Abatida, tras 81 años de divina existencia, el 10 de noviembre de 1924, en la calle Tejadillo, de la Habana Vieja, se extinguía la musa sublime de la poetisa que en bellos y emblemáticos versos, había resumido la esencia de la historia común de dos pueblos: Cuba y Puerto Rico son / de un pájaro las dos alas / reciben flores y balas / sobre un mismo corazón. Dolores era su nombre, y al él hizo honor al cantar, unidos, los de Cuba y Puerto Rico. Las dos Antillas lloraron a Lola Rodríguez de Tió. No fue aquel, un poema de ocasión. Las últimas posesiones de España en América, forjaron juntas su proceso redentor, quedando hermanadas para siempre.
Tras las huellas de Bolívar
El puertorriqueño Antonio Vicente Miguel Valero de Bernabé y Pacheco, con sólo 24 años de edad había alcanzado los grados de coronel combatiendo la invasión napoleónica en España. Pasó a México como ayudante del General Juan O´Donojú, último Virrey de aquellas tierras, pero sus ideas liberales lo llevaron a unirse a los independentistas, quienes lo nombraron Jefe del Estado Mayor del Ejército de México.
Su condición de patriota no era compatible con la fastuosidad y las desmedidas ansias de poder del general Agustín de Iturbide, autoproclamado emperador de México, por lo que el insigne boricua miró al sur, y allá partió, en busca de Bolívar, para contribuir con las armas a la independencia americana y encontrar el apoyo necesario para llevar la llama redentora a su patria chica: Puerto Rico.
A él acudieron los cubanos José Aniceto Iznaga, Fructuoso del Castillo, Gaspar Betancourt Cisneros y José Agustín Arango, en busca de ayuda para la causa cubana y apoyo para llegar al Libertador. Sería, desde 1823, el abanderado de los revolucionarios cubanos, a varios de los cuales tomó como ayudantes, los llevó a la guerra y los convirtió en soldados. Fue entonces el más entusiasta propagador de la independencia de Cuba y Puerto Rico, y con él contó Bolívar en los planes invasores de los generales Antonio José de Sucre y José Antonio Páez.
En junio de 1826, mientras se desarrollaba el Congreso Anfictiónico de Panamá, en el Istmo esperaba ansioso el General Valero con fuerzas de una división y sus amigos cubanos, la aprobación continental para marchar contra el poder de España en Las Antillas. Aquel a quien Bolívar llamara “un león desencadenado”1 en los combates, vio diluidos sus sueños, por la oposición radical del gobierno de los Estados Unidos.
Pocos años después, el 13 de agosto de 1851, por vez primera sangre puertorriqueña abonaba la tierra cubana. Felipe Gotay, caía en el combate de las Pozas, durante la segunda expedición del general venezolano Narciso López. Se había unido a éste en la ciudad de Cárdenas –donde residía–, al ver ondear por vez primera, la bandera de la estrella solitaria.
Tras la restauración independentista en Santo Domingo en 1865, cubanos y puertorriqueños que habían contribuido a ella, con el cubano Juan Manuel Macías y el médico boricua José Francisco Basora como líderes, fundaron en Nueva York la “Sociedad Republicana de Cuba y Puerto Rico”, en la que se agruparon destacados intelectuales y hombres de acción de las dos Antillas. Serían los nuevos abanderados del sueño común.
Lares y La Demajagua
El 23 de septiembre de 1868 patriotas boricuas ocupaban el poblado de Lares al grito de independencia. España lo reprimió antes que la pólvora se extendiera a lo largo de la Isla. Apenas unos días después, el 10 de octubre, los cubanos, guiados por Carlos Manuel de Céspedes, emprendían una guerra de Diez Años, por Cuba y también por Puerto Rico.
Desde entonces, y en espera de que las condiciones en su patria estuvieran creadas para la guerra, los puertorriqueños se incorporaron con las armas al Ejército Libertador Cubano. Algunos, que residían en Cuba, se levantaron de inmediato, como Juan Ortiz Quiñones, decano del mambisado boricua, caído en combate en la Guerra del 95 con el grado de teniente coronel.
