El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ha puesto el grito en el cielo ante el anuncio de la Autoridad Palestina de que solicitará a la ONU el reconocimiento pleno del Estado palestino.

Un comportamiento parecido han asumido sus aliados incondicionales, los gobernantes de Israel. Obama insiste en que se reanuden las negociaciones, en que se convoque a una cumbre, en que se eviten acciones dramáticas como ésa; y, en todo caso, advierte que su gobierno vetará cualquier solicitud a esos efectos que se presente ante el Consejo de Seguridad de la ONU.

Estados Unidos sabe que, más allá del control antidemocrático con que cuenta en el Consejo de Seguridad, de cuyo cuerpo es miembro permanente con derecho a veto, el reclamo del pueblo palestino cuenta con el respaldo mayoritario de los países miembros de la ONU. Es consciente, además, de que aun si la petición palestina es vetada en el Consejo, la misma pasaría al pleno de la Asamblea General. Allí no se lograría el reconocimiento pleno del Estado palestino, pero sí se elevaría sustancialmente el carácter representativo de Palestina, con unos derechos y prerrogativas que le han sido negados hasta el presente.

Obama ha caído en su propia trampa por asumir una posición pusilánime y oportunista y, en el fondo, similar a la de sus antecesores. Sus palabras en respaldo a la creación de un Estado palestino han perdido toda credibilidad. En todo caso, ésta hubiera sido la ocasión ideal para dar fin a tanta farsa, a tanta manipulación y a tanto sufrimiento y violencia en la región. Pero han podido más el chantaje permanente del sionismo y sus millones, sobre todo en vísperas de unas elecciones generales.

¿Nuevas negociaciones, reuniones cumbre? El pueblo palestino lleva décadas negociando, la ONU lleva décadas aprobando resoluciones que reconocen el derecho del pueblo palestino a tener su Estado nacional. No hay organización internacional que no se haya pronunciado sobre el particular. Mientras tanto, el pueblo palestino ve cómo le es robada su tierra, cómo le son asesinados sus hijos e hijas, cómo le edifican murallas divisorias, cómo le quitan el agua y la tierra fértil, cómo maltratan a su población, buena parte de la cual ha sido expulsada de su patria, cómo les han arremolinado en Gaza y Cisjordania, en fin, cómo les impiden desarrollar su economía y sociedad que les permita vivir una vida digna.

¿Negociaciones, reuniones entre las partes? Sí, pero antes la comunidad internacional tiene que dar muestra de su disposición a resolver este problema seriamente de una vez por todas. Empezando por reconocer al Estado palestino, que lo único que requiere para alcanzar su plenitud esencial, es la recuperación de al menos parte del territorio que le fue robado desde principio del siglo veinte, con la anuencia de las grandes potencias que hoy pretenden vetar la iniciativa de la Autoridad Palestina.

Así como Puerto Rico es una nación caribeña y latinoamericana sometida al colonialismo, a la que se le ha sustraído su soberanía, Palestina es una nación asiática y árabe sometida al colonialismo a la que, no sólo se le ha sustraído su soberanía sino que, peor aún, se le ha robado su territorio.

La ruta de Puerto Rico ha de ser la ruta de Palestina. Estamos hermanados en pleno siglo veintiuno, en luchas similares por acabar con el lastre pesado e indeseable del colonialismo, la ocupación militar y la dominación extranjera. La comunidad internacional tiene una responsabilidad indelegable que asumir en uno y otro caso.

Ojalá y cuando se publiquen estas líneas la mayoría de los países miembros de la ONU hayan actuado con el decoro y la dignidad que requiere una ocasión tan trascendental y se reconozca que Palestina forma parte, muy por derecho propio, del concierto de naciones independientes del planeta. Como quiera que sea, el pueblo palestino continuará luchando como siempre, dando al mundo un ejemplo de patriotismo, valentía y perseverancia.