Casi 50 días sin luz, agua que va y viene, supermercados con góndolas vacías, escuelas cerradas, personas que mueren por falta de diálisis, oxígeno, operaciones, tratamientos. Epidemia de leptospirosis, sarna, piojos, disentería y otras enfermedades bacterianas. Falta de comida, agua, aseo personal. Alza en delitos violentos, robos, escalamientos. ¿Cuánto más?
Mientras la mayoría del pueblo malvive y sobrevive sin acceso a mucha información por falta de comunicación, una pequeña elite en Puerto Rico sigue su vida, no solo a espaldas del dolor del pueblo sino buscando oportunidades para lucrarse con la misma. La perspectiva de que llegarán a Puerto Rico millones de dólares en fondos federales ya sea en forma de préstamos o de pagos de seguros como el de FEMA, tiene salivando a los mismos inescrupulosos de siempre, con sus oportunas corporacioncitas prestas a recibir el contrato del amigo del alma, del compadre. ¡Vergüenza!
Hoy sabemos varios hechos incuestionables: el director de la AEE no es un inepto, es un testaferro. ¿De quién?, la investigación del contrato de Whitefish nos dará esas respuestas si lo llevan a término y no lo refieren a un comité para que muera en los papeles. Desde mayo tenía instrucciones de conseguir materiales y contrataciones para atender la falta de mantenimiento. Le dieron 90 días y el día 90 pidió 90 más. Venía Irma con fuerza huracanada 5. Todos los conocedores del tema decían que iba a destruir el sistema eléctrico. Irma con su leve roce hizo daño importante como para dejar saber que urgía tomar medidas. Entonces anunciaron a María. Pasaron dos semanas entre Irma y María y el testaferro no pidió postes, cables, piezas; no pidió ayuda de APPA, y contrató con una compañía desconocida por $300 millones. Cuando se descubre el esquema a todas luces inaceptable, todavía no acude a APPA y surge otro contrato con Cobra, a quien no había escogido en primer lugar porque le pedía $25 millones. Mientras, puertorriqueños siguen muriendo a causa de falta de acceso a tratamientos por la ausencia de electricidad, ancianos se tropiezan en la oscuridad, accidentes ocurren en las carreteras, suicidios se multiplican. Comercios cierran, personas son despedidos de sus humildes empleos de subsistencia, familias siguen emigrando a granel, todo por la falta de electricidad. ¿Cuánto más?
Se amenaza la existencia del sistema de educación pública bajo la dirección de una contratista privada de educación que solo sabe lucrarse del sistema y que es obvio tiene como encomienda su desmantelamiento. Ya vimos esa película en Nueva Orleans: después de Katrina las escuelas públicas se pasaron a APP bajo el sistema de escuelas chárter. Los históricos barrios de los pobres y trabajadores desparecieron y se blanqueó la ciudad con una nueva elite que desplazó los tradicionales vecindarios. En el Viejo San Juan el empeño de cerrar la Lincoln y la José Julián Acosta redundaría en seguir expulsando comunidad y familias del casco para continuar con la proliferación de hoteles boutiques y Air BNB. Ya lo están implementando exitosamente en la Calle Loíza. Las ciudades que creamos los residentes históricos arrancadas de sus habitantes para convertirlas en patios de diversión de las elites extranjeras. Keleher, otro testaferro. ¿De quién? ¿Cuánto más?
No hay gobierno de Puerto Rico, las instituciones las están desmantelando una a una. Nos tratan como un municipio, tal como nos tratan bajo la Ley PROMESA. Los “líderes” electos son unos patéticos muñecos en una obra que ni dirigen ni son buenos actores.
Solo queda una esperanza, una llama en la oscuridad. Hoy alguien decía: “Solo el pueblo salva al pueblo”. Lo que hoy tenemos de orden en nuestras calles y comunidades, son obra del pueblo que se tiró a la calle a recomponer el destrozo. La inmensa mayoría de las comunidades han recibido ayuda de sus propios vecinos, familiares, organizaciones de base e iniciativas privadas. Los gobiernos coloniales y federales han trabajado tarde, torpemente e ineficientemente. Peor aún, son corruptos irredimibles. ¿Cuánto más hemos de aguantar? (endi.com) Foto: Érika P. Rodríguez para The New York Times
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