En los campos de batalla de Cuba, decenas de puertorriqueños derrocharon heroísmo en aquella guerra. Hubo quienes cayeron en combate o fueron fusilados por el colonialismo español. El mayagüezano Juan Ríus Rivera, veterano de Lares, desembarcó en Cuba en enero de 1870 en la expedición del Anna. Se convertiría en el máximo representante de los mambises boricuas. Fue uno de los hombres de la Protesta de Baraguá y amigo fiel del Lugarteniente General Antonio Maceo. De aquella relación surgió el compromiso del Titán cubano, de no enfundar su espada mientras Puerto Rico no fuese libre. Ríus concluyó la guerra grande como general de brigada del Ejército Libertador.
Pero no sólo en los campos de Cuba luchaban hermanados cubanos y puertorriqueños. En la emigración, los clubes revolucionarios fueron uno para ambas causas. La idea de la independencia los hermanaba. Patriotas puertorriqueños como Ramón Emeterio Betances y Eugenio María de Hostos, representarían a Cuba como Delegados o Agentes de la Revolución en Francia y Chile y Santo Domingo, respectivamente.
Era tal la compenetración, que en 1869, el puertorriqueño Andrés Vizcarrondo, general de brigada del Ejército de Venezuela, aprovechando su influencia y relaciones en la milicia y la política, a falta de representación diplomática cubana, comenzó a gestionar ante las autoridades del país, apoyo para la guerra en Cuba. Fueron los primeros pasos que redundarían después en las tres expediciones venezolanas del vapor Virginius. En la primera, desembarcada el 21 de junio de 1871, viajaban cinco expedicionarios puertorriqueños. En la tercera, octubre de 1873, lo haría el joven Arturo Rivero.
La Liga Antillana
La causa de Cuba y Puerto Rico tuvo en Santo Domingo un estratégico aliado. La contribución solidaria de ambas islas a la restauración de la soberanía nacional dominicana en 1865 y el hecho de ser dominicanos algunos de los principales jefes del levantamiento en Cuba –Máximo Gómez, los hermanos Marcano, Modesto Díaz y Manuel de Jesús Peña y Reynoso–, contribuyó a la fusión de un pensamiento integrador y revolucionario antillano.
Los puertorriqueños Ramón Emeterio Betances y Eugenio María de Hostos, fueron paladines de aquella idea. Ambos, habían demostrado como hombres de acción, su amor por Cuba, cuando se enrolaron en expediciones para marchar –sin lograrlo–, a la isla: Betances, en junio de 1871, en Puerto Príncipe, Haití, junto al general holguinero Julio Grave de Peralta y Hostos, en la del Charles Miller, que conducida a Cuba por el mayor general Francisco Vicente Aguilera, naufragó cerca de las costas de Estados Unidos el 29 de abril de 1875.
El 12 de septiembre de 1874, anunciaba Betances desde París, la creación de la Liga de las Antillas, con el objetivo de mantener a Cuba, Puerto Rico, Santo Domingo y Haití “…fuera del alcance de toda dominación extranjera.”2 El esfuerzo integrador puertorriqueño era respaldado desde Cuba por los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo, en Haití por el general José Lamothe, y en Quisqueya por el general Gregorio Luperón.
Aquel proceso integrador echó profundas y sólidas raíces. Por aquellos años de Reposo Turbulento, boricuas y cubanos continuaron arropados en la causa común. A fines de 1884 el general cubano Ramón Leocadio Bonachea, impaciente y temerario, desembarcaba en Cuba desafiando a España. No encontró el apoyo esperado. Fue capturado y fusilado en la ciudad de Santiago de Cuba, el 7 de marzo de 1885. Junto a él caía Pedro Cestero Lázaro, el bravo boricua compañero del peruano Leoncio Prado en el secuestro del Montezuma el 7 de noviembre de 1876.
