Como una encomienda propia, o como un mandato de él, sentía la urgencia entregarle su última entrevista. Me recibió a primera hora de la mañana, con los pálidos rayos del sol entrando por la ventana que da al Muelle de La Habana Vieja.
Sentados en muebles de mimbre y diseño real, con predominio de los colores de la tierra y el cielo, era todo oídos. Sentí que asistía a un momento trascendental, que era la conexión.
El doctor Eusebio Leal, un hombre que no se alcanza de tanto andar, tenía como primera tarea del día, recibir de nuestras manos, las palabras impresas de la última entrevista a Don Ricardo Alegría, ese ángel de la vida, que nos regaló su historia, antes de que le abrazara el ángel de la muerte.
Nos escucha atento. Visiblemente emocionado por la narración de la circunstancia que nos tocó vivir en San Juan de Puerto Rico. Fui breve, concreta. Respeto mucho a este hombre, su tiempo ocupado de la trascendencia histórica y la supervivencia de un espacio sin igual. Para mí es como el cuidador de lo primigenio, el guardián de lo iniciático, el hijo a cargo de la madre: La Habana, vieja.
Surge obligado un nuevo encuentro, pendiente hasta hoy, en que ha hecho estas confesiones del Maestro, Don Ricardo Alegría.
Asunción y referencias
Yo conocí a Don Ricardo Alegría sólo por referencias. Y hace tanto tiempo, que no existía todavía, al menos para nosotros, ni teléfonos satelitales, ni comunicaciones con Puerto Rico. Ni siquiera la posibilidad de recibir publicaciones del Centro de Estudios Avanzados para la Cultura (CEAPRC), que él había creado en San Juan para sus proyectos del Caribe, de América, para lo que él consideraba fundamental: el discurso antillano.
Ese discurso, lo recibí de manera directa de Emilio Roig de Leuchsenring (La Habana, 1889-1964, incansable historiador y promotor cultural), ya que él tenía la pasión de comunicarse con República Dominicana, con Puerto Rico. También con esa nación que tanto ha significado para el Caribe, y más para las Antillas que sin hablar nuestro idioma tenía, sin embargo, una participación tan intensa en la historia continental de América y de las islas, como fue la Primera República de esta región, que fue la República Haitiana.
Pero lo fundamental era, seguir el ideario de Segundo Ruiz Belvis, fundamentalmente de Eugenio María de Hostos, quien como educador y pedagogo, había llevado a Santo Domingo el ideal de esa educación cívica, ética, que Don Ricardo representaba de cuerpo entero.
Comenzaron a llegarme noticias de Don Ricardo, en los finales de los años 1960 y 1970, cuando yo comenzaba la obra de restauración de La Habana Vieja.
‘...Por nuestra parte no hay descanso ni reposo permitido, y la obra marcha venciendo todas las dificultades.’...dice por entonces Eusebio, mientras encabeza la restauración del antiguo Palacio de los Capitanes Generales, donde se propone conservar la Oficina del doctor Roig tras su fallecimiento.
Algunas personas llegaban y me decían que tenía un precedente, que era como un mentor de nuestro trabajo, sin conocernos. Y que, inexplicablemente, Don Ricardo, tenía noticias de mí.
Emilio Roig había muerto recientemente; en su epistolario encontrábamos cartas de Don Ricardo. Ellos se habían comunicado, fundamentalmente porque Emilito conservaba el legado de Don Pedro Albizu Campos, su paso por Cuba.
La existencia de una documentación de don Pedro en los archivos y la amistad que el historiador de la Ciudad de La Habana, tenía con la viuda de don Pedro Albizu Campos, con Juan Juarbes Juarbes y otros amigos de doña Laurita(Laura Meneses, esposa de Albizu), que conservaban encendida y viva, la llama de Puerto Rico en Cuba.
Un caminante de visión humanista
Ya sabemos que el sentimiento puertorriqueño despertó, desde tiempos antiguos, una pasión por Cuba, muy intensa.
Cuando José Martí crea el Partido, buscando la unión de propósitos entre Cuba y Puerto Rico y dejando claramente que se constituía para lograr la independencia de esta isla y de aquella, no hacía más que dar continuidad a una relación que había existido desde los tiempos aborígenes”.
Ellos se trasladaron desde las pequeñas islas hasta las llamadas Antillas mayores, trayendo un poco de la memoria indígena de nuestro continente hasta Cuba, donde se vivió un esplendor, fundamentalmente, en el oriente del país.
...hablaba de lo que nadie creía, compartía la idea de que era posible a través de la salvación de las piedras de San Juan, perpetuar la identidad del pueblo puertorriqueño.
