde afuera con el objetivo expreso de hacer daño a Venezuela. No hay nada de humanitario en las ayudas anunciadas a diestra y siniestra. Si de algo carecen los gobiernos ultraderechistas de Argentina, Brasil, Colombia, Chile y Perú, por mencionar solo algunos, es de humanitarismo. Solo les mueve la mala voluntad y la obsesión desenfrenada por impedir que el proceso revolucionario venezolano prevalezca. Igual que infructuosamente han hecho desde hace seis décadas contra Cuba.
La verdadera ayuda humanitaria que requiere Venezuela en este momento histórico, es el respeto honesto a su soberanía nacional e independencia, el fin del acoso y las amenazas, el cese del bloqueo económico y la eliminación de todas las medidas ilegales aplicadas en su contra. Entonces y solo entonces, se superará esta crisis provocada por los enemigos del Bolivarianismo.
Hoy es más cierto que nunca que el respeto al derecho ajeno es la paz.
(El Nuevo Día) |