El PRC: Cuba y Puerto Rico
El entusiasmo y compromiso de José Martí con Puerto Rico fue total. Cuando comenzó los trabajos para la creación del Partido Revolucionario Cubano, se rodeó de puertorriqueños. El sanjuanero Sotero Figueroa Fernández, puso su imprenta en New York a disposición del Apóstol. En ella surgió el periódico Patria, el 14 de marzo de 1892, del que sería su prestigioso editor.
El 10 de abril de 1892 se crea oficialmente el Partido. En el primer artículo de sus Estatutos, quedaría plasmada la identidad de ambas causas: “El Partido Revolucionario Cubano se constituye para lograr con los esfuerzos reunidos de todos los hombres de buena voluntad, la independencia absoluta de la Isla de Cuba y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico.”3
Comenzada la nueva guerra el 24 de febrero de 1895, los campos de Cuba vieron batirse bien a los bravos boricuas. El 22 de diciembre de 1895, en el Chimney Corner Hall de New York, quedó constituida la sección Puerto Rico del Partido Revolucionario Cubano. El doctor Ramón Emeterio Betances sería electo Delegado General y el también doctor Julio J. Henna, Presidente. Se debate en la reunión la idea de una bandera para Puerto Rico y se aprueba enarbolar una, idéntica a la cubana, con los colores invertidos. Su inspirador, el poeta arecibeño Francisco Gonzalo Marín, moriría en noviembre de 1897 en la manigua cubana.
A mediados de 1896, el mayagüezano Juan Ríus Rivera, intentó infructuosamente, desde República Dominicana, levantar a Puerto Rico. No encontró en la isla las condiciones mínimas para garantizar el éxito del proyecto revolucionario y decidió, de común acuerdo con la sección Puerto Rico, llevar a Cuba, junto al general Antonio Maceo, los recursos destinados a su Patria. El 8 de septiembre de 1896, desembarcaría en Cabo Corrientes, extremo occidental de Pinar del Río. Maceo, que lo quería, propone su ascenso a mayor general y lo nombra su sustituto en Pinar del Río al pasar él a La Habana.
Más de trescientos puertorriqueños pelearían en la nueva contienda cubana. Tres ascendieron a coroneles: Guillermo Fernández Mascaró, Enrique Malaret Yordán, y José Semidey Rodríguez. Cinco fueron tenientes coroneles: Pedro Gutiérrez Negrón, José Irizarri Irizarri, Enrique Molina Henríquez, Juan Ortiz Quiñones, y Antonio Rodríguez y Font. Diez fueron comandantes y el resto, alcanzó diferentes grados de oficiales, clases o fueron simplemente, gloriosos soldados.
Los jefes del Ejército Libertador Cubano, miraron siempre hacia Puerto Rico, y en la isla, en plena guerra, se debatieron dos proyectos de expediciones para liberar a la hermana subyugada. El primero lo presentó al Consejo de Gobierno el teniente coronel Enrique Loynaz del Castillo en julio de 1896. El segundo el general José Lacret Morlot, en agosto de 1897, quien pretendía comandar la Legión del Ejército Libertador Cubano en Puerto Rico y cumplir el sueño inconcluso del general Antonio Maceo.
Concluida la contienda, los independentistas boricuas crearon en La Habana, en 1901, el Club de Puertorriqueños de La Habana, presidido por el Comandante del Ejército Libertador Gerardo Forrest, quien acompañó al general Ríus Rivera en su intento liberador de Puerto Rico. De aquella organización fue miembro fundador, el general cubano José Lacret Morlot, el amigo de Ríus, el fiel subordinado de Maceo.
Embargados por la pena de su Patria ocupada por Estados Unidos, la mayoría de los mambises boricuas se quedaron en Cuba. Años después, la Revolución, el 30 de junio de 1966, inauguró en La Habana una sede diplomática para los independentistas puertorriqueños, nuevos mambises, batalladores, incansables, quienes más temprano que tarde, sacudirán el ala para completar el vuelo con su hermana gemela.
El autor es Presidente del Instituto de Historia de Cuba
|