Tenía esa noticia de don Ricardo, que como muchos de los intelectuales de su tiempo poseía esa visión múltiple y humanista de la cultura. Él conocía perfectamente los cánones de la arqueología, era un investigador de documentos, al mismo tiempo un conferencista apasionado y era sobre todo, un caminante.
Me contaban que por las calles arruinadas del Viejo San Juan predicaba la causa de la restauración de los monumentos, hablaba de lo que nadie creía, compartía la idea de que era posible a través de la salvación de las piedras de San Juan, perpetuar la identidad del pueblo puertorriqueño.
Esa coincidencia, a pesar de las diferencias de edad, que existían entre él y yo, nos produjo un contacto epistolar, muy temprano.
Cuando se logró vencer el obstáculo para llegar a Puerto Rico con una misiva, cuando venía alguien de la Universidad de Rio Piedras, o el que llegara a Cuba, me traían una carta de Don Ricardo.
Así comenzó la idea casi imposible entonces, de la visita mía a San Juan.
Llegué en la tarde, a mi Viejo San Juan
Del brazo de Don Ricardo, a quien describe con andar caballeresco, comenzó el recorrido desde el este, por el San Juan Antiguo, Puerta de Tierra, como quien le lleva a pasar por el umbral de la memoria.
Todo el mundo los saludaba a su paso. No es difícil imaginarlos, el orgullo boricua, y la admiración cubana o viceversa, del brazo de la historia.
Me hizo un recibimiento inconcebible. Recuerdo que llegué en la tarde y me llevó ya por la ciudad restaurada, que era una maravilla. Muy pequeña la ciudad, pero que impresionante, La Fortaleza, las iglesias!
Finalmente este viaje se produjo gracias a José Ignacio Jiménez, y a su esposa María Clemencia, que compartían la Embajada de la Venezuela en Cuba, cuando no era todavía la República bolivariana. Ambos vivían parte de su tiempo en San Juan, donde el primero había nacido. Ellos lograron la invitación que en un momento propicio se logró activar, para, pasando por La Florida, que era un camino arduo, llegar a San Juan de Puerto Rico y abrazar a Don Ricardo Alegría.
Existen las coincidencias o los planetas se alinean. Ha sido José Ignacio quien me ha presentado a Don Ricardo Alegría.
Iba yo buscando a un dominico sabio, el padre Mario. Me esperaban todos en la puerta de ese hostal. Esa misma tarde, sin siquiera reposar, fuimos al Centro de Estudios Avanzados, pasando por la casa de Don Ricardo, que era una maravilla.
Allí en el CEAPRC me encontré con un cubano, que no podía imaginarme que estaba allí. Un intelectual cubano, geógrafo de enorme mérito, el doctor Levi Marrero, que apartado de Cuba por su discrepancia o incomprensión del momento revolucionario, que compartió inicialmente con pasión, ahora se asombraba que una persona joven como yo, se acercase a él.
Al alba en San Juan, con la excitación de los iniciados, la experiencia de los consagrados y las ansias de los gladiadores, continuó el encuentro.
Tenía una voz queda, tranquila, un hombre pausado, pero un hombre de pasión. Me dijo sentado, desayunando en un restaurante cubano de San Juan: - nos dicen que no estamos preparados para la independencia, pues entonces “preparémonos”.
Era uno que creía todavía, como los ilustrados autonomistas cubanos del siglo XIX, que había que realizar la preparación; pero a diferencia de aquellos, él tenía la visión clara en el fondo, que el objetivo a alcanzar era la soberanía plena y no la estadidad”.
Creía que la estrella solitaria de Puerto Rico, su bandera, como la de Cuba, debía levantarse enhiesta y libre alguna vez, en el cielo azul de la Isla.
Antes, yo había estado en República Dominicana, tenía muchos amigos allí y entonces fue muy fácil establecer ese puente. A partir de entonces nos mantuvimos, a través de los amigos, en comunicación continua.
Año 2000. Sorpresa y consumación
Cuando finalmente lo invité a Cuba, recorriendo un camino difícil para llegar y aprovechando de un permiso excepcional para ello, se encontró con una sorpresa.
Así es en La Habana, de una emoción a otra. El eminente arqueólogo, antropólogo e historiador boricua, recibió la medalla Haydée Santamaría, conferida por la prestigiosa institución cultural, Casa de las Américas.
...que sostuvo como un baluarte, las tribulaciones políticas y veleidades de algunos sectores que alejaban al país de la búsqueda y de la aseveración de su identidad. Todo lo llevó a tener al final de su vida grandes preocupaciones...
Una pausa para ofrecer sus conocimientos. Conferencia en la Casa Simón Bolívar y el reclamo de su presencia para la develación de una tarja.
Ya en la fachada de la Casa Carmen Montilla, el homenaje resultó ser “único”, asegura Eusebio Leal.
