A 50 años de la fundación del FSLN: Perseverancia, Voluntad de Lucha y de Victoria* |
Escrito por Julio Muriente Pérez / Copresidente del MINH |
Lunes, 11 de Julio de 2011 04:47 |
¡Gloria a ti que en tu tierra, fragante como un nido,
Cincuenta años se dice fácil. Pero cuando uno se acerca, aunque sea someramente, a la historia de medio siglo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) de Nicaragua, se topa con una de las experiencias más extraordinarias de perseverancia, consistencia, voluntad de lucha, capacidad de renovación y afán de victoria que haya conocido Nuestra América. No de otra forma podría comprenderse cómo y por qué el FSLN dirige hoy día los destinos de Nicaragua, habiendo pasado por tantas y tan complejas situaciones en las que más de una vez el enemigo ha intentado que desapareciera de la faz de la tierra. Esa obstinación maravillosa, esa seguridad y ese patriotismo sustentados en convicciones sólidas y firmes, constituye la primera gran lección que nos ofrece el FSLN, a cinco décadas de su fundación, que celebramos con ánimo victorioso. La fundación del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) de Nicaragua en 1961, coincidió con la victoria del pueblo cubano en Playa Girón, en lo que fue la primera derrota militar del imperialismo estadounidense, a escasas noventa millas de sus costas. 1961: cambio de época en Nuestra América Ese abril ocurrió algo aún más trascendental, algo que con toda propiedad podemos definir como el inicio de un cambio de época para Nuestra América. En vísperas de la invasión mercenaria contra Cuba, en la despedida de duelo de los campesinos cubanos asesinados por los cobardes bombardeos de los mercenarios, justo a las puertas del Cementerio Colón de La Habana, Fidel Castro proclamó el carácter socialista de la Revolución Cubana. Se iniciaban, ni más ni menos, los tiempos del socialismo triunfante para nuestro pueblos latinoamericanos y caribeños, en la segunda mitad del siglo veinte. Tiempos que vivimos hoy, los hombres y mujeres del siglo XXI que seguimos batallando por un mejor porvenir. De manera que el FSLN se constituyó, a la vez, bajo la inspiración de la gesta heroica del General de los Hombres Libres, Augusto César Sandino, e influenciado por la Revolución Cubana, triunfante el primero de enero de 1959 y definida en su dimensión estratégica ese mismo año 1961. Si algo ha distinguido la trayectoria histórica del FSLN a través de medio siglo, de sus dirigentes y combatientes, ha sido la capacidad de recomposición aun en las peores circunstancias, la seguridad de propósito y la definición clara y precisa de sus objetivos estratégicos frente a cualquier adversidad. La fundación del FSLN pudo haber pasado inadvertida para muchos. En América Central, siete años antes, en 1954, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) orquestó el golpe de Estado que derrocó el gobierno progresista de Jacobo Arbenz. Se mantenían, amamantados por Estados Unidos, gobiernos autoritarios y dictatoriales en Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Honduras, República Dominicana y Haití, entre otros. El dictador dominicano Leonidas Trujillo fue ajusticiado en 1961, luego de tres décadas de desgobierno y muerte. Años terribles Desde la fundación del FSLN y el triunfo de la Revolución Sandinista el 19 de julio de 1979, pasaron diez y ocho años. No fueron cualesquiera diez y ocho años. Estuvieron colmados de acontecimientos altamente significativos para nuestros pueblos. A decir verdad, en la mayoría de los casos el balance fue negativo a la causa popular, a la vez que fueron enormemente aleccionadores; cuyas experiencias han sido de gran valor para los procesos políticos y sociales que se desarrollan en nuestros días. En 1964 los militares se apoderaron del poder en Brasil, imponiendo una brutal dictadura. En 1965 los marines estadounidenses invadieron República Dominicana, bajo el manto de la desprestigiada Organización de Estados Americanos (OEA), e impusieron en la presidencia