Alguien con conocimiento de causa decía una vez que, aunque pudiera parecer lo contrario, los gobiernos demócratas estadounidenses habían resultados más peligrosos para Cuba que los vocingleros republicanos.
Fue bajo la administración de John F. Kennedy que se ejecutó la invasión a Playa Girón, planeada durante el republicano gobierno que le precedió, y también durante el mandato de Kennedy tuvo lugar la Crisis de Octubre. Otro demócrata, William Clinton, suscribió la Ley Helms-Burton y durante su período presidencial se colocaron las bombas en los hoteles de La Habana que le quitaron la vida al turista italiano Fabio Di Celmo y cayeron presos los Cinco cubanos luchadores contra el terrorismo, los cuales hasta hoy permanecen en cárceles norteamericanas, cuando el también demócrata Barack Obama pudiera haberlos liberado.
Lo que hace más peligroso a las administraciones demócratas, es que, como en los casos citados, son capaces de asumir abiertamente las acciones más agresivas bajo un lenguaje más moderado, o, por el contrario, disimularlas bajo el manto de la aparente buena voluntad.
Esto último es lo que ha estado ocurriendo en relación con el supuesto “intercambio cultural” entre EE.UU. y Cuba, del que se vanagloria la administración Obama. Para empezar, han sido algunos sectores de la derecha y columnistas de El Nuevo Herald los que han denominado “intercambio” a la visita de algunos artistas cubanos a la nación norteamericana como el escritor Miguel Barnet, la cantante Omara Portuondo, los trovadores Silvio Rodríguez y Carlos Varela, el dúo Buena Fe, las orquestas de música popular La Aragón y La Charanga Habanera, el cineasta Gerardo Chijona, entre otros. Sin embargo, para que pudiera hablarse de un verdadero intercambio se necesitaría una presencia sostenida mucho más expedita entre los creadores oriundos de ambos países y con frecuencia ha sucedido no solo que los músicos norteamericanos se han visto imposibilitados de actuar en nuestros escenarios sino que, a los mismos creadores cubanos que han sido autorizados para pisar suelo norteamericano en una ocasión, se les ha puesto trabas por disímiles motivos para su regreso.
Conscientes de que cada negativa de visa a un artista cubano para entrar en los EE.UU., o viceversa, cada vez que el gobierno norteamericano le prohibía viajar a un creador estadounidense a la Isla levantaba una ola de protestas, la Oficina para el Control de Activos Extranjeros (OFAC, según sus siglas en inglés) tiene ahora nuevas tácticas. La técnica más frecuente para entorpecer las relaciones culturales bilaterales radica en demorar el visado hasta que, habiendo concluido el evento que dio origen a la solicitud de uno u otro lado, prácticamente deje de tener razón de ser la aprobación del mismo. El mecanismo es diabólico, por cuanto hace recaer en una supuesta ineficiencia burocrática tardanzas con trasfondo político.
Eso sucedió con el reciente evento celebrado entre el 31 de marzo y el 2 de abril en el Bildner Center del City University of New York Graduate Center bajo el título de Cuba’s Futures: Past and Present (Futuros de Cuba: Pasado y Presente), al cual asistió una delegación de la Isla compuesta por integrantes del Instituto de Historia de nuestro país, la Unión de Artistas y Escritores de Cuba (UNEAC), la Universidad de La Habana, el Centro de Estudios de la Economía Cubana, la Biblioteca Nacional José Martí, el Museo Nacional de Bellas Artes, el Ballet Nacional de Cuba, el Centro Nacional de Investigación de las Artes Escénicas y del Instituto de Investigación Cultural Juan Marinello. Sin embargo, no todos los panelistas de la Isla que estaban anunciados pudieron asistir. Fue el caso de Jorge Fornet, director del Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas, quien planeaba dictar el 1ro. de abril la conferencia “La literatura como síntoma: Cuba leída por sus escritores”. Una llamada de la Sección de Intereses de los EE.UU. en La Habana le comunicaba al prestigioso ensayista e investigador que debía ir a recoger su visa el lunes 4 de abril, o sea, dos días después que el evento había concluido. Finalmente Jorge fue y dictó su conferencia, en solitario, en el Bildner Center el lunes 11 de abril.
