El arma más poderosa del imperialismo, es aquella con la que se ha pretendido dominarnos: la transculturización. Ha sido la pretensión desde su nacimiento de imponernos el llamado “modo de vida norteamericano”: intentar borrar nuestra historia, valores y raíces. Contra eso, la Revolución Bolivariana sigue desarrollando el rescate de la siembra de la auténtica cultura venezolana. O sea, continuamos haciendo revolución cultural teniendo en cuenta, como no los enseño el padre libertador, que “… moral y luces son los pilares de una república, moral y luces son nuestras primeras necesidades”. Sigamos pues acelerando la consolidación de la educación popular, el rescate de nuestros valores ancestrales y el cumplimiento de la letra constitucional, para lograr la liberación definitiva.
Tengamos en cuenta que, el sistema capitalista mundial imperante que se auto proclama como el único capaz de solventar las necesidades de la población, en su aspiración sostenida de fortalecer su hegemonía, entendió desde sus inicios que la dominación cultural es fundamental para tales fines, la paulatina erosión de los principales valores de una sociedad, para intentar su destrucción definitiva.
Los tanques pensantes del imperialismo, se dedicaron a despojar a los Pueblos de su identidad, sus tradiciones, incluso de sus lenguas ancestrales; y a crear la falsa idea de la globalización cultural, de una sola cultura, enlatada según sus cánones y esparcida como un producto de fácil comprensión y consumo. Es también la tesis de la unipolaridad, en la que un solo polo de poder es el que posee la llave para la salvación.
El Comandante Chávez, que constantemente denunció ante el mundo las nuevas y nefastas formas de esclavizar las conciencias, hizo énfasis en el advenimiento de la multipolaridad, en la necesidad de distintos polos para conquistar el equilibrio del universo, que debe traducirse en la paz, en la autodeterminación de los Pueblos, en la no injerencia y en la cooperación y solidaridad internacional. Pero, además, en el derecho de las naciones a su soberanía y a su cultura, a trabajar libremente en sus procesos de identidad cultural.
La Revolución Bolivariana, en estas dos décadas de intensa lucha por continuar entregando la mayor suma de felicidad posible, ha sido particularmente insistente en este aspecto. El hecho cultural es una realidad colectiva, es decir, sólo existe por la participación y protagonismo de las comunidades. Son ellas las creadoras constantes de su cultura, y por eso es tan imprescindible que tengan acceso al conocimiento. Es, como dice Luis Britto García, una acción liberadora, “instrumento de ruptura del orden de dependencia impuesto en lo internacional y de la estratificación clasista implantada en el orden interno”.
Es así como los más grandes esfuerzos del proceso de liberación nacional y continental, deben enfocarse en el rescate de nuestra historia, valores e identidades. En ese camino andamos, de la mano de los Comandantes Chávez y Fidel, de cuyo natalicio conmemoramos, por cierto, 93 años, el pasado 13 de agosto. Fue Fidel, en el calor de las batallas permanentes contra la agresión del imperio yanqui, quien dijo: “una revolución sólo puede ser hija de la cultura y las ideas”. En esa misma intervención en Caracas, en el año 1999, y citando a Martí, Fidel recordó que había que defender las ideas y la cultura, porque trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra. ¡Honor y gloria al Comandante Fidel Castro Ruz!
Esta es la gran batalla que debemos continuar dando, la de las ideas, el pensamiento, la defensa a ultranza de nuestra identidad y cultura, la infinita actividad creadora del Pueblo. Hay que seguir articulando las tareas en ese sentido, no caer en desesperanzas ni en desmoralizaciones. Ese nuevo mundo, en donde la fraternidad, la paz, la igualdad social y el desarrollo integral de cada uno de sus habitantes, no solamente es posible, sino necesario para preservar la humanidad y la vida en el planeta.
Hacia ese horizonte marchamos.
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