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Estadounidenses en la independencia de Cuba PDF Imprimir Correo
Escrito por René González Barrios   
Martes, 07 de Julio de 2015 22:00

cuba

Dentro de pocos días quedarán reabiertas las embajadas de Cuba en Washington, y de Estados Unidos en La Habana. Cincuenta y cuatro años sin relaciones diplomáticas, en los que el poderoso imperio aplicó una política de hostilidad y agresiones contra la Revolución Cubana, dejando huellas profundas en la conciencia de un pueblo que, crecido desde las raíces de su propia historia, ha escrito una de las más ejemplares páginas de dignidad y resistencia que recuerde la humanidad.



En esta hora de recuento, cabría reflexionar sobre los conceptos “restablecimiento de relaciones diplomáticas” y “normalización de las relaciones” entre nuestros dos países. El primero, dentro de la inmensa complejidad que supone, es quizá el más sencillo y, sin lugar a dudas, está concebido dentro de la estrategia geopolítica hemisférica de la administración norteamericana del presidente Barack Obama. El segundo, extremadamente complejo, pues habría que construir una relación que nunca ha existido entre nuestros dos países y que tuvo, como principal característica, el injerencismo total en los asuntos internos de la Isla. No por casualidad a principios de 1959, Earl T. Smith, exembajador de los Estados Unidos en Cuba durante la dictadura de Fulgencio Batista, testimoniaba ante el Senado norteamericano:

“Hasta Castro, los Estados Unidos eran tan abrumadoramente influyentes en Cuba que el embajador americano era el segundo hombre más importante, a veces más importante que el presidente cubano”.

Cuando por nuestro propio esfuerzo estábamos a punto de derrotar al ejército colonialista español en Cuba, el gobierno de los Estados Unidos intervino en la guerra para frustrar la aspiración soberana de nuestros libertadores. El 19 de abril de 1898 el Congreso de la Unión aprobó la Resolución Conjunta en cuyo texto, como despejando cualquier duda o sospecha sobre las verdaderas intenciones norteamericanas, se expresaba en su artículo primero: “…el pueblo de la Isla de Cuba es, y debe ser, libre e independiente”.

Ocurrió todo lo contrario. Cuatro años de intervención militar y una república neocolonial en la que el gobierno de Estados Unidos, amparado en la Enmienda Platt, se arrogaba el derecho de intervención, siempre que considerara sus intereses en peligro. El 1ro. de enero de 1959 nació una nueva Cuba donde la soberanía nacional emanaba de su propio pueblo. Con esa Cuba, independiente y soberana, rompió entonces relaciones el gobierno de los Estados Unidos. Con esa misma Cuba, las restablece hoy. Han pasado los años y el tiempo y la historia, como maestros de la política, han dejado lecciones. El Presidente de los Estados Unidos ha llamado en varias ocasiones a olvidar la historia y en ese punto no podemos concordar. Hoy más que nunca debemos acudir a ella para labrar caminos sólidos hacia una relación constructiva, confiable y amistosa entre nuestros Estados.

En esta hora de recuento, por sobre el recuerdo del Destino Manifiesto, la Fruta Madura, la Enmienda Platt, el Gran Garrote, las intervenciones militares, el apoyo al gobierno de Fulgencio Batista, las agresiones a la Revolución, Girón, la Crisis de Octubre, el bloqueo, la Ley de Ajuste Cubano, etc., etc., etc., demos prioridad al recuerdo de la sincera contribución a nuestra independencia de nobles norteamericanos que, con las armas en la mano, se unieron a nuestro pueblo para derrotar el colonialismo español.

El grito de guerra en Cuba el 10 de octubre de 1868, repercutió en Estados Unidos. Decenas de sus hijos se enrolaron en las expediciones mambisas y viajaron a Cuba a pelear por la independencia y contra la esclavitud. El Mayor General Thomas Jordan, natural de Luray, Virginia, arribó a Cuba el 11 de mayo de 1869 comandando la expedición del Perrit. En diciembre era el jefe del Estado Mayor del Ejército Libertador.

Henry M. Reeve, de Brooklyn, New York, se convirtió en un héroe de leyenda para los patriotas cubanos y uno de los jefes más admirados y queridos por su disciplina, lealtad y valor. Murió en combate el 4 de agosto de 1876, cuando invadía el occidente del país. Había alcanzado el grado de General de Brigada.

Nueve norteamericanos pelearon como coroneles mambises, dos como tenientes coroneles, ocho fueron comandantes, diecisiete capitanes y ocho tenientes. Otros 83 combatientes alcanzaron diferentes rangos.
Del mambisado norteamericano murieron por la libertad de Cuba cinco coroneles: John Asby, de Kentucky y James Clancey, en 1870, en la provincia de Camagüey; Carlos Westreyo, en combate en Remedios, el 18 de junio de 1871; David Johnson, el 7 de mayo de 1880, al caer en emboscada junto al Brigadier cubano José Medina Prudentes; y Charles Gordon, compañero del Lugarteniente General Antonio Ma­ceo en la campaña de Pinar del Río, muerto en 1897 en la provincia de Las Villas.

El Comandante Winchester Dana Osgood, famoso como atleta (futbolista) en las universidades de Cornell y Pennsylvania, cayó en combate durante el sitio de Guáimaro, el 28 de octubre de 1896.

Un capitán de apellido Hawison, expedicionario del George W. Upton, a los pocos días del desembarco el 24 de mayo de 1870, fue hecho prisionero y fusilado en Nuevitas, Camagüey. Su compañero de expedición Humison H. Harrinson, capitán del ejército de Estados Unidos, murió en combate durante el desembarco. El capitán Edmond H. Fredericks murió en campaña en 1897.