Lo mismo le ocurrió el pasado mes a la orquesta Aragón, cuya presencia se había anunciado como uno de los elementos de mayor realce dentro del Día Nacional de la Salsa de Puerto Rico. Todavía los cables de prensa de tres días antes sugerían su posible presencia. Una nota de Diario del Pueblo, en Venezuela, fechada el 17 de marzo así lo demuestra: “La orquesta Aragón de Cuba también está invitada al evento, pero su participación aún no se ha confirmado, ya que las autoridades federales en Puerto Rico no han aprobado las visas de los 17 músicos, según señaló el director de programación de la emisora Z-93, Pedro Arroyo.
“Estoy seguro de que la Aragón va a venir", dijo Arroyo, tras apuntar que el espectáculo estará lleno de ‘mucha energía y un gran banquete de salsa’.”
La simple revisión del staff del concierto boricua en el que estuvieron presentes Tito Allen, Paquito Guzmán, Luigi Texidor, Tito Rojas, Oscar D’León, Andy Montañez y las orquestas Costa Brava, Puerto Rican Power y la Puerto Rico All Star deja en evidencia que los músicos cubanos tampoco esa vez pudieron estar.
Un escándalo mayor generó la suspensión de un concierto llamado Festival Mundial de Música Cubana Fuego, previsto para el 9 de abril en Homestead, en el condado de Miami-Dade, donde actuarían músicos cubanos que viven en la Isla como Juan Formell y los Van Van, David Calzado y la Charanga Habanera, Adalberto Álvarez y su Son junto con otros residentes en los propios EE.UU. El evento, organizado por el presidente de Fuego Entertainment y promotor cubano americano Hugo Cancio, provocó que el Concejo de Hialeah le solicitara al Congreso norteamericano que prohibiera la entrada de artistas y músicos cubanos procedentes de Cuba. “Es una falta de respeto permitir un intercambio cultural con Cuba”, afirmaba el presidente del Consejo, Carlos Hernández. “No queremos que nuestra gente siga siendo instigada con ese tipo de presentaciones”, declaraba por su parte el alcalde Julio Robaina.
Incluso, la representante republicana por la Florida, Ileana Ros-Lehtinen, felicitó el pedido del Consejo de Hialeah y envió un correo electrónico a El Nuevo Herald con comentarios mendaces. Catalogó a los “llamados intercambios culturales” como “una farsa”, y añadió que “a pesar de que se permite a los artistas cubanos venir a EE.UU., el régimen de Castro solo permite a los artistas estadounidenses ir a Cuba si están de acuerdo con la agenda de la dictadura”. Ros-Lehtinen obviamente pasaba por alto el hecho de que, por solo poner un ejemplo, al Concierto por la Paz vinieron músicos de todas las tendencias ideológicas ―incluso algunos que han sido críticos con la Revolución― y que los músicos norteamericanos no encuentran una barrera para su presencia en la Isla en el gobierno cubano, sino en el de su propio país.
Así, se ha publicado en Internet que La Filarmónica de Nueva York ha vuelto a cancelar su viaje a Cuba, planeado para junio próximo. La presentación de la orquesta estaba originalmente planificada para 2009, cuando debió ser suspendida porque el Departamento del Tesoro de EE.UU. negó a sus patrocinadores la licencia para visitar la Isla, alegando que esas personas entrarían en la categoría de turistas y ello violaba las restricciones de viajes a Cuba. A finales de 2010, Washington autorizó el viaje y cuando se acercaba la fecha del concierto, el portavoz de la agrupación, Eric Latzky, le declaraba al New York Times que la orquesta “podrá ir a Cuba algún día, pero no en un futuro previsible” y lo justificaba diciendo que no se encontraron suficientes capacidades disponibles en los vuelos a la Isla y que el viaje coincidía con el final de curso escolar, lo cual hacía muy difícil traer niños para un concierto infantil que formaba parte de las actividades previstas. Dejo al libre albedrío de cada lector el creer o no en las nuevas razones aducidas por la Filarmónica de Nueva York para su ausencia en nuestros escenarios, y en pie el llamado a la reflexión en torno a la política norteamericana y el “intercambio cultural” con Cuba. |