Don Ricardo Alegría iba a ser el primer intelectual vivo al que se le erigiera un monumento en La Habana Vieja. Y ahí precisamente, frente a la Basílica de San Francisco de Asís, el lugar más relevante en el corazón de La Habana Vieja, está la lápida que él pudo ver con sus ojos. Ahí aparece exaltado que su ejemplo inspiró el nuestro y que su vocación inspiró la mía.
Me dedicó un libro, y el último momento de su vida fue para enviarme la medalla del Centro de Estudios Avanzados (CEAPRC), que recuerdo y conservo como un recuerdo entrañable.
De su última visita, me significa vivamente que recibió el premio de la Fundación Fernando Ortiz, ofrecido por Miguel Barnet (La Habana el 28 de enero de 1940, poeta, narrador, ensayista y etnólogo cubano). Ahí pudo reunirse con tantos intelectuales cubanos que él quería ver y se dio como cumplido su ideal.
El vencedor del tiempo, el hombre de aportación infinita a la memoria cultural puertorriqueña y universal, le pareció humanamente vencido.
Ya en los últimos tiempos él estaba vencido por dolores físicos y morales. La pérdida de un hijo, el destino incierto de la Isla, la lucha por el idioma (español) que sostuvo como un baluarte, las tribulaciones políticas y veleidades de algunos sectores que alejaban al país de la búsqueda y de la aseveración de su identidad. Todo lo llevó a tener al final de su vida grandes preocupaciones, cuando ya no podía subir la bella escalera de su casa, ni siquiera asistir al Centro de Estudios Avanzados”.
Sin embargo, recuerdo que me dijo: -‘te traigo, además de mis libros, una prueba importante de lo que es la cultura inmaterial del pueblo’, me regaló una colección de música, que se llamaba así, Fiesta puertorriqueña, en la cual aparecía, con una fuerza increíble, la defensa de la cultura y la identidad, con la presencia de la poesía, la música, el repentismo, las composiciones. Quiere decir que dejó un legado para nosotros y eso nunca lo olvidaré”.
¿Sabes?, en San Juan lo acompañé al cementerio de La Perla, en una visita que hicimos juntos al lugar en que él escogía como su última morada.
Como no pude asistir a su despedida de duelo, envié las palabras mías. Reconociéndome como discípulo de su magisterio, agradeciéndole infinitamente por todo lo que había hecho por su patria y por su lealtad infinita a la mía, en definitiva, una sola. Soy yo la que me pregunto de dónde sale tanta perseverancia, arrojo y coraza para combatir en medio de tal adversidad, teniendo tan lejana la realización de la obra final. Y lo digo por los dos.
En las palabras que voy a pronunciar para que quedé como un testimonio de mi admiración por don Ricardo Alegría, precisamente te diré de su admiración por Cuba, porque nuestro país había alcanzado un espacio en la historia de América y del mundo que él también quería para su patria.
Y es que él creía y yo lo creo, que existen en Puerto Rico y en su pueblo, en sus luchadores, en su gente sencilla, en sus paisajes, en su naturaleza, los fundamentos para aspirar a eso que otros negaban. Y que se debilitaba con las dádivas que venían del norte o con la irrupción de problemas que le atormentaban como el tema de la delincuencia organizada, la droga, etcétera. O el desvarío de los políticos, cuyas campañas a veces buscaban demoler lo que había sido su prestigiosa obra.
Habría que ponerse en su piel para sentirlo, en su corazón para padecerlo, y en su alma para regocijarse. Ambos andaban sembrando con fe, la semilla.
A él no le interesaba el viejo San Juan como una cosa “turística”, eso lo veía como lo veo yo, como una consecuencia. A él le interesaba, en primer lugar, para los puertorriqueños, que ellos vieran su historia en esa ciudad restaurada, en esos templos, en su catedral, en el Castillo.
Paradójicamente Don Ricardo ocupa el Morro, que es considerado un Parque Nacional de los Estados Unidos. Lo ocupa en un acto de protesta en pro de la identidad y de los derechos conculcados al pueblo puertorriqueño. Quiere decir que él, que se consideraba un hombre prudente y muy sensato no vacila en realizar un acto que lo identifica con la más puntera de las vanguardias puertorriqueñas.
No olvidemos que Emilio Roig, con quien mantuvo una correspondencia, y me mostró muchos libros dedicados por él, constituyó en Cuba un Comité por la liberación de Rafael Cancel Miranda, Irving Flores y Andrés Figueroa Cordero y Lolita Lebrón. De ahí que cuando conocí a Lolita Lebrón, me emocioné muchísimo, porque estaba conociendo a aquella muchacha que ahora volvía anciana, por la cual Emilio Roig había luchado tanto, como otros cubanos, incluyendo a Fidel.
