La presencia en Cuba del nacionalismo puertorriqueño es un tema para estudio de mayor envergadura que estas notas.
Sus raíces se encuentran, como sabemos, en el largo empeño de ambas islas por separarse del Imperio español y en más de treinta años de una guerra que libraron como si las Antillas y sus pueblos fuesen uno y lo mismo.
La ocupación militar norteamericana, el saqueo de sus recursos naturales y la Enmienda Platt con todas sus secuelas, marcaron la frustración que cayó como pesado lastre sobre el primer cuarto de nuestro Siglo XX. Tragedia semejante se abatió sobre Puerto Rico.
Pero las dos islas volverían a encontrarse desde que resurgiera en ellas, con nuevo vigor, la conciencia patriótica. Ese renacimiento, en el caso de Puerto Rico, es inseparable del pensamiento y la obra de Pedro Albizu Campos.
Don Pedro pasó buena parte de su vida, casi toda desde que entró al Partido Nacionalista, en prisiones federales y hospitales carcelarios, o vigilado y con sus movimientos restringidos en la ciudad de Nueva York, o sitiado y sometido a brutal cerco en su propio hogar puertorriqueño. Como es usual en el sistema judicial del Imperio le devolvieron su libertad personal, en Puerto Rico, sólo cuando ya se sabía que su muerte era inminente.
Quizás fue en Cuba, donde Albizu pudo ser plenamente un hombre libre. Poco después de asumir la vicepresidencia ejecutiva del Partido Nacionalista “con mucha fe y poco peculio” al decir de Loida Figueroa, visitó varios países de nuestro Continente en busca de solidaridad con la causa de su pueblo y aquí la encontró y ayudó a fomentarla entre diversos sectores de la sociedad cubana. Se vinculó al Grupo Minorista y al Club Atenas y también a los sindicatos y a los estudiantes.
A ellos les habló, como cubano, de nuestros problemas abogando por la unión entre todos, blancos y negros, para construir una patria digna, de justicia y libertad y de ellos recibió homenaje de respeto y admiración.
Cultivó la amistad de Juan Gualberto Gómez y de Enrique José Varona. Con éste fundó en 1927 la Junta Nacional Cubana Pro Independencia de Puerto Rico que el gran patriota y educador cubano presidiría hasta su muerte en 1933. La Junta Nacional, que tuvo después entre sus presidentes a Enrique Roig de Leuchsenring y a Juan Marinello, fue expresión de un amplio movimiento de solidaridad siempre pujante en la intelectualidad cubana.
Ejemplo semejante fue el Comité Pro Independencia de Puerto Rico, parte de la estructura permanente de la Federación Estudiantil Universitaria a lo largo de los tiempos. Lo mejor del estudiantado revolucionario incluyó en todo momento la solidaridad con Puerto Rico en su plataforma de lucha. La lista sería interminable. Mencionaré sólo a Fidel Castro, José Antonio Echeverría, Fructuoso Rodríguez y a Alfredo Guevara que ocupó la presidencia del Comité.
El respaldo a la independencia de Puerto Rico, factor ineludible para definir la autenticidad del antimperialismo, alcanzó en Cuba, sin embargo, una dimensión muy dilatada, abarcadora del conjunto de la sociedad. De hecho el apoyo a la causa boricua unió a todos los sectores. Las excepciones fueron Gerardo Machado, Fulgencio Batista y sus secuaces.
Machado acosó a Albizu y forzó su salida de Cuba en vísperas de la celebración en La Habana de la Conferencia Panamericana en enero y febrero de 1928. Don Pedro regresó en marzo para participar en la Conferencia Internacional de la Prensa Latina.
De vuelta a Puerto Rico en 1930 siguió atentamente la situación y los problemas de la isla hermana a los que dedicó acertados y solidarios pronunciamientos en la prensa boricua. En ocasión del fallecimiento de Enrique José Varona el Partido Nacionalista, por iniciativa de Albizu, decretó un duelo nacional de diez días, probablemente el más sentido homenaje al insigne cubano.
Los sentimientos solidarios que él supo sembrar se mantuvieron vivos en Cuba después de su partida a lo que ayudó en gran medida Laura Meneses, su esposa y compañera de luchas de insuperable fidelidad. A La Habana vino ella, en 1939 a fundar el Comité Cubano Pro Libertad de los patriotas puertorriqueños y a participar de manera muy destacada en el segundo Congreso de Mujeres. En 1940 la Convención Constituyente aprobó una resolución suscrita por todos los partidos políticos, reclamando la independencia de Puerto Rico. En 1942 la Cámara de Representantes estableció su Comité Pro Independencia de Puerto Rico, conducido inicialmente por Pelayo Cuervo Navarro.
Con el fin de la Segunda Guerra Mundial se iniciaba una etapa que abriría el camino hacia la descolonización. El movimiento patriótico boricua estuvo presente desde San Francisco reclamando que la ONU reconociera el derecho de su pueblo. También lo hicieron ante la Organización de Estados Americanos desde su fundación. Eran tiempos muy difíciles pues la OEA estaba entonces bajo el total control de Estados Unidos. Ante el reclamo de varios miembros –recuérdese que a la sazón, en 1948, había una importante presencia colonial europea en América- la OEA creó la Comisión Americana de Territorios Dependientes que habría de sesionar por primera vez en La Habana en 1949.
A la capital cubana vinieron Gilberto Concepción de Gracia, Presidente del Partido Independentista puertorriqueño con una delegación de su Partido. Acá coincidieron con Juan Juarbe Juarbe, Secretario de Relaciones Exteriores y otros miembros del Partido Nacionalista. El gobierno de Carlos Prío Socarrás facilitó el acceso de los boricuas al trabajo de la Comisión en la que Juarbe fue acreditado como representante de nuestro país.
Cuba, con el respaldo de la Guatemala de Arévalo y la Argentina de Perón, planteó la inclusión de Puerto Rico entre los países coloniales por cuya independencia debería bregar el sistema interamericano. La oposición norteamericana provocó una complicada batalla diplomática, incluyendo una consulta al Consejo de la OEA y a todos los estados miembros y una nueva sesión de la Comisión en La Habana. Finalmente no pudo lograrse el objetivo buscado.
Fue una discusión que, entre nosotros, trascendió el plano diplomático. Respaldaron la posición del Gobierno personalidades como Jorge Mañach y Gastón Baquero, distantes en sus posiciones políticas, que sólo coincidían en su aversión al pensamiento revolucionario y su oposición al Presidente Prío.
En 1950 la insurrección nacionalista, la dramática batalla frente a su hogar y el arresto de Albizu tuvieron gran repercusión en Cuba. Laura que había vuelto a La Habana en mayo de ese año, no descansó en su incesante denuncia y el reclamo de apoyo. Prío pidió públicamente la libertad de Albizu al Presidente de Estados Unidos y al Gobernador Colonial. El Parlamento cubano se sumó a la protesta y envió una delegación a la que se le impidió viajar más allá de Miami.
Lo que vino después es más conocido. El Golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 trajo la persecución y el exilio de Laura y otros patriotas puertorriqueños así como de luchadores latinoamericanos que en Cuba habían encontrado refugio. También fueron derrocados Arbenz y Perón.
Un día, en México, Ernesto Guevara, a quien sus amigos le decían simplemente “Che”, conoció en su humilde hogar donde según él muchas veces “mató el hambre”, a la heroína por la que guardó siempre especial afecto.
Ella y otros patriotas boricuas colaboraron con Fidel y sus compañeros en la próxima batalla por Cuba como antes hicieron miles en islas “que de siglos atrás se vienen cambiando los hijos y enviándose los libertadores” como escribió el Apóstol.
La victoria del primero de enero de 1959 permitió también que a Cuba regresaran no pocos revolucionarios que de ella tuvieron que salir durante el batistato y otros que veían en la isla finalmente la esperanza tantas veces perdida. Laura y Juarbe, como el Che, recibieron la condición de ciudadanos cubanos y fueron designados después como funcionarios en la representación cubana ante la Organización de Naciones Unidas.
En la ONU Laura atendió la Cuarta Comisión y se ocupó de exigir la independencia de todos los pueblos coloniales, de todos, sin olvidar a ninguno de los que aun padecían el flagelo de la dominación extranjera en África o Asia o el Caribe, sin olvidar tampoco por supuesto, a Puerto Rico, Juan atendía la Comisión Política Especial que tenía a su cargo, entre otros temas, la cuestión del Apartheid y el tema de las llamadas operaciones para el mantenimiento de la paz.
Cuando hace cincuenta años el Che pronunció memorable discurso ante la Asamblea General de la ONU, lo hizo a nombre de una Cuba casi totalmente aislada en nuestro Continente. Eran tiempos en que nos acostumbramos a repetir, una y otra vez, “con la honrosa excepción de México”.
Quebrar la solidaridad con Puerto Rico fue siempre una exigencia norteamericana a la que Cuba jamás cedió pese a su extrema soledad.
Hoy vivimos una época nueva en América Latina. La reciente decisión de la CELAC sobre Puerto Rico señala un camino en el que habrá que avanzar consecuentemente.
Puerto Rico ha sido y es punto clave en la confrontación que ya supera medio siglo entre la Revolución cubana y el gobierno de Estados Unidos. El compromiso histórico que une a las dos Antillas es innegociable. En las Naciones Unidas y en los países No Alineados la diplomacia cubana consiguió resultados importantes cuando casi nadie la apoyaba.
Hoy, finalmente, la causa puertorriqueña es también la de América Latina y el Caribe.
Haré al final lo que comúnmente se hace al principio. Una aclaración necesaria.
No ha sido mi intención embarcarme en un ejercicio de “revisionismo histórico” ni sugerir tardía adhesión hacia una corriente política cubana en la que nunca milité. Pero la verdad histórica es que el compromiso de la Revolución cubana con la independencia de Puerto Rico se fundamenta también en una tradición ininterrumpida que fue decisiva en la forja de nuestra propia conciencia nacional. Mi mayor interés ha sido subrayar que la solidaridad con Puerto Rico fue irrenunciable para todo cubano bien nacido, más allá de ideologías o sectas y así deberá ser siempre. |