El teniente artillero James Pennie, de Washington D. C. y expedicionario del vapor Bermuda a las órdenes del Mayor General Calixto García, perdió una pierna durante la guerra. Había desembarcado en Maraví, Baracoa, el 24 de marzo de 1896. George S. Newton Le Fuite, de Nueva York, también teniente, fue herido en combate y hecho prisionero el 9 de agosto de 1897. A los pocos días, murió en prisión. También murieron por Cuba los soldados Agustín W. Caballero, en la acción del Cerro, Sancti Spíritus, el 29 de septiembre de 1896; Francis H. Dover Star, por enfermedad, el 19 de noviembre de 1898 en Camagüey; y Loow Water, de Brooklyn, por la misma causa en Morón, el 15 de noviembre de 1898.

Otros estadounidenses cayeron por Cuba en las diferentes contiendas. Durante la guerra de los Diez Años, Carlos Speahman y Alberto Wyeth, de New York, expedicionarios del Grapeshot, fueron fusilados por los españoles el 18 y 21 de junio de 1869, respectivamente; el sargento del ejército norteamericano William Crosceland, expedicionario del Perrit, murió en campaña en 1869. Similar suerte corrió ese año, Harry Chave, secretario del General Thomas Jordan. A principios de 1870 moría asesinado en Santiago de Cuba, víctima del cuerpo de voluntarios, un norteamericano de apellido Damnery; Ws Ashly, ayudante del General Domingo Goicuría, caía en acción de guerra el 7 de marzo de 1870; el sargento Blake, del ejército norteamericano, expedicionario del Perrit, moría fusilado en Puerto Príncipe, el 10 de abril de 1870; Ed H. Hurt, hecho prisionero en un hospital mambí el 21 de octubre de 1870, fue conducido a Manzanillo y fusilado; el capitán de buque Joseph Fry, natural de Tampa Bay, y John C. Harris, de Massachussets; Frederic Williamson, de Albany; William Bainard, Eduard Day, Thomas Read y John Brown, expedicionarios del Virginius, fueron fusilados el 7 de noviembre de 1873 en Santiago de Cuba.

En la gesta de 1895 a 1898, el ingeniero mecánico Pearce Alkinson, expedicionario del Three Friends, fue abatido de un balazo en la frente en la primera acción de guerra en que tomaba parte, el 3 de agosto de 1896, durante el ataque a un tren cerca de Taco Taco, Pinar del Río; el General Antonio Maceo le había tomado afecto. Joseph C. Santee, expedicionario del Thre Freends con el general puertorriqueño Juan Rius Rivera, desembarcó en Cabo Corriente, Pinar del Río, el 8 de septiembre de 1896. A los pocos días murió de disentería. El médico Charles Dock murió en campaña en 1896 cerca de Placetas, provincia de Las Villas. Su cadáver, como escarmiento, fue expuesto en la plaza pública por los españoles. Charles E. Crosby, corresponsal del The Chicago Record, murió en el combate de Santa Teresa el 9 de marzo de 1897, cuando acompañaba al General en Jefe Máximo Gómez.

Otros norteamericanos ganaron celebridad en los campos de Cuba. Frederick Funston, Teniente Coronel artillero a las órdenes del Lugarteniente General Calixto García, fue años después mayor general del ejército de Estados Unidos. John O’Brien fue un lobo de mar que puso a disposición de la independencia de Cuba, su vida. Durante la guerra de 1895, condujo a la Isla buena parte de las expediciones. Sobre su experiencia revolucionaria dejó un libro: El Capitán Dinamita, sobrenombre con el que era conocido por los cubanos. Al terminar la contienda trabajó como jefe de prácticos en el puerto de La Habana.

El teniente Osmund Latrobe, Jr., natural de Baltimore, com­batió en la guerra del 95 como artillero a las órdenes de Ca­lixto García. Había llegado a playas cubanas en la expedición conducida por el Brigadier Rafael Portuondo Tamayo, el 30 de mayo de 1896. Durante la guerra formó parte del estado mayor del General Enrique Collazo. Llegó a coronel del ejército de Estados Unidos y ayudante del presidente Calvin Coolidge.

Extranjeros participantes en la guerra de Secesión al lado de Lincoln también marcharon a Cuba a pelear por su independencia. El polaco Carlos Roloff Mialofsky había integrado las filas del 9no. regimiento de Ohio. Al concluir la guerra, viajó a Cuba donde se radicó en 1865 e hizo familia. Fue uno de los jefes del levantamiento en la región central del país en 1869 y durante la Guerra de los Diez Años. Mayor General del Ejército Libertador y protagonista importante de la Guerra Chiquita y la del 95. El canadiense Washington Albert Claudio Ryan, capitán del 192 regimiento de voluntarios de Nueva York, arribó a la Isla como expedicionario del Anna, el 17 de enero de 1870. En la caballería alcanzaría el grado de General de Brigada del Ejército Libertador. Prisionero de la expedición del Virginius, murió fusilado el 4 de noviembre de 1873, en Santiago de Cuba.

El respeto a la memoria de aquellos nobles héroes debería inspirar, por parte de las administraciones estadounidenses, los nuevos tiempos y la relación bilateral que se construya. Las intenciones de “cambiar el régimen”, o lo que resulta igual, eliminar el socialismo que construye nuestro pueblo, deben pasar, y ahí coincidimos, a ser cuestiones del pasado y olvidadas por los actuales y futuros gobernantes de ese país.

* Presidente del Instituto de Historia de Cuba.

 

Fuente: Granma

 

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