Quiere decir que Don Ricardo estaba en el meridiano de aquello que yo quería hacer y trabajar en pro de La Habana Vieja, que él también admiraba extraordinariamente.
De cómo convirtieron a las contrariedades, como a las piedras, en un escalón más alto, para construir el monumento…
Pero es que son diferentes. Los obstáculos que él tuvo que enfrentar son el desconocimiento de la soberanía.
Yo soy hijo de la Revolución, nací en el proceso revolucionario. Mi trabajo y el de mis colaboradores habrían tenido otra característica de no existir la Revolución”.
Claro yo tenía un precedente. Emilio Roig no fue un subvencionado; fue uno que se negó a reconocer los estatutos provisionales, proclamados después del 10 de marzo (Golpe de Estado Militar, previo a las elecciones de 1952, perpetrado por Fulgencio Batista). Se hizo respetar por los Alcaldes de La Habana, algunos de los cuales eran políticos servidores de la peor causa. Sin embargo, todos se detenían ante esa figura respetada y respetable que sostenía la Oficina del historiador por sus propios medios. Y eso lo hacía diferente al drama que vivía allí Don Ricardo, que tenía que luchar allí con el Gobernador, con otras cuestiones…
Llegan a mi mente los comentarios, de que la propia izquierda lo había catalogado de traidor. Acabo de recordar a Frei Betto, a veces ‘hablamos como militantes y vivimos como burgueses, acomodados en una cómoda posición de jueces de quien lucha’.
Sí. Era lógico que así fuera, porque en muchas oportunidades hay esos extravíos, hoy todo el mundo le rinde tributo y reconoce en él sus grandes valores. No quiere decir por eso que no exista una evolución en el pensamiento de los individuos.
Yo evolucioné desde una concepción de la sociedad y la vida, a otras, a partir del tiempo que me tocó vivir.
Don Ricardo, en las circunstancias suyas, hizo lo que fue correcto e hizo lo que los demás no pudieron hacer.
Yo recuerdo que hablé con Juan Mari Brás y con otros luchadores puertorriqueños que a esa altura, lo reconocían como un ‘paladín singular’.
Sin embargo, me permitió conocer al señor Ferré, que era un “anexionista nacido”. Yo dije, conocí al último anexionista, cuando conocí aquel anciano, que tenía una vitalidad extraordinaria y que hablaba de la anexión de Puerto Rico a los Estados Unidos, como un hecho divino, como una necesidad histórica. Me dije estoy hablando con gente cubana de los años 1940 y 1950 del siglo XIX.
Don Ricardo era otra cosa. Representaba lo que Carlos Rafael Rodríguez para Cuba (Cienfuegos1913 - La Habana, 8 de diciembre de 1997. Político y economista).
Cuando hablaba en su maravilloso ensayo sobre los autonomistas cubanos, preparando al país, para la gran decepción que su propio discurso suponía. Una gran decepción, porque nadie da lo que no tiene.
Y así como España no podía dar a Cuba libertad y soberanía porque no la tenía, no podía darle a Cuba, derechos e inclusión en la constitución española; tampoco Don Ricardo Alegría podría demandar, ni nadie, al Gobierno de Estados Unidos, a que pasase por encima de los terribles resultados de la Guerra del 1898, en que España renuncia a sus derechos sobre Cuba, pero cede los de Puerto Rico, convirtiéndola en un carro de trofeo de la Guerra Hispano cubano americana.
Ab ultima aeternitas (a partir de la última, la eternidad)
La hora de la sentencia, apura la palabra, lo esperan las urgencias. Pido una última frase. Cuál es la herencia que tiene usted, en lo personal, de don Ricardo.
La herencia de su honestidad, lealtad, de su bondad, de su consecuencia, de la evolución educativa de su pensamiento, de su aporte a las letras americanas a la investigación histórica y ese monumento grande que se llama San Juan de Puerto Rico restaurado.
Haec ultima forsan (quizás ésta sea la última (hora))
Me apuro yo, es lo que sale en ráfaga… ”por último defíname: Puerto Rico para Cuba”.
Yo creo que los cubanos tenemos que retomar siempre ese discurso que Fidel resumió con unas palabras maravillosas: ‘Cuando haya uno solo que defienda la independencia de Puerto Rico, seré yo, será Cuba’. Ésa es la cuestión.
Chao, nos vemos…
Así, nos abandona. Que desagradecida soy. Me ha dedicado todo este tiempo y aún me quedo con ganas… no me canso de escucharle, de respuesta rápida, lacerante. Se va con su luz a otro rincón de la vieja Habana…la de las sábanas blancas, colgadas en los balcones. Ya me pasó con don Ricardo!
Son La Habana y el San Juan nuestros, el Patrimonio que necesita como la Humanidad, varias vidas para salvarlas.
Foto por: Alina de Lourdes Luciano/En Rojo |