del país a Joaquín Balaguer, fiel continuador del trujillismo. En octubre de 1967 cayó en combate en Bolivia, el comandante Ernesto Che Guevara, hecho trascendental que tendría profundas implicaciones en la lucha revolucionaria que se libraba entonces en diversos puntos del subcontinente. En 1970 triunfó la Unidad Popular en las elecciones generales celebradas en Chile, llevando a Salvador Allende a la presidencia de ese país austral. Se generó entonces una fascinación general por lo que se denominó la “vía chilena al socialismo”. De repente le pareció posible a algunos el derrocamiento del sistema capitalista por la vía electoral y pacífica, en el entendido de que las clases poderosas consentirían en que se diera su propia desaparición, a través de los medios que ellos mismos habían concebido para perpetuarse. Pero el sueño no duró mucho tiempo y se convirtió en la más espantosa de las pesadillas. El 11 de septiembre de 1973 las fuerzas armadas chilenas, dirigidas y financiadas por el gobierno de Estados Unidos, bombardearon el Palacio de la Moneda, provocaron la muerte del presidente Allende, asesinaron y reprimieron a miles de ciudadanos y se apoderaron del país a sangre y fuego. La década de 1970 estuvo marcada por la imposición de regímenes dictatoriales terriblemente represivos—Brasil, Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia— que provocaron la muerte y desaparición de decenas de miles de personas, el exilio de cientos de miles de ciudadanos, la entrega de las economías a los grandes intereses internacionales y la aplicación del fascismo en sus formas más descarnadas e inhumanas. Palmo a palmo En ese escenario subcontinental tan poco alentador iban avanzando palmo a palmo procesos revolucionarios, particularmente en América Central y especialmente en Nicaragua. La dictadura somocista no era cualquier dictadura. Anastacio Somoza y su tenebrosa familia eran niños mimados de Washington. No por casualidad fue utilizado el territorio nicaragüense como centro de operaciones de la CIA para la agresión a Cuba en abril de 1961, con el regocijo de los déspotas. Tampoco era casual la existencia de una “guardia nacional” concebida desde los años en que tuvieron que enfrentar a Sandino y su “Pequeño ejército loco”, para reprimir, asesinar y maniatar a todo un pueblo. El puñado de combatientes que fundó el FSLN en 1961 había ido creciendo y avanzando, política, militar y numéricamente. Lo que estaba aconteciendo en la patria de Rubén Darío poco a poco iba llamando la atención de muchos en América y en otros continentes. Este movimiento guerrillero, con su bandera rojinegra, atrevido, osado y valiente, evocaba a aquel otro movimiento guerrillero que, también con los colores rojinegros y con osadía y valentía similar, había triunfado en 1959, fusil en mano, derrocando una dictadura igualmente feroz, manejada también por el gobierno estadounidense. Esperanzador; si vale describirlo de esa forma, refrescante, musical y poético. Así fue el proceso insurreccional del pueblo nicaragüense, dirigido por el FSLN. También entusiasta, promotor de la solidaridad más amplia, diversa y militante ocurrida en mucho tiempo. Una lucha perseverante, paciente, madura, aun en las condiciones más conflictivas o complejas. Un proceso que supo convertir la lucha contra la dictadura en aspiración nacional-unitaria de libertad, cambio, prosperidad y felicidad. Un proceso verdaderamente radical y revolucionario. Así lo entendimos los amigos del pueblo nicaragüense; y así lo entendió también el enemigo común. La lucha que desembocó en la victoria Sandinista del 19 de julio de 1979—diez y ocho años después de la fundación del FSLN—tuvo la extraordinaria significación de ser la segunda revolución armada triunfante en Nuestra América en el siglo veinte, poco más de dos décadas después del triunfo de la Revolución Cubana. Tras el derrocamiento de la dinastía Somoza, el FSLN se disponía a iniciar el proceso arduo y difícil de reconstruir la nación, de sentar las bases para