En ocasiones anteriores he insistido en el proceso acelerado de descomposición social que enfrenta el Pueblo puertorriqueño; de cómo se va deteriorando eso que llaman el tejido social, de cómo nos vamos deshumanizando, [...]
en medio de una crisis a la vez económica, política y moral que pareciera no tener solución; de cómo nos arriesgamos a ir perdiendo la esperanza, a que plante bandera la desesperanza, y con ella la resignación o la indiferencia.
También he insistido en que no podemos permitir que se nos derrote, particularmente en lo que es la dimensión ética, moral, humanista de lo que somos y aspiramos a ser como pueblo, porque entonces sí que no hay manera de levantarnos. Entonces sí que los enemigos de esta Nación nos aplastan y disponen de nosotros a su antojo.
Uno de esos componentes fundamentales en el proceso necesario de recomposición de nuestra sociedad es la solidaridad. Ser solidario equivale a ser desprendido, a rechazar el egoísmo y el individualismo, a preocuparse y “amar al prójimo como a uno mismo”, siendo ese prójimo lo mismo otro ser humano, que una planta, un animal, los ríos y océanos, el planeta todo. Significa que mi bienestar y mi felicidad pasan por el bienestar y la felicidad de los demás.
No es que quiera ser redundante. Es que descubro situaciones que, más allá de lo positivas que puedan ser, son además particularmente alentadoras en el fortalecimiento de la esperanza y de la otra humanidad posible.
Me refiero a la avalancha de expresiones de cariño y de respeto, a las emociones de todos los matices que se han volcado como gran acto de amor hacia el querido compatriota Oscar López Rivera. Oscar es hoy el más libre de los puertorriqueños, a pesar de habérsele privado la libertad hace treinta y un años. Lo queremos junto a nosotros, lo reclamamos junto a nosotros.
Me refiero, muy especialmente, al mensaje espléndidamente solidario enviado a Oscar por Gerardo, Ramón, Antonio, René y Fernando—los cinco héroes cubanos secuestrados por el gobierno de Estados Unidos—.
Uno podría pensar que se trata de una campaña más de expresiones formales en ocasión de una fecha, o de lo que, después de todo, estamos acostumbrados a hacernos y decirnos desde hace tanto tiempo.
Es, en efecto, una campaña por la liberación de los nuestros —cubanos y puertorriqueños—; es la exaltación del significado de una fecha —31 años de prisión de Oscar—; y, sí, es lo que nos hacemos y nos decimos desde que, hace bastante más de un siglo, cubanos y puertorriqueños decidimos conspirar juntos para ser libres. Pero es más aún.
Oscar y los cinco héroes cubanos son, a las alturas del siglo veintiuno, la expresión más lúcida, la más sublime, de la herencia libertaria que hemos recibido de José Martí y Ramón Emeterio Betances, aquellos hombres maravillosos a quienes el mar unía sus voluntades y sus sueños, para quienes no había frontera imaginable cuando se trataba de luchar por lo justo, por lo bueno, por lo honorable.
Oscar, Gerardo, Ramón, Antonio, René y Fernando son hoy la muestra más elocuente de que la solidaridad de tantas décadas entre Cuba y Puerto Rico es y ha sido sobre todo un gran acto de amor. Amor del bueno, de ese que no hay enemigo que pueda destruir, por perverso y ruin que sea. Pues no sólo desde la solidaridad mi felicidad dependerá de tu felicidad, sino que además seré libre en la medida en todos lo seamos. Por eso, los sentimientos que expresan estos cinco hermanos hacia Oscar sólo son posibles si emanan desde espíritus libres, felices, buenos, convencidos de que están cumpliendo con un sagrado deber.
Todos ellos nos brindan una gran lección: aun en las circunstancias más adversas, la vida se asume con ganas de vivirla, con deseos de servir, con vocación futuro, con seguridad en el porvenir. Esa actitud es la primera gran victoria que obtendremos contra los mercaderes de la muerte y la infelicidad.
Luchamos para vivir. Luchamos para ser felices y para que otros lo sean de manera semejante. La sociedad del futuro se nutrirá del espíritu solidario de cada uno de sus hijos e hijas. Es esa lucha por la felicidad y la libertad la que dará sentido a nuestras vidas. Por eso, luchar por la libertad de los nuestros —cubanos y puertorriqueños— nos hace felices; nos hace libres. |