la edificación de una sociedad nueva y superior, que dejara atrás la pesadilla de la dictadura, de la explotación económica y de la miseria. Ni un minuto de paz Ahí radicaba justamente su peligrosidad. Jóvenes, barbudos, con uniforme verde olivo, con demasiadas ideas en sus cabezas y demasiados sentimientos en sus corazones. Si contra el pueblo dominicano volcaron una fuerza invasora y contra el pueblo chileno desataron los demonios fascistas con tal de impedir que surgiera “otra Cuba”, contra la jubilosa Revolución Sandinista habría que lanzar todo cuanto pudiera el enemigo imperial, sin guardar las formas, sin disimulo, amparado simplemente en las premisas todopoderosas y omnipresentes del Destino Manifiesto. Diez y ocho años después de su fundación, el FSLN había tomado el poder, expulsado al dictador, derrotado a la guardia nacional somocista. Algo inadmisible para los poderosos. Desde entonces, no hubo un instante en que la Revolución Sandinista no fuera amenazada, agredida, acosada. Varios países vecinos ofrecieron desvergonzadamente su territorio para que desde Washington se organizara, se armara, se adiestrara y se financiara a la contrarrevolución. Había que quebrarle el espinazo a estos revolucionarios por su imperdonable atrevimiento de querer construir una Nicaragua diferente, libre, soberana y feliz. El triunfo Sandinista coincidió con los avances dados por el gobierno de Omar Torrijos para la recuperación del Canal de Panamá; con la lucha popular que crecía en El Salvador y Guatemala, con la revolución popular que triunfaba en la pequeña isla-nación de Granada; con los avances de las fuerzas democráticas encabezadas por Michael Manley en Jamaica; así como con el 20 aniversario de la Revolución Cubana. Esta reactivación de la lucha social en nuestra región exacerbó a los sectores más reaccionarios de la sociedad estadounidense. En las elecciones celebradas en ese país en noviembre de 1980 resultó electo el derechista Ronald Reagan, cuyas primeras promesas fueron devolver la paz y la tranquilidad a ese Caribe que para ellos siempre ha sido considerado como su patio trasero. Con ese fin surgió la Iniciativa para la Cuenca del Caribe (ICC), sucesora histórica de la Alianza para el Progreso, concebida para los mismos propósitos intervencionistas y hegemónicos. La solidaridad con Nicaragua Sandinista no se hizo esperar. Desde todos los continentes llegó la ayuda de todo tipo. Epopéyica batalla fue esa que libró el pueblo de Sandino, atacado arteramente por todos los frentes. Sin embargo, ni una pulgada de territorio nacional fue tomada por el enemigo. Pero el desgaste económico, social y humano fue enorme. No hubo rendición; pero si hubo, por así decirlo, una posposición inevitable de aquellos sueños de justicia en que se seguía creyendo como desde el primer día y que hoy son inspiración renovada. La derrota electoral del FSLN en las elecciones celebradas en 1990 tuvo consecuencias regresivas para el pueblo nicaragüense, que aun en medio de la guerra de agresión había podido probar la leche y la miel que ofrecía la Revolución. Las promesas traicioneras de los enemigos del Sandinismo, como era de esperarse, nunca se hicieron realidad. En cambio, la población sufrió el embate de una pobreza mayor, el atraso de los avances logrados en materia de salud y educación, y la marginalidad. Pero la dignidad de los hijos e hijas de Sandino se mantuvo incólume. Otro momento histórico, una meta similar Tuvieron que pasar otros diez y seis años. Surgió una nueva generación de combatientes, que acompañaría a sus mayores, veteranos de tantas campañas pero irremediablemente jóvenes en sus ideas y en su voluntad.
La Nicaragua de 2006, cuando triunfó el FSLN en las elecciones y Daniel Ortega alcanzó la presidencia del país, no era la Nicaragua de 1979, cuando los guerrilleros Sandinistas tomaron el poder. Le ha correspondido al Frente y a Daniel dirigir a un país muy golpeado, muy maltratado y